Faltan apenas unas horas para que el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, si hace honor a su palabra y deshonor a la Constitución que juró cumplir, declare la independencia de Cataluña.
Esta cuenta atrás hacia el abismo puede pillar por sorpresa a quienes habían celebrado con ingenuo triunfalismo la movilización del domingo en las calles de Barcelona a favor de la unidad de España, una demostración de apoyo que no parece estar afectando un ápice la hoja de ruta del independentismo. Los cientos de miles de personas manifestándose con banderas de España por las calles de Barcelona se han convertido en un molesto espejismo ignorado por la escenografía independentista, más pendiente de su particular cuenta atrás.
Los cientos de miles de banderas de España por las calles de Barcelona se han convertido en un molesto espejismo
Que la mayoría silenciosa, o silenciada, haya salido del armario tiñendo de rojigualdo por un día la vía Laietana ha dado ánimos a quienes la echaban de menos, deseosos de contrarrestar por fin la hegemonía del discurso independentista en la opinión pública catalana y su Govern. Pero no sirve de mucho contra un movimiento cuyo terreno de juego favorito es precisamente la movilización de la sociedad civil.
No se entiende el procés sin el rol que ha jugado el manejo de la calle. La ANC y Òmnium Cultural son las dos organizaciones que han canalizado la ilusión del independentismo en la sociedad civil con maestría. Diada tras diada han ido entrenando poco a poco el método. Que si un año hacemos la mayor cadena humana que recorra Cataluña, que si otro desplegamos cartulinas de colores, que si nos vestimos todos con camisetas rojas y amarillas. Como en El Club de la Lucha, son gente normal y están por todas partes. Llevan años preparándose para esto. El 1-O solo fue el ensayo general. Falta la gran función.
El desafío a la Constitución del Govern de Puigdemont no podría hacer temer por la integridad del Estado si no estuviera arropado por decenas de miles de catalanes que no solo están dispuestos a salir a la calle a defender la DUI, sin tener muy claro ni temer qué pasará el día después, sino que están bien entrenados para ello. Son los mismos ciudadanos a los que no les da miedo que las empresas se estén yendo de Cataluña ante la incertidumbre creada por el procés porque creen que también de eso la culpa la tiene Madrid y todo se arreglará en cuanto sean independientes.
La cuenta atrás continua. Solo faltan unas horas para que Puigdemont pueda proclamar la independencia. No tendrá validez legal, pero hace tiempo que la ley dejó de importarle a este Govern. El objetivo no es aprobar la independencia, sino escenificarla. Y ahí es donde la calle vuelve a cobrar un papel protagonista.
La coordinación de la rebelión dentro y fuera del Parlamento son dos actos que aspiran a legitimarse mutuamente en la misma función. No en vano, antes de ser presidenta del Parlament, Carme Forcadell presidía la ANC que ahora aspira a rodear el Parlament. Están por todas partes. Dentro y fuera.
La coordinación de la rebelión dentro y fuera del Parlamento aspiran a legitimarse mutuamente en la misma función
Su sucesor en el cargo, Jordi Sánchez, es quien ha convocado a decenas de miles de ciudadanos a desplazarse el martes 10 a las seis de la tarde a los alrededores del Parlament, cuando la Junta de Portavoces ha fijado la comparecencia de Puigdemont. Se les llama a celebrar de forma multitudinaria la declaración de independencia que tanto anhelan. Y de paso su presencia servirá para evitarle a Puigdemont arrepentimientos de última hora. Si al president de la Generalitat se le ocurriera no declarar la independencia después de habérsela prometido repetidas veces a las miles de personas que lo aguardan fuera, jugándose el tipo, seguramente tendría que salir de la Cámara en helicóptero. Como, por cierto, tuvo que entrar Artur Mas antes de envolverse en la estelada que nos ha traído hasta aquí. Sería un curioso desenlace, pero no es el que planean los independentistas.
El objetivo más oscuro de esa movilización pacífica convocada por ANC es que haya violencia. La teoría es dificultar con resistencia pacífica que puedan entrar en el Parlament tanto la Guardia Civil como la Policía Nacional si tuvieran que ejecutar una eventual orden judicial de detención a los diputados sediciosos. Pero la estrategia independentista necesita que a las puertas del Parlament se produzcan enfrentamientos entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la población civil allí convocada.
A lo largo de la última semana, desde las multitudinarias protestas por las cargas policiales del 1-O, las decenas de miles de voluntarios inscritos en la ANC han recibido mensajes de ánimo y llamadas a la calma. Recomendaban en sus grupos de whatsapp, en una especie de coaching indepe, dormir ocho horas y no comer con el informativo puesto si se tenía ansiedad. Lo importante, decían, era mantener la calma hasta que se les volviera a convocar. Y el día ha llegado. La gran cita. Frente al Parlament.
Sabe Puigdemont que con una DUI no logrará el reconocimiento internacional. También sabe que el Gobierno de Rajoy no va a quedarse cruzado de brazos cuando desafíe el Estado de derecho. Así que a lo que aspira el independentismo es a crear el caos necesario que fuerce una mediación internacional. Que empiece la función.
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