Los negociadores británicos con la Unión Europea han estado discutiendo esta semana sobre la cuestión de la frontera entre las dos Irlandas pero finalmente se llegó a un acuerdo en el último minuto aparentemente satisfactorio para todas las partes. Y sin embargo, nada parece haber cambiado en realidad.
Cuando en 2016 el Reino Unido votó dejar la Unión Europea se ignoró por completo un hecho: gobierna sobre una pequeña parte de Irlanda. Es tal la invisibilidad de Irlanda del Norte para Londres que más tarde, cuando la primera ministra, Theresa May, reunió a su llamado “gabinete del Brexit” no incluyó a su ministro de Asuntos de Irlanda del Norte.
Y, sin embargo, la cuestión de Irlanda del Norte, en particular sus relaciones con la independiente República de Irlanda, tenía el potencial de echar por tierra todo el proceso del Brexit.
A pesar de décadas de relativa paz, el estatus de Irlanda del Norte sigue en cuestión, con la demanda del referéndum sobre la unificación aún sobre la mesa. De hecho, aunque la UE no desempeñó un papel relevante en el proceso de paz en sí mismo, la paz dependía, al menos en parte, de que Irlanda del Norte e Irlanda permanecían en la UE y su frontera invisible era irrelevante.
Para añadir caos a esta situación tan compleja, Theresa May convocó unas elecciones generales y fracasó a la hora de conseguir una mayoría suficiente, lo que le llevó a no tener otra opción que buscar el apoyo del Partido Unionista Democrático (DUP), una formación probritánica que no quiere ningún “estatus especial” para la región en la UE.
De repente, cuando el Reino Unido se lanzaba hacia la puerta de salida de la UE, este dilatadamente olvidado territorio británico se colocó en el centro de las negociaciones, con gran pesar de los británicos y no menos satisfacción de la UE.
La República de Irlanda trazó inmediatamente una “línea roja”, que consistía en exigir al gobierno conservador que cumpliera con sus promesas de asegurar que entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda no hubiera frontera. La llamada “frontera dura”, que todas las partes consideran anatema, amenazaba no sólo con hacer renacer de nuevo las pasiones republicanas, sino también con causar estragos en el comercio.
La Unión Europea dio luz verde a la República de Irlanda para que vetara esta cuestión, lo que amenazaba con que el Brexit acabara sin acuerdo de ningún tipo.
El gobierno de Irlanda lo que estaba haciendo era defender sus propios intereses comerciales"
En realidad, una vuelta a la guerra en Irlanda era una perspectiva lejana, pero una frontera dura sí que dañaría las economías irlandesas. El gobierno de Irlanda, pese a lo que digan políticos y tertulianos británicos, no trataba de reunificar Irlanda por la puerta de atrás. En su lugar, lo que estaba haciendo era defender sus propios intereses comerciales. Como gran parte del comercio irlandés con el resto de la UE se realiza a través del Reino Unido la cuestión de las fronteras y de las aduanas fue siempre más allá que una cuestión que competa a los límites de las dos Irlandas.
Queda aún potencial para que se produzca un terremoto político. Irlanda del Norte fue diseñada para tener una mayoría probritánica desde el primer día, pero esto ha empezado a cambiar. El año pasado, el unionismo probritánico perdió apoyos, si bien los republicanos norilandeses aún no cuentan con la mayoría. El Brexit había amenazado con inclinar la balanza hacia los republicanos. Esta semana una encuesta apuntaba que en el caso de un Brexit duro, la mayoría de los votantes norilandeses se inclinarían por la reunificación con la República de Irlanda.
En este aspecto parece que, tal y como se ha anunciado el acuerdo se ablandará el Brexit, de modo que la primera ministra Theresa May ha esquivado las balas. El Reino Unido se ha comprometido a mantener “un total alineamiento” con los elementos relativos al mercado único y aduanero mencionado en los acuerdos de paz de Belfast de 1998.
Algunas voces dentro del unionismo probritánico han mostrado su preocupación, sobre todo el abogado y político Jim Allister, que en declaraciones a la BBC en Belfast, se preguntaba cómo se iban a aplicar estas normas solamente en Irlanda del Norte y no en todo el Reino Unido.
El jefe negociador de la UE, Michel Barnier, ha declarado que esta regulación se aplicará en Irlanda del Norte solamente, no en Gran Bretaña, ni en el Reino Unido, precisamente a lo que se opone el DUP, y lo que dio lugar a que el lunes no pudiera cerrarse el acuerdo.
La ambigüedad marca el juego... como fue con el fin del conflicto: las dos partes se dieron como ganadoras"
Parece ser que la ambigüedad marca el juego, algo que los irlandeses conocen desde hace décadas. De hecho, el acuerdo político que hizo posible el fin del conflicto irlandés se erige sobre este concepto: las dos partes se dieron por satisfechas al consideran que habían logrado ganancias sin que ninguna se declarase vencedora o perdedora. Al menos en este aspecto la diplomacia irlandesa ha llegado a Europa.
Pero la cuestión de fondo es si el Reino Unido se alinea con las normas y regulaciones de la UE pero renuncia a su papel a la hora de crearlas, ¿por qué insistir tanto en salir los primeros? Quizá May, que antes de ser primera ministra se oponía a la salida de la UE, ha logrado algo extraordinario: recurriendo a las exigencias políticas irlandesas ha logrado que se aplique un Brexit blando al Reino Unido.
O quizá no. Más probable, May, que ha tenido una puesta en escena poco afortunada y su equipo se ha mostrado poco preparado para estas complejas negociaciones, es simplemente una víctima de las circunstancias.
Y así llegamos al final del principio: a pesar de lo significativa que ha sido la disputa sobre la frontera irlandesa, solo se trataba de un prerequisito para iniciar la verdadera negociación. Una vez que las conversaciones sobre el acuerdo comercial comiencen en 2018 echaremos la vista atrás a este año y lo veremos como un hito del sentido común y la buena voluntad.
Jason Walsh es periodista y politólogo irlandés, afincado en París.
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