La independencia no es lo mismo que el independentismo, del mismo modo que no es lo mismo estar jodido que jodiendo. Reivindicar la separación de España era mucho más llevadero que proclamarla porque hay sueños que nunca están preparados para cumplirse.
No hay más que ver cómo se han desarrollado los acontecimientos desde que el Parlament votara en secreto el pasado viernes 27 a favor de la República Catalana. No era un golpe de Estado, era un golpe de efecto. También lo era el vídeo que grabó Carles Puigdemont el sábado desde las escalinatas de la sede en Girona de la Generalitat. Coqueteaba con una puesta en escena institucional que no llegaba a serlo realmente. Era solo un simulacro, para colmo, en diferido.
Igual que la foto en Instagram que publicó la mañana del lunes de un cielo despejado desde el interior de la Generalitat simulando estar en el Palau cuando en realidad para entonces iba camino de Bruselas. Toma el procés y corre.
Por no dar la cara, el ya ex president de la Generalitat ni siquiera acudió el domingo al palco del estadio de Montilivi para ver a su querido FC Girona ganar 2-1 al Real Madrid. Eran las primeras 48 horas de la presunta República Catalana, esas en las que habían prometido que llegaría más de una docena de reconocimientos de gobiernos internacionales, y Puigdemont ni siquiera acudía al estadio a celebrar la única victoria que iba a tener segura ese día. Se ahorraba así tener que añadir a la lista de posibles delitos la de usurpación de funciones si se presentaba en el palco como president, tras haber sido destituido por la aplicación del artículo 155 de la Constitución que fingía no reconocer. Una cosa es llevar tu país al abismo y otra lanzarte al vacío con él.
Así que el lunes, entre tanto trampantojo, la Fiscalía General del Estado anunció que ponía en manos del juez decidir si Puigdemont es solo un rebelde o también un sedicioso, es decir, si se enfrenta a 15 ó 30 años de cárcel. Y supimos entonces de la huida del sustituto de Artur Mas y cinco de sus consejeros a Bélgica para pedirle asilo a Theo Francken, el secretario de Inmigración de la derecha independentista flamenca, conocido por sus meteduras de pata xenófobas.
Que los que se autoproclamaban la resistence contra el fascismo neofranquista hayan ido a pedirle refugio a la extrema derecha belga ha sido interpretado entre las filas independentistas más fieles como una jugada maestra más de Puigdemont. Lo ilustran en sus redes sociales con una foto del Manneken Pis haciendo lo que mejor sabe dedicada a Mariano Rajoy.
Y tal vez el mejor ejemplo del desconcierto no esté en los pasos de Puigdemont sino en los de quienes todavía les apoyan. Tras varios años actuando como un bloque unido pese a sus desavenencias ideológicas, empiezan las divisiones. ERC ha confirmado que irá a las elecciones del 21-D, pero la CUP ha convocado una paella insumisa para ese día, ya que aún no tiene claro qué sentido tiene presentarse a unas elecciones autonómicas si Cataluña ya es una República.
Más preocupante es lo de ANC y Òmnium Cultural, que han organizado para el martes 31 de octubre, en la plaza Mayor de Vic, la primera Botifarrada por la Dignidad. Los independentistas veganos han mostrado su disconformidad con esta fiesta que quiere recaudar dinero con la venta de bocadillos, porque mostrar el rechazo a la vulneración de derechos de los catalanes a costa del sacrificio de los cerdos no les parece oportuno. A ellos no les dieron la oportunidad de exiliarse a tiempo.
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