“¿Realmente estoy escuchando esto? [...] ¿El primer ministro israelí está diciendo que dividirá Jerusalén y que pondrá a un cuerpo internacional a cargo de los lugares sagrados?” Este es el recuerdo que plasma la ex secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, en su autobiografía No Higher Honor.
Rice estaba sorprendida al escuchar la oferta de paz de Ehud Olmert que otorgaba a los palestinos la casi totalidad de sus exigencias, incluida la mitad oriental de Jerusalén. La respuesta del aún hoy presidente palestino, Mahmud Abbas, fue el silencio. El rechazo a esta propuesta parece entroncar con esa capacidad e los líderes árabes y palestinos de “nunca perder una oportunidad de perder una oportunidad”, como lo expresara quien fuera ministro de Exteriores de Israel entre 1966 y 1974, Abba Eban.
Al menos en tres ocasiones les fue ofrecido un Estado (1948, 2000, 2008) a los líderes palestinos; y en las tres ocasiones lo rechazaron.
En los últimos años, sintiéndose arropado por la administración Obama, con los vientos de la ONU y la Unión Europea soplando a su favor, y una opinión pública entregada a la “causa palestina”, Mahmud Abbas pareció encontrarse con la estrategia perfecta. Lo que el Washington Post describió en su entrevista con el presidente de la Autoridad Palestina como Abbas waiting game (El juego de espera de Abbas): “Planean sentarse y mirar mientras la presión de EEUU aprieta lentamente al primer ministro israelí“.
La Administración de Trump ha reconocido lo que era un secreto a voces: Jerusalén es la capital de Israel"
Pero el tiempo pasó y cambió el contexto internacional. Ahora, la nueva Administración de EEUU ha decidido reconocer oficialmente lo que ya era un secreto a voces: Jerusalén es la capital de Israel. Si bien es una declaración simbólica bastante poderosa, la realidad sobre el terreno no cambiará.
Israel ya tenía la sede de su Ejecutivo, de su Parlamento y del Tribunal Supremo, además de algunos Ministerios, en Jerusalén, y el cambio de sede de embajada de Estados Unidos tardará probablemente años en realizarse.
Mucho se ha oído y leído en contra de esta decisión – es lo que mayoritariamente se ha ofrecido como material informativo. Entre los alegatos contrarios, uno que resuena más a menudo afirma que se trata de una medida “contraria al derecho internacional”, porque la parte oriental de la ciudad, es "territorio palestino”.
La cuestión es que no hay una legislación internacional que haya otorgado dicha zona de la ciudad a los palestinos. Difícilmente pueda considerarse palestino lo que jamás fue o se consideró como tal. En la partición de 1947, Jerusalén quedaba como un corpus separatum, y un referéndum entre sus habitantes debería decir 10 años después su estatus final – desde fines de 1800 los judíos suponían la amplia mayoría de la población.
La invasión jordana truncó esos planes y dividió la ciudad en lo que hoy conocemos como Jerusalén Oriental y Occidental. Desde entonces, esa cuestión está sujeta a disputa en el marco internacional. De hecho, el presidente Donald Trump no especificó fronteras, e insistió en que este reconocimiento no debe alterar acuerdos futuros entre las partes.
Mas, es preciso hacer hincapié en que esta decisión no es fruto del pronto de un presidente “caprichoso”, sino que responde a una posición de principios consensuada por demócratas y republicanos desde 1995 – cuando el Congreso y el Senado aprobaron una ley que estipulaba que Jerusalén debía reconocerse como capital de Israel.
La discrepancia existente entre políticos norteamericanos radica en lo oportuno o no de dicha declaración. Si no se hizo hasta ahora fue por “intereses nacionales”, es decir, por miedo a las represalias y al estallido de la violencia.
Que provocará inestabilidad en la región… Es difícil no preguntarse dónde han estado estos últimos años aquellos que alzan su voz alertando de que el movimiento de Trump “encenderá la mecha” del polvorín de Oriente Medio. ¿No se han enterado de Siria, de Yemen, de Irak, de ISIS, Al Qaeda, e incontables grupos terroristas? La guerra entre Arabia Saudí e Irán que no está tan fría como para necesitar que la vengan a calentar.
Y sin embargo, sí, lamentablemente es muy probable que haya más violencia. O más bien, que siga. Los dirigentes palestinos ya convocaron Tres Días de Ira y Rabia Popular para protestar por la declaración de Trump. Pero, tan sólo en en este año 2017, también llamaron en abril a un Día de la Ira en apoyo a presos palestinos y en julio a un Día de Furia por los controles de seguridad de Israel en el Monte del Templo/Explanada de las Mezquitas.
Y ni contar las veces que Hamás ha declarado que se han “abierto las puertas del infierno”.
Es de vital importancia que la violencia no se vea recompensada. No se puede ceder al chantaje de su perpetración"
Es de vital importancia que la violencia no se vea recompensada. No se puede ceder al chantaje de su perpetración; ese no es el lenguaje de la política que conduce a la paz. En todos estos años de esperar y de negarse a sentarse a la mesa de negociaciones, el ansiado Estado palestino no llegó; y en su lugar se han lanzado oleadas de ataques sanguinarios contra civiles.
No debe bajarse eternamente la cabeza ante las amenazas y vivir intimidado por el terrorismo. Si los líderes palestinos quieren construir un país, hay que exigirles la responsabilidad que ello requiere.
En este sentido, el Congreso estadounidense aprobó, un día antes de la decisión presidencial sobre Jerusalén, una legislación que, según explicaba el Washignton Post, “restringiría la ayuda financiera que beneficia a la Autoridad Palestina hasta que no tome medidas creíbles para poner fin a lo que los legisladores dicen es una práctica de recompensar a los palestinos que asesinan a estadounidenses e israelíes”.
Por lo pronto, la decisión de Estados Unidos ha mandado un mensaje claro: la inacción de la dirigencia palestina en pos de un acuerdo no les va a dar réditos. Deben mover pieza. Y es muy probable que no estemos más lejos hoy de una solución de lo que estábamos ayer.
Masha Gabriel es directora de ReVista de Medio Oriente.
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