Que el señor Junqueras no haya comprendido todavía por qué está en la cárcel no es creíble. Que su abogado no se lo haya explicado es menos creíble todavía. Pero lo que es definitivamente inexplicable es la estrategia decidida por ambos para intentar que el juez instructor acuerde su puesta en libertad. Porque ni a la Sala de Apelación del Tribunal Supremo ni al juez instructor les interesa nada cuáles sean sus convicciones religiosas y si está o no comprometido con el civismo y con la paz. Lo que les interesa es la constatación de que todos esos compromisos no parecen incluir el respeto a las decisiones de los tribunales, del Constitucional en concreto, ni su voluntad pasada ni, a lo que se ve futura, de acatamiento a las leyes que rigen en nuestro país.
Porque las razones por las que está ahora mismo en la cárcel son varias, pero la principal y definitiva es que existe el riesgo cierto de reiteración delictiva. Es decir, el riesgo de que, en cuanto fuera puesto en libertad, vaya a cometer los mismos delitos por los que va a ser juzgado previsiblemente antes de que acabe el 2018 y esa sospecha fundadísima se deriva de las declaraciones públicas de otros dirigente de ERC , según los cuales el propósito de su partido -que él dirige desde la cárcel- es aceptar en última instancia que el enloquecido Puigdemont asuma la presidencia de la Generalitat y ponga en marcha, con el propio Junqueras como número dos del futuro govern, la construcción de la república catalana proclamada con plena ilegalidad el 27 de septiembre y a la que el ahora encarcelado no se opuso, como tampoco se opuso a la celebración también ilegal del esperpéntico referéndum del 1 de octubre que el Gobierno de España fue incapaz de evitar.
Si el líder de ERC piensa que con la apelación a su fe religosa puede ablandar el criterio de los jueces está muy equivocado
Es decir, que Oriol Junqueras ha cometido delitos gravísimos por los que va a ser juzgado en un futuro muy próximo y que no hay ningún dato que permita concluir que nunca más volverá a cometerlos porque de sus palabras, de las negociaciones políticas que ERC está celebrando con PdCat y de las alegaciones de su abogado no se puede deducir ni muchísimo menos que se haya comprometido a actuar a partir de ahora dentro de la ley, que sería lo único que podría inclinar a los magistrados, y tampoco eso es seguro, a creerle y a decretar su puesta en libertad provisional. Y hay que subrayar el adjetivo, provisional, porque de lo que no se va a librar el señor Junqueras es de ser sentado en el banquillo por los delitos ya cometidos. Todo lo demás es farfolla y la Justicia se atiene a los hechos, no a la literatura.
Pero como resulta muy chocante que el ex vicepresidente de la Generalitat no sea consciente de que, con esa apelación a sus convicciones religiosas -como si no hubiera habido grandísimos delincuentes y también acreditados golpistas que han profesado una fe profunda- y con su argumento de que así no puede representar a quienes le han votado no va a remover el criterio de sus señorías, no caben más que tres hipótesis: o está pésimamente asesorado si lo que pretende todavía es recuperar provisionalmente la libertad; o espera a una última oportunidad cuando solicite acudir al juez instructor, Pablo Llarena -puede hacerlo tantas veces como quiera- para entregar la cuchara y hacer profesión de fe, pero no en el Altísimo, sino en el cumplimiento de las leyes y la Constitución; o lo que está buscando es el camino del martirologio político, mientras espera a que la opción dislocada de Puigdemont fracase a tiempo para que él pueda regresar envuelto en el aura del independentismo posible.
Los jueces no tienen entre sus características la de la candidez y no están especialmente inclinados al jugueteo
Yo me inclino por la segunda de las hipótesis, es decir por la idea de que está estirando de la cuerda para ver hasta dónde debe hincar la cerviz. De momento, es evidente que no la ha hincado en absoluto. Pero los jueces no tienen entre sus características la de la candidez y no están especialmente inclinados al jugueteo. De modo que, si insiste en intentar convencerles a base de mostrarse como un personaje a medio camino entre San Francisco y el muy católico rey Balduino de Bélgica, ha elegido un camino muy equivocado que se le va a volver en contra. Y su tiempo político no es eterno.
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