No sabemos cuál ha sido el objetivo de la difusión del vídeo de Mariano Rajoy caminando por la playa y las calles desiertas de Barcelona a sólo 48 horas del 21-D ¿Qué mensaje quiere transmitir? Al presidente se le ve casi de refilón, mirando de soslayo a la cámara, con esa forma de andar acelerada que, probablemente, le venga bien para su forma física, pero que no le hace ningún favor como líder político. Más bien parece que huye de algo. "Amanece en Barcelona y amanece en España. Buenos días a todos", dice alejándose con voz entrecortada. El presidente en soledad, o acompañado por dos personas desconocidas (tal vez dos de sus guardaespaldas). Todo un epílogo para una campaña lamentable que augura resultados desastrosos.
En el cuartel general del PP intentan mantener la moral alta esperanzados en el voto oculto, aunque sus propios sondeos vaticinan un descalabro que rebajaría su representación en el Parlament hasta los ¡seis escaños! Muy lejos de los 19 que logró Alicia Sánchez Camacho en 2012 o incluso los 11 que obtuvo el propio Xavier García Albiol en 2015.
La luz roja se encendió justo tras el debate de La Sexta, cuando se vio que el candidato popular naufragaba en su intento de capitalizar la aplicación del artículo 155. Conscientes del peligro que representa la apelación al voto útil de Ciudadanos, el PP recurrió al alarmismo: algunos escaños populares, si se pierden (en Gerona, Tarragona y Lérida), irían a parar directamente a partidos independentistas, no a las repletas arcas de Inés Arrimadas.
Si el PP se hunde, la posibilidad de conformar una mayoría constitucionalista desaparece. Eso es un hecho. Imaginemos un resultado como este: Ciudadanos, 31 escaños; PSC, 21 escaños; PP, 5 escaños. Con ese escenario, los independentistas lograrían casi con toda seguridad la mayoría absoluta.
Una de las claves, aunque no la única, de esta debacle es el candidato. García Albiol, al que no se le puede reprochar empeño y trabajo, aparece en todas las encuestas como el político peor valorado. El ex alcalde de Badalona da un perfil de hombre duro, intransigente, que le hace poco atractivo para el votante; sobre todo, para los jóvenes. García Albiol responde a un cliché fabricado por los independentistas según el cual la derecha española no pasaría los controles de calidad democráticos.
El debate sobre la idoneidad de Albiol viene de lejos y hay que enmarcarlo en la lucha por el poder entre Cospedal y Santamaría
El debate interno sobre la idoneidad de García Albiol no viene de ahora, sino que se generó tras las elecciones de 2015, en las que el PP perdió ocho escaños y en las que Ciudadanos (todavía capitaneado por Albert Rivera) se convirtió en el primer partido de la oposición en el Parlament con 25 diputados.
La permanencia de García Albiol hay que situarla en el contexto de lucha interna por el poder entre María Dolores de Cospedal (secretaria general del PP y ministra de Defensa) y Soraya Sáenz de Santamaría (vicepresidenta del Gobierno). Cospedal ha defendido a capa y espada a Albiol, como en su día respaldó a Sánchez Camacho. La vicepresidenta ha patrocinado las candidaturas de Enric Millo y Dolors Monserrat, delegado del Gobierno y ministra de Sanidad respectivamente.
García Albiol representa la continuidad de un partido avejentado y ultraconservador en el que los hermanos Jorge y Alberto Fernández Díaz siguen manejando los hilos desde la trastienda. Los dirigentes que han intentado romper el molde, como Ignacio Martín Blanco, han terminado por abandonar, cansados de las zancadillas que les ponían desde su propio partido. Martín Blanco ha recalado en las listas de Ciudadanos.
Al PP le han hecho daño las imágenes de la represión policial del 1-O, lo que, sin embargo, no ha pasado factura a Ciudadanos. Sin embargo, no ha sabido capitalizar el rechazo a 37 años de gobierno nacionalista y atraer al voto urbano más partidario de la unidad de España.
No todo ha sido culpa de Albiol, por supuesto. Al PP le pesa demasiado el fardo de un gobierno que no se ha enterado de lo que estaba pasando en la sociedad catalana y que tampoco supo prever adónde llevaba la deriva independentista, sobre todo tras la ascensión al poder de Carles Puigdemont. Rajoy creía que el auge separatista se desinflaría como un suflé gracias a la recuperación económica, pero ha sucedido lo contrario. También dijo que no habría urnas ni referéndum y hubo urnas y referéndum. Si a eso le añadimos los recortes y los casos de corrupción, tendremos un panorama bastante aproximado de lo complicado que es votar al PP en Cataluña.
Ahora bien, lo que es más difícil de explicar es cómo el mayor y tal vez único activo del gobierno, la actuación del Estado de derecho frente al desafío independentista, le ha sido arrebatado por un partido que compite directamente en su terreno y que le puede robar más de la mitad de sus votantes.
No es, por tanto, de extrañar que Rajoy haya decidido despedirse de esta campaña con un vídeo grabado por un móvil en una ciudad vacía.
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