Pedro Sánchez ha informado, tras su entrevista con el comisario de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, que su partido se abstendrá en la votación en el Congreso sobre la ratificación del Tratado de Libre Comercio entre la UE y Canadá (CETA), que el pasado mes de febrero había sido apoyado por el propio PSOE en el Parlamento Europeo.
La posición del PSOE en este relevante asunto se adoptará oficialmente en la ejecutiva del próximo lunes, pero fue avanzada ayer mediante un tuit por parte de la presidenta del partido y ex ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona.
Algunos han creído ver en este cambio de postura una prueba de la sumisión del nuevo PSOE a Podemos, que se ha opuesto desde el primer momento a avalar este tratado. Sánchez y Pablo Iglesias se entrevistarán el próximo martes para fijar posiciones respecto a una oposición común al Gobierno de Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados.
La posición sobre este acuerdo comercial, que podría reportar unos 12.000 millones al PIB de la UE, no ha sido previamente negociada entre el PSOE y Podemos, sino que forma parte de la nueva agenda socialista; es decir, del giro a la izquierda que pretende impulsar el secretario general.
Cada cierto tiempo el PSOE necesita reencontrarse a sí mismo. O, lo que es lo mismo, reencontrarse con sus votantes infieles, que unas veces le abandonaron para quedarse en casa y, últimamente, le han dado la espalda para votar a Podemos.
Los sociólogos explican esa pulsión de girar a la izquierda por la necesidad de acomodo del partido al posicionamiento ideológico de la mayoría de los ciudadanos. Esa reubicación fue expresada con claridad en el documento de enmiendas presentadas al 39º Congreso: los votantes del PSOE, dice el documento, ven ahora al partido más escorado hacia el centro de lo que lo veían en 1982, año de la mayoría absoluta y en el que, según el CIS, el conjunto de los ciudadanos coincidía con los votantes socialistas en situar al partido de manera clara en la izquierda.
Podemos se frota las manos al ver al PSOE acercarse a sus tesis antiglobalización. Rajoy saca pecho ante sus socios europeos al señalar los peligros que tendría un gobierno patrocinado por el líder socialista
Respecto a la definición ideológica, al PSOE le pasa algo parecido a lo que le ocurre al PP. Los socialistas, cuando los resultados electorales le van mal, giran a la izquierda como los populares, cuando están en horas bajas, reclaman un giro al centro.
Rodríguez Zapatero fue un maestro en cuestión de giros. Todos recordarán su gesto de no levantarse al paso de la bandera de Estados Unidos en el desfile militar de octubre de 2003, lo que explicó como un "acto de coherencia" con la postura contraria de la mayoría de los ciudadanos a la guerra de Irak. Nada más ganar las elecciones en marzo de 2004, el ya presidente Zapatero decidió retirar las tropas, lo que ayudó al PSOE a ocupar casi todo el espectro de la izquierda, dejando a IU casi como un grupo marginal.
Pedro Sánchez tiene entre ceja y ceja la idea de recuperar para el PSOE el papel hegemónico en la izquierda y, para ello, necesita atraerse a los tres millones de votantes que se marcharon a Podemos.
La cuestión es el precio que hay que pagar por este tipo de gestos. A España le costó años recuperar una relación normalizada con Estados Unidos que, a partir de la decisión de Zapatero, nos consideró como "socio no fiable". No sabemos el efecto que tendrá la abstención sobre el CETA como reclamo para los votantes socialistas de Podemos, pero sí sabemos ya que ha disgustado a los eurodiputados socialistas, que votaron "sí" en la Eurocámara tras arduos debates (el acuerdo ha supuesto siete años de negociaciones).
Cuando se produjo la ratificación del Tratado en Estrasburgo, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, explicó: "El CETA no es sólo un acuerdo sobre comercio, importaciones, exportaciones o sobre beneficios. Aspira a mejorar la vida de la gente".
España puede dar pocas lecciones a Canadá en cuestión de derechos. Destacados miembros de la nueva ejecutiva consideran que Canadá "es un país social y económicamente avanzado, con estándares similares a los europeos".
Insisto en que no veo muy clara la rentabilidad política de este gesto. Más bien todo lo contrario. Podemos se apunta el tanto de ver al PSOE acercándose a sus posiciones antiglobalización y, por otro lado, Rajoy saca pecho ante Bruselas al advertir a sus socios del peligro que supondría un gobierno en España patrocinado por Sánchez.
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