Los ánimos políticos están muy encendidos en Cataluña y eso, que augura una altísima participación el día 21 de diciembre, amenaza también con incrementar el grado de violencia ya existente hasta límites intolerables. La presión que el independentismo más radical lleva años ejerciendo sobre todo aquel que se atreviera a expresar su convicción de que Cataluña es España y su oposición a toda pretensión secesionista ha generado durante años un vacío en la opinión pública que se ha visto incrementado en los últimos tiempos con una presión creciente.
Presión que saltó por los aires el día 9 de octubre cuando casi un millón de personas salió a las calles de Barcelona a expresar a voz en cuello su defensa de la unidad de España y su apoyo a la Constitución. Manifestación que se repitió 20 días más tarde en la capital catalana, lo cual demostró por primera vez en 37 años que el famoso "pueblo catalán" en nombre del que hablaban constantemente los independentistas se dejaba fuera a, por lo menos, la mitad de ese pueblo si no a más. Y demostró también que esa mitad de la población permanentemente marginada, silenciada y atemorizada ante la presión social practicada por los independentistas estaba dispuesta a alzar la voz y, en la medida de lo posible, a no volver a callar.
La mitad de la población está dispuesta a alzar la voz y no volver a callar
Es esa nueva fuerza constitucionalista que se refleja en las encuestas y cuyo crecimiento amenaza por primera vez el control del poder del nacionalismo catalán, ahora trocado en independentismo generalizado, la que está provocando los apuntes de violencia que empiezan a extenderse por todo el territorio catalán. Y no es que estemos hablando de un fenómeno insólito porque yo misma he asistido a acosos violentísimos a ministros del gobierno de Aznar cuando participaban en los actos de campaña. Y también a las agresiones físicas directas contra los miembros del entonces naciente partido Ciudadanos. En ambos casos tuvo que intervenir la policía autonómica para proteger a las víctimas de esos feroces y peligrosos ataques. Y en ambos casos los agresores eran jóvenes militantes de ERC.
Lo que estamos viendo ahora es algo diferente porque por el momento las agresiones están siendo de baja intensidad y con un número reducidos de autores en cada ocasión. Y, sobre todo, porque los incidentes se está produciendo desde ambos lados e incluso se están produciendo respuestas de los no nacionalistas a la propaganda de los independentistas. Es el caso de la retirada de miles de lazos amarillos en petición de libertad para los supuestos "presos políticos" que cubrían la verja del Hospital Clínico de Barcelona y que fue completamente "limpiado" por unas manos anónimas. Una prueba pacífica de que esa mayoría silenciada ya no está dispuesta a seguir callada y quieta. Por lo menos no hasta que las urnas determinen si el independentismo va a seguir dominando en Cataluña o ese tiempo opresivo se ha acabado por fin.
Es de esperar que el nivel de violencia no suba en estos tiempos
No es todavía el momento de hacer sonar todas las alarmas por lo que está sucediendo en materia de agresiones y acosos en la comunidad catalana. Ya digo que episodios más intensos y más violentos se han vivido allí en otras campañas electorales. Pero sí conviene subrayar la reaparición de este fenómeno y, en esta ocasión, el riesgo de que los enfrentamientos se produzcan a varias bandas porque ahora los acorralados han decidido plantar cara a sus agresores. Sólo faltan diez días para la celebración de las elecciones más importantes de la historia de la democracia en Cataluña. Es de esperar que el nivel de violencia no suba en este tiempo tantos grados como para convertir la batalla electoral en un campo de guerra.
Pero lo que evidencia este clima es la existencia de una quiebra profunda en la sociedad catalana, producida por ese independentismo excluyente que pretende, y así lo aseguran sus representantes en cada mitin que celebran, seguir incidiendo en ahondar la brecha a poco que los electores les den la oportunidad de ocupar de nuevo el poder. Y ésa será la gran tarea que tendrán que abordar los constitucionalistas si logran derrotar a los secesionistas por primera vez desde 1980: reinstaurar la concordia ahora perdida.
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