Lo ocurrido en jueves pasado en Cataluña va a hacer mucho daño al partido en el Gobierno y al propio Gobierno de Mariano Rajoy. Porque sucede que la victoria de Ciudadanos, firme aliado de la decisión del presidente de aplicar el artículo 155 de la Constitución para desmontar el asalto a la ley del antiguo gobierno de la Generalitat, no ha supuesto al partido naranja la menor merma de votos.
Al contrario, su espectacular subida ha colocado a Inés Arrimadas en el número uno de la carrera electoral y no sólo en votos sino también en escaños. Los votantes catalanes que quieren seguir siendo españoles se han sentido más y mejor representados por el partido Ciudadanos que por el PP. Y con esa victoria catalana Albert Rivera ha dado también un salto de gigante en el escenario político español.
Los dirigentes populares deberían apresurarse en hacer un examen descarnado de lo que les está sucediendo no sólo en territorio catalán sino en el resto de España porque, de no hacerlo así, estarían iniciando el camino de un declive general que ya se atisba desde distintos niveles.
Los dirigentes populares deberían examinar lo que está sucediendo en Cataluña
Quizá lo sucedido el 1 de octubre en Cataluña con la pésima gestión de la jornada por parte del Gobierno esté en el origen del alejamiento de buena arte de sus antiguos partidarios en esa comunidad. Este es un asunto del que los medios de comunicación no nos hemos ocupado mucho, urgidos como estábamos por el seguimiento de los acontecimientos que se sucedían en Cataluña sin interrupción y con dosis crecientes de dramatismo y trascendencia.
Pero ahora, pasado el primer tramo de este proceso, hay que subrayar la deplorable manera en que los representantes de la Administración enfocaron el asunto de la convocatoria de aquel referéndum ilegal. Para empezar, porque el CNI, cuya obligación más principal y perentoria estaba en averiguar si iba a haber urnas o no, no solamente nunca tuvo ni la más remota idea de si estaban guardadas en algún lugar, sino que además se atrevió a asegurar a los altos miembros del Gobierno que las tales urnas no existían.
Es decir, se atrevió a asegurar que el referéndum prometido por los independentistas no tenía ninguna posibilidad de celebrarse. Esa equivocación garrafal, gravísima, es la que después dio pie a todos los acontecimientos que se sucedieron sin solución de continuidad y que han culminado con las elecciones del pasado jueves.
Una vez que los miles de urnas hicieron su aparición, hay que preguntarse también por qué razón los probables colegios electorales no estuvieron rodeados y controlados desde primeras horas de la noche anterior de modo que las fuerzas del orden pudieran haberse asegurado que nadie entrara en ellos. Porque no es lo mismo no dejar entrar a la gente que tener que echarla a golpes.
Otra pregunta: ¿por qué se confió tan cándidamente en el comportamiento que fueran a tener unos Mossos d´Esquadra cuyos mandos se sabía positivamente que formaban parte del núcleo más duro del independentismo? Y otra: ¿por qué se ordenó a los agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que cargaran contra la multitud cuando era evidente que se les estaba metiendo en una ratonera? Tan cierto es eso que, pocas horas más tarde, la orden de cargar contra la muchedumbre fue revocada y las votaciones pudieron llevarse a cabo con tanta ilegalidad intrínseca como tranquilidad exterior. Pero la dimensión de los errores cometidos quedó grabada en la memoria de los ciudadanos.
La dimensión de los errores cometidos quedó grabada en la memoria de los ciudadanos
Puede que la catastrófica serie de errores en que incurrieron los representantes del Gobierno ese infausto día 1 de octubre esté parcialmente en la explicación de la derrota sin paliativos del Partido Popular en las elecciones del día 21. Pero hay algo más, mucho más, y es la constatación palmaria de que ese partido ha dejado de representar las aspiraciones de quienes en otro tiempo le apoyaron sin gran entusiasmo pero que siguen queriendo, como siempre han querido, que Cataluña siga siendo España y ellos españoles y catalanes. Pero quien les representa ahora es un partido joven y nuevo, valeroso y audaz. El Partido Popular ha perdido el tren en Cataluña.Y la amenaza para su supervivencia como partido del gobierno es que puede estar perdiéndolo en muchos otros territorios de España.
Para empezar, el PP ya no gobierna en solitario más que en Galicia aunque conserva el poder, pero gracias al apoyo de Ciudadanos, en Madrid, Castilla y León, La Rioja y Murcia. Lo mismo sucede en los ayuntamientos de las grandes capitales desde que en las elecciones municipales de 2015 cedió nada menos que 15 de las 34 capitales de provincia que había conquistado en los comicios de 2011, entre ellas algunas tan relevantes como Madrid, Valencia o Sevilla.
Lo sucedido al PP en Cataluña podría correr el riesgo de convertirse en una tendencia en el resto de las comunidades autónomas pero también puede dañar al propio Gobierno. Mariano Rajoy gobierna en minoría y, en parte por eso y en parte porque el problema catalán ha absorbido la mayor parte de sus energías, lo cierto es que la actividad legislativa en lo que llevamos de legislatura está bajo mínimos: a finales de octubre el balance era de dos leyes aprobadas -una de ellas la de presupuestos- y siete en tramitación.
Lo sucedido al PP en Cataluña podría convertirse en una tendencia en otros lugares
Y ahora se enfrenta el Gobierno a un examen del que puede salir seriamente trasquilado: la aprobación de las cuentas del Reino para 2018. La decisión del PNV de no dar su sí a la ley de Presupuestos mientras el conflicto con Cataluña se mantuviera vivo podría convertirse ahora en un no en vista de los resultados electorales. ¿Le conviene al nacionalismo vasco respaldar las cuentas de un Gobierno cuyo partido ha quedado triturado y vencido por los independentistas catalanes? La respuesta la sabremos pronto pero las perspectivas no auguran nada bueno y dejarían a equipo de Mariano Rajoy en una situación de debilidad aún más acentuada.
Por eso parece evidente que el tropiezo de Cataluña va a tener consecuencias más acá de la demarcación territorial y mucho más allá en el tiempo político. Y sólo llevamos año y medio de legislatura.
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