Empiezan otra vez las sesiones de circo con el parlamento catalán como sede del espectáculo y Carles Puigdemont como estrella principal del esperpento. La cuestión está ahora en tirar de la goma hasta que esté a punto de romperse, todo ello a mayor gloria, protagonismo y supervivencia del ex presidente fugado de la Justicia.
La batalla que ahora mismo se está librando en el seno del independentismo es entre los de dentro y los de Bruselas. Porque ni los dirigentes que quedan de Convergència, ahora PDeCat, están por la labor de seguir haciéndole el juego loco a un Puigdemont que está dispuesto a empujar a sus compañeros de partido hasta caer de nuevo en la ilegalidad, ni los dirigentes de ERC, por su parte, tienen tampoco el menor deseo de seguirle la corriente y volver a caer en la comisión de delitos que ya se sabe que tiene como consecuencia la cárcel. Pero eso a Puigdemont no le importa y sabe que tiene en la mano la llave para forzar a sus socios políticos hasta un punto en el que no se sabe cuál de ellos va a echar antes el freno y a iniciar la marcha atrás o, incapaces de pararle los pies, se terminan lanzándose todos otra vez juntos barranco abajo.
La cuestión está ahora en tirar de la goma hasta que esté a punto de romperse, todo ello a mayor gloria de Puigdemont
La primera señal de que ha empezado su desafío a los suyos propios la dio ayer cuando pretendió que la Mesa autorice que él y los suyos de Bruselas emitan el voto delegado. Se trata de poner en un brete al recién nombrado presidente del Parlament, Roger Torrent, al que pretende humillar de entrada forzándole a acudir a vistarle a Bruselas como si él fuera una autoridad en ejercicio y el otro un lacayo a su servicio. Se trata también de forzar la mano de Marta Pascal -Artur Mas se ha quitado de en medio para que no le aplastara en directo el caso Palau- y de empujar a Oriol Junqueras, Marta Rovira y toda la demás dirigencia de ERC a pasar por sus horcas caudinas caiga quien caiga.
Lo malo para él es que los otros no quieren seguir dándole vueltas a una noria de la que ya se ha demostrado que no van a sacar agua. No quieren volver a desobedecer al Tribunal Constitucional, no quieren poner en pie "la república catalana" en atención al mandato de un pueblo que ha dado la victoria a un partido constitucionalista por más que la ley electoral les haya otorgado la mayoría en escaños. Está más claro que el agua que no quieren volver a recorrer ese camino.
Puigdemont va a seguir teniendo el comportamiento gamberro que lleva exhibiendo desde hace meses
Lo que quieren es iniciar una legislatura más sosegada en la que pueda seguir reivindicando la independencia aunque sin hacer saltar por los aires la legalidad. Pero no se atreven a decirlo en público porque eso equivaldría a romper la apariencia de unidad de objetivos que siguen intentado vender de puertas para fuera pero que ya nadie compra. Están sometidos por las exigencias del autócrata. Le tienen miedo. O tienen miedo a lo que les puede suponer políticamente hacer estallar un enfrentamiento abierto y a la vista de todos,
Por eso Puigdemont va a seguir teniendo el comportamiento gamberro que lleva exhibiendo desde hace meses. Y el hecho de que haya pedido -seguramente exigido como el líder indiscutido e indiscutible que según él mismo es- a Torrent y a la Mesa que le autoricen el voto delegado no significa ni mucho menos que no esté preparando otra treta. La ideal para él sería conseguir presentarse por sorpresa en el parlamento e intentar ser investido allí mismo, sobre la marcha. Sabe que sería inmediatamente detenido y encarcelado pero en ese caso él representaría el papel de líder legítimo democráticamente elegido por la Cámara y luego encarcelado por un Estado que no respeta la democracia y desprecia la voluntad popular.
La ideal para él sería conseguir presentarse por sorpresa en el parlamento e intentar ser investido allí mismo
(Por cierto: ¿por qué ahora todo el mundo dice "escogido" en lugar de "elegido"? Elegir es propiamente nombrar a alguien por elección y ése, y no el otro, es el término adecuado al caso que nos ocupa. Puede que sea resultado de una traducción literal del catalán pero en cualquier caso es una mala traducción que se está poniendo de moda).
Ése del líder democrático conducido a las mazmorras por un Estado opresor sería el escenario ideal para él si aún conserva en la cabeza la ilusión de que la reacción internacional actuaría en su favor, aunque con el serio inconveniente para él de que iría de cabeza al trullo. Pero, dada las muestras que ha ofrecido de su fantasía desbordante, no se puede descartar que cuente con que, en un escenario así, el Estado claudicase y aceptara ese delirante "pacto político" al que ya se ha referido él en alguna ocasión.
Razón no le falta en que encarcelar a un político recién nombrado presidente del gobierno por el parlamento no es una imagen que favorezca a un Estado, por más razones que tenga para ello. Pero habría que pasar por ese trago, todo antes de ceder ante la extorsión de alguien que ha cometido gravísimos delitos y pretende parapetarse detrás de la voluntad popular para salir indemne del trance.
El Gobierno de Mariano Rajoy no puede esta vez permitirse un fallo tan garrafal como el perpetrado el 1 de octubre
Por ese motivo el Gobierno de Mariano Rajoy no puede esta vez permitirse un fallo tan garrafal como el perpetrado el 1 de octubre y de cuyo fracaso se derivan todas las consecuencias que hemos vivido desde entonces. Es decir, bajo ningún concepto se puede permitir que el fugado se presente en carne mortal en el Parlament.
Lo que es seguro es que Puigdemont lo intentará todo: que la Mesa se pliegue a sus exigencias y que ERC y el PDeCat se sometan a sus pretensiones, aunque el recurso del Gobierno ante el TC paralice todo el proceso de formación de un nuevo gobierno y en consecuencia el artículo 155 continúe siendo aplicado en Cataluña durante mucho tiempo más. Pero también puede intentar una aparición estelar estilo Fantomas, el villano maestro del disfraz que triunfó a mediados del siglo pasado, lo cual es más coherente con sus disparatadas posiciones, que se han agravado durante su huida de la Justicia.
El resultado final es que, tras unos años agotadores y una sucesión de tensiones sin cuento, Carles Puigdemont necesita que la fiesta no decaiga porque de ello depende que él sobreviva o se vaya deshaciendo como un azucarillo en el agua. El espectáculo está lejos de haber terminado.
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