En la revista Qué leer ha aparecido no hace mucho una sedicente crítica contra la novela Os salvaré la vida, de la que soy coautor con Rubén Buren, bisnieto de Melchor Rodríguez, protagonista de la misma y conocido como El Ángel Rojo, quien salvó en la retaguardia republicana a miles de adversarios políticos que, de no ser por Melchor y Los Libertos, sus compañeros de la CNT hubieran acabado en alguna fosa común, como las que se cavaron en Paracuellos. La crítica lleva la firma de Gabi Bobé (probablemente un seudónimo, una forma muy “valiente” de tirar la piedra y esconder la mano) y ya se ve por dónde van a ir los tiros cuando hablando de mis andanzas personales escribe: “… fue durante doce años presidente de la Comunidad de Madrid y durante once secretario general de la Federación Socialista Madrileña, pero sus veleidades literarias parece que se han impuesto a su vocación política…”.
Me detendré en mis “veleidades literarias”. Según el DRAE, veleidad es 1) Voluntad antojadiza o deseo vano. 2) Inconstancia, ligereza. ¿Alguien aplicaría este “descalificativo” a una obra que cuenta ya con doce novelas y un número mayor de ensayos?
Otra crítica, esta vez “histórica”, la escribe así: “De Santiago Alba se afirma que era ‘jefe del Gobierno’ cuando el pronunciamiento del general Primo de Rivera instauró la dictadura militar. Pero en septiembre de 1923 el jefe del Gobierno no era Alba, sino Manuel García Prieto”.
Santiago Alba no era el jefe de Gobierno, pero en el momento del golpe de Estado que dio Miguel Primo de Rivera ejercía como tal, pues el Rey estaba de vacaciones en San Sebastián acompañado, precisamente, por Alba como “Ministro de jornada”, es decir, como el más alto representante del Gobierno.
Ahora bien, la peor baba de la crítica se muestra en el “descubrimiento” de que en Os salvaré la vida aparece una descripción (la quema del convento de los Escolapios de Lavapiés) tomada de La forja de un rebelde de Arturo Barea. Me explicaré.
Considero que de todos quienes -y son muchos- han contado su propia visión de la guerra, Barea es quizá el menos subjetivo
Entre la bibliografía consultada para escribir el libro hay una obra, La forja de un rebelde, y su autor, Arturo Barea, que han sido tratados con especial cariño por mí, Joaquín Leguina. ¿Por qué? Porque yo considero que de todos quienes -y son muchos- han contado su propia visión de la guerra, Barea es quizá el menos subjetivo (a pesar de ser una obra autobiográfica) y el menos sectario (pese a haber sido un militante sindical en UGT). Por eso quise que apareciera como personaje en Os salvaré la vida, como un homenaje a él y a su obra y además oír de su boca como personaje “de ficción” algunos de los pasajes que él escribió con autoridad literaria, dolor y sensibilidad política.
Los autores de la novela diseñamos en un primer momento dos líneas narrativas: una de ellas giraba en torno a un muchacho nacido en 1938 y contaba la vida de su familia, donde el padre del chico era un falangista a quien Melchor Rodríguez consigue refugiar en una embajada. ¿Y quién puso a los padres del muchacho en contacto con Melchor? Arturo Barea.
En esa primera versión de la novela, Arturo Barea era un personaje secundario pero fundamental en la línea narrativa que trataba de los avatares de aquel falangista. Barea cuenta con su nombre y apellido pasajes de la guerra que están en su trilogía “La forja de un rebelde”, como es la quema del Colegio Calasancio (donde Barea estudió de niño) y también aparecían párrafos del segundo libro de la trilogía (La ruta) relativos a la guerra en Marruecos, y más concretamente al desastre de Annual.
Ahora se trata de “rebotar”, como es costumbre, la crítica de Bobé e intentar acabar con la honra literaria y con la paciencia de mi humilde persona
Podría haberlo hecho sin esfuerzo alguno, entrecomillándolo incluso, pero me pareció -y me parece- que los entrecomillados en una novela son antiestéticos
Además, el domicilio de Melchor Rodríguez y de su familia (calle del Amparo, 25) estaba a cuatro pasos del abrasado convento calasancio (Calle Tribulete, 14). ¿Cómo desaprovecharlo? Por eso, en la primera versión es Arturo Barea quien le cuenta el desastre incendiario a Melchor y parte de esa narración ha quedado varada, pues meses después de haberlo reproducido en boca de Barea, los autores decidimos eliminar esa línea narrativa, precisamente en la que aparece Barea como personaje, pero los pasajes del incendio quedaron ahí sin que a mí, único responsable de esas lides, se me ocurriera eliminarlos (no sé por qué tenía que echarlos a la papelera) ni reelaborarlos (¿para qué, si me gustaba como los había escrito Barea?).
