Fue el 22 de julio aunque sea hoy cuando se conmemoren los 40 años de la apertura solemne de las primeras Cortes democráticas. El día 15 de junio de 1977 se habían celebrado las primeras elecciones libres de las últimos 4 décadas. En el medio, el país había vivido una guerra civil que había durado tres largos años y que había desgarrado en lo más hondo a los españoles. La guerra la ganó un bando, el capitaneado por el general Franco, y la perdió otro bando, el que defendía la República. Después de 37 años de dictadura la reconciliación entre los dos bandos no se había producido. A la muerte de Franco los partidos políticos seguían prohibidos, lo mismo que los sindicatos, la libertad de expresión, de reunión y de manifestación. En nuestro país seguía habiendo exiliados políticos. Es decir, España era la excepción en una Europa que había salido de la devastadora Segunda Guerra Mundial poniendo en pie un proyecto de cooperación entre las naciones con el objetivo de superar para siempre la división y el enfrentamiento entre vecinos y de hacer de Europa Unida una realidad próspera, pacífica y democrática. España quedó fuera de ese proyecto nacido en los años 50 del siglo pasado y no fue admitida en ese club durante todos los años siguientes porque no era una democracia.
Es a partir de 1975 y, sobre todo, a partir de julio de 1976, con el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, cuando España empieza lentamente a caminar hacia el objetivo soñado por la mayoría de los españoles: hacer de nuestro país una democracia homologable al resto de las democracias europeas. Fueron meses llenos de riesgos, de incertidumbres, de amenazas y de sabotajes al proyecto democratizador que el Gobierno de Adolfo Suárez, alentado por el Rey Juan Carlos de Borbón, secundado de manera determinante y decisiva por los partidos de la oposición democrática y respaldado por la inmensa mayoría de la población, iba progresando inexorablemente.
Hubo que abordar muchos cambios esenciales, entre ellos el reconocimiento de que la soberanía reside en el pueblo español y el compromiso de la instauración de un sistema democrático basado en la garantía de los derechos y libertades cívicas, en la igualdad de oportunidades políticas para todos los grupos democráticos y en la aceptación del pluralismo real. Eso significó el reconocimiento de los derechos a la libertad de opinión y de expresión, el derecho de reunión y manifestación y, naturalmente, la legalización de todos los partidos políticos y de los sindicatos, premisas imprescindibles para iniciar el camino hacia la democratización del país. Y se hizo. La tarea dificilísima y llena de amenazas pudo culminarse y a lo largo de los meses que siguieron fueron regresando a casa los últimos exiliados políticos.
Con la tarea culminada, a las primeras elecciones libres concurrieron los partidos de todo el arco ideológico, de la izquierda comunista a la derecha franquista y los partidos nacionalistas. El pueblo español votó por la moderación: ganó las elecciones la UCD de Adolfo Suárez con 166 escaños, es decir, sin mayoría absoluta, seguida por el PSOE de Felipe González, con 118 diputados. A una enorme distancia, el Partido Comunista de España obtuvo 19 escaños y detrás de él los distintos partidos que habían logrado representación parlamentaria, entre los que no estaba, para sorpresa general, las formaciones de la democracia cristiana, que no habían conseguido ningún diputado.
El 22 de julio de 1977 las Cortes celebran su primera sesión solemne y conjunta, y ofrecen para la Historia una escena irrepetible:la reconciliación
Aquel logro , que fue una auténtica hazaña política y una obra colectiva, se consiguió en un tiempo récord: 19 meses, que son los que median entre la muerte de Franco y la celebración de las primeras elecciones democráticas. Y, cuando el 22 de julio de 1977, esas Cortes celebran su primera sesión solemne y conjunta, ofrecen para la Historia una escena irrepetible y trascendental: por la puerta de entrada desfilan, sonrientes y atildadas, algunas caras que tan sólo unos pocos meses antes habrían provocado la ira de las fuerzas derechistas y habrían sido víctimas de la persecución policial, la detención, el interrogatorio y la cárcel. Pero ese 22 de julio están acudiendo al palacio de las Cortes y recibiendo el saludo reglamentario de la Policía Armada que custodia la entrada.
Hablamos de personas como Santiago Carrillo, Dolores Ibarruri, La Pasionaria, Rafael Alberti, Marcelino Camacho, Felipe González o Alfonso Guerra y tantos otros, miembros de los partidos democráticos que habían vivido en la clandestinidad. Junto a ellos entran en el Congreso los diputados electos de centro, la derecha y ex ministros de Franco como Laureano López Rodó, Licinio de la Fuente, Manuel Fraga o Gonzalo Fernández de la Mora. Y allí se mezclan los trajes a la medida con las chaquetas de pana, las cabezas canas y las largas melenas y las barbas asilvestradas.
Son los representantes de las dos Españas. Pero lo histórico, lo grandioso, es que esas dos Españas se ponen ese día en pie, fundidas por fin en una sola dentro del Congreso de los Diputados, para recibir al Rey y compartir juntos la materialización del sueño que durante tantos años guardaron en silencio todos los españoles: la reconciliación. Esto fue así. Y esto es lo que celebramos, y con todo motivo, en el día de hoy.
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