El mejor ejemplo de que el independentismo catalán es una revolución burguesa, inoculada de arriba abajo, es que a los pedos les llaman flatulencias. Parece ser que en las cárceles españolas dan "una comida muy flatulenta, para entendernos, un cocido de aquellos intensos". Así lo denuncia el ex conseller Josep Rull en una entrevista en Catalunya Radio. en la que relata lo duro que ha sido su paso por la prisión de Estremera.
El problema no solo son los gases. A la lista de agravios denunciados por quienes han acusado tanto al Estado como al Gobierno de iniciar una represión violenta y antidemocrática contra el independentismo, equiparando a España con Turquía, hay que añadirle otros detalles escalofriantes denunciados por Rull: "el primer día" les dieron "unas hamburguesas que estaban tan quemadas que se rompió el tenedor”. Y, por si fuera poco, en la tele de la prisión ponían La que se avecina y Rex, el perro policía. No sé a qué espera el Tribunal de la Haya para intervenir.
Ahora que el ministro Dastis quiere proponer que la Unión Europea revise cómo se tramitan las euroórdenes, podría también pedirles que actualizaran los mecanismos de control de las cárceles, porque en el cuestionario que la Fiscalía belga envió a España para cerciorarse de que las prisiones españolas cumplen con la Carta de los Derechos Humanos olvidaron preguntar cómo de flatulentos eran nuestros garbanzos. Sí que incluyeron una duda acerca de si la comida era "suficiente y de buena calidad", pero no profundizaron en sus efectos en el tránsito digestivo. Normal que en la última marcha independentista en Bruselas hubiera pancartas contra la UE.
Atrás quedaron los tiempos dorados del victimismo independentista, cuando a los ideólogos del procés se les quedó corto el España ens roba y pasaron a denunciar una opresión irrespirable del supuesto régimen posfranquista que no les dejaba más salida que la DUI. Decían que Rajoy iba a sacar los tanques por la Diagonal y que les había amenazado con "violencia extrema" si seguían con la independencia. En palabras de Marta Rovira, la número dos de ERC, "el Gobierno nos amenazó con sangre en la calle" si no se frenaba el desafío separatista tras el 1-O.
Que los independentistas hayan pasado de los tanques a las flatulencias para alimentar su salmo victimista dice mucho del momento que atraviesa esta ideología en vísperas de las elecciones del 21-D. Algo huele a podrido en el procés.
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