Podría haberlo hecho sin esfuerzo alguno, entrecomillándolo incluso, pero me pareció -y me parece- que los entrecomillados en una novela son antiestéticos; no así en el ensayo, donde son preceptivos.
Este tipo de préstamos ha sido común en la novela y no tiene nada que ver con plagio alguno. Pondré un ejemplo: Galdós en sus Episodios Nacionales. A este propósito, Enrique Tierno Galván publicó un librito sobre el episodio Montes de Oca, donde señalaba esos préstamos. Pero al hacerlo no buscaba de ningún modo denunciar o desprestigiar a Galdós, sino mostrar las fuentes historiográficas e ideológicas que habían influido en el escritor canario. Pero no es necesario ir tan atrás. En una reciente novela de Pierre Lemaitre, Irene (Debolsillo, 2016), puede leerse la siguiente explicación:
»En el curso de las páginas, el lector quizá haya reconocido algunas citas, a veces ligeramente modificadas. En orden, como se suele decir, de aparición: Louis Althusser; Georges Perec; Choderlos de Laclos; Maurice Pons, Jacques Lacan; Alexandre Dumas; Honoré de Balzac; Paul Valéry; Homero; Pierre Bost; Paul Claudel; Victor Hugo; Marcel Proust; Danton; Michel Audiard; Louis Guilloux; George Sand; Javier Marías; William Gaddis; William Shakespeare.
A este propósito debo añadir que los autores de Os salvaré la vida propusimos a la editorial que al final del texto apareciera una nota como la de Pierre Lemaitre que se acaba de reproducir, pero la editorial consideró que no era necesaria esa aclaración. Ahora bien, los autores hemos repetido en las muchas entrevistas que hemos realizado durante la promoción de la novela que “en nuestro libro hay muchos libros”, como no podía ser de otra manera en un texto que trata de la tragedia española (1936-1939), un periodo que ha sido abordado por una enorme cantidad de autores, tanto de novelas como de ensayos.
En la sedicente crítica de Bobé no hay un solo impulso literario, sino descalificaciones genéricas (“bastante cutre”, “personajes de cartón piedra”) para terminar con una frase muy significativa: “juego sucio”. ¿Por qué? Quizá la explicación esté en el “análisis” político de la persona que firma como Gabi Bobé y que escribe acerca de Os salvaré la vida lo siguiente: “…una visión un tanto maniquea de los hechos, en la que, dentro del campo republicano los comunistas, con Santiago Carrillo a la cabeza –y su supuestos testaferros como el doctor Negrín, jefe del Gobierno-, son los malos de la película”.
Nuestra novela podrá ser todo menos maniquea y en cuanto a Carrillo o Negrín, Bobé no distingue entre las opiniones que deslizan los personajes a través de los diálogos (personajes en su mayoría anarquistas que no querían mucho ni a Carrillo ni a Negrín) y las que puedan sostener los autores de la novela. Aunque Santiago Carrillo no haya sido santo de mi devoción siempre lo he respetado, y en cuanto al doctor D. Juan Negrín, lo considero uno de los socialistas más valiosos y cabales de todos cuantos dirigentes ha tenido el PSOE, a lo que es preciso añadir su alto valor científico como especialista en Medicina y catedrático de la Universidad Central.
Parece que a Bobé le gustan otras novelas sobre la Guerra Civil, y esas sí que son maniqueas. Una guerra donde –según esa visión tan sectaria- se mató a mansalva en la retaguardia franquista (verdad) y donde apenas hubo asesinatos en la retaguardia republican (mentira).
“Las novelas sobre la Guerra Civil han de ser sectarias”, ha declarado no hace mucho una persona que ha escrito varias novelas sobre la Guerra Civil de esas que le deben gustar a Bobé. Una persona –ella y su grupito de influencia- que se han autoerigido en “guardianes de la verdad republicana”, y ¡ay de quien ose poner en cuestión esa autoridad moral e ideológica!… Y yo, al parecer, me he convertido sin pretenderlo en chivo expiatorio de sus odios inquisitoriales, pues soy “ese renegado que está en contra de la memoria histórica”.
En conclusión, “la verdad del caso ha sido/que el matador fue Vellido (Bobé)/y el impulso soberano”. Y con ese “impulso soberano” tuve no hace tantos años (2010) una bronca de campeonato en el periódico El País sobre estos mismos asuntos. A saber: la pretensión de esta secta de reescribir la historia de la Guerra Civil y, de paso, desprestigiar la Transición y la reconciliación que supuso la Ley de Amnistía.
Ahora se trata de “rebotar”, como es costumbre, la crítica de Bobé e intentar acabar con la honra literaria y con la paciencia de mi humilde persona.
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