Dios mío, qué espectáculo. La batalla ha estallado. Además de no haber gobernado en absoluto en toda la pasada legislatura, se estrenan en ésta, todavía no iniciada, con una gresca interna que ya no ha podido ser disimulada. Y la pretenden resolver en la calle, saltando las barreras de los Mossos y amenazando con tomar al asalto el Parlament. El fugado Puigdemont ha humillado al más alto representante del Poder Legislativo en Cataluña obligándole primero a acudir a Bruselas para acatar sus instrucciones y no cogiéndole esta mañana el teléfono cuando éste pretendía informarle de que, manteniendo su candidatura a pesar de lo que ha establecido el Tribunal Constitucional, había decidido aplazar la sesión de investidura hasta conocer la decisión de este tribunal de garantías respecto al recurso presentado por el Gobierno.
El señor Torrent es miembro de ERC y ese partido ha optado en la práctica por no exponer a sus miembros a la persecución de la Justicia porque ya han visto en qué se traducen los desafíos al Estado de Derecho. Por eso Torrent ha optado, levemente, por atender a las exigencias de la legalidad. Y eso es lo que los de Puigdemont y la CUP no están dispuestos a tolerar: quieren la rebelión, quieren violar las leyes, desobedecer a los tribunales, provocar una crisis que se convierta en imposible de administrar por el Estado. Quieren arrasar la legalidad y esto se parece mucho a una situación prerrevolucionaria. Puigdemont había ordenado a Torrent que se le invistiera hoy en ausencia para obligar al Gobierno a recurrir esa elección, que el Constitucional ya ha prohibido. Y saca a las masas a la calle para que sea la muchedumbre y no el presidente del Parlament la que imponga los pasos a dar.
Mientras sigan secundando al atrabiliario Puigdemont acabarán destruidos como partido y con su gente en la cárcel
Es la hora de ERC. El partido de Junqueras tiene dos opciones y la decisión que tome le situará en un dilema dramático: o se somete a la rebelión total a la que pretende llevarle Puigdemont, siempre a la zaga de lo que él determine en cada momento, y siempre como actor secundario, lo cual llevaría ante los tribunales a un buen número de sus miembros, o se planta y sigue su propia senda que pasa -lo cuentan ellos mismos en una asustada voz baja porque no se han atrevido todavía a levantarla- por plantarle cara al tiránico y arbitrario ex presidente de la Generalitat y empezar a poner en marcha su proyecto, que incluye recuperar el poder autonómico y mantener una relación tensa y difícil con el Gobierno central pero siempre dentro de la legalidad. Esta es la verdad. Pero si siguen secundando al atrabiliario Puigdemont acabarán destruidos como partido y con su gente en la cárcel, mientras el otro agita el clima político, ayudado por la ANC que se encarga de la acción tumultuaria como la que esta tarde hemos visto en los alrededores del Parlament cuando los Mossos han tenido que replegarse porque no iban preparados para enfrentarse con éxito a la presión de las masas. Hasta que le han visto las orejas al lobo de esa manifestación "no violenta" y han tenido que ponerse los cascos, coger las porras y cargar.
Puigdemont está dispuesto a forzar las cosas hasta llegar a unas nuevas elecciones. Y eso sería la muerte de ERC
Puigdemont sabe perfectamente que la independencia y sus ilegales leyes aprobadas ilegalmente en el mes de septiembre están muertas y arrumbadas en el basurero de la Historia, pero está dispuesto a forzar las cosas hasta el límite de lo imposible, incluida la opción de llegar a unas nuevas elecciones. Y eso sería la muerte de ERC porque entre esos irreductibles del ex president produce gran entusiasmo la idea de la desestabilización general y no están interesados en recuperar la normalidad de la acción política constructiva. Sólo tienen como programa la protesta, la desobediencia, el vuelco del barco. De ese escenario ERC siempre saldrá dañado y disminuido. Es el dilema que deberá abordar más pronto que tarde porque le va la vida en ello.
Mientras tanto, los Mossos siguen ante la muchedumbre que quiere asaltar el Parlamento catalán y puede que lo consigan. Pero la ANC ha desconvocado la manifestación porque tiene miedo de que el levantamiento se le vaya de las manos: los pacíficos manifestantes ya habían derribado el primer frente de vallas y el segundo podía caer en cualquier momento, y al otro lado estaba ya el Parlament. Y también porque este espectáculo no hace sino perjudicar a sus procesados y sus encarcelados.
Mientras contemplamos la tremenda escena de los diputados saliendo fuertemente protegidos por la policía autonómica, el Gobierno espera y observa. Y mientras tanto, el artículo 155 sigue y seguirá en aplicación durante todo el tiempo que sea necesario. Tranquilidad, pues, desde este lado de la tormenta.
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