Oí hablar por primera vez a Enrique Tierno Galván en 1967 ó 1968, con ocasión del cierre de Ceisa, donde yo impartía clases de Demografía gratis et amore, como todos allí. Fue éste un proyecto universitario que quiso aprovechar como resquicio legal la Ley de Sociedades Anónimas, pero, claro, la dictadura no era proclive a sutilezas jurídicas y suspendió las actividades de Ceisa. En aquella reunión funeral, en la que concluyó la aventura, Tierno se mostró muy dolido. Un enfado explicable que, a pesar de ello, me sorprendió, aunque debo aclarar que fue una sorpresa agradable.
Durante las sesiones de los Pactos de la Moncloa sí tuve ocasión de saludarlo y de charlar un rato con él. Tierno salía entonces de una operación ocular a causa de un desprendimiento de retina que, por desgracia, no sería el último. Llevaba, por esta causa, unas gafas de lentes oscurísimas que daban a su rostro un aire parecido al que tienen algunos ciegos. Verlo así le suscitó una broma cruel a un compañero del PSOE, que conducía el coche en el que íbamos Felipe González y yo. Dijo con el acento andaluz que le era propio: “Ahí va la Niña de la Puebla” (1).
Nunca quiso ser un alcalde al uso ni ocuparse de "minucias municipales" pero tuvo claro que dejaría su impronta
El PSP (Partido Socialista Popular), que lideraba Tierno, vio sus expectativas electorales muy mermadas el 15 de junio de 1977 (un voto de “calidad”, argumentó entonces Tierno). Su representación se redujo a cinco diputados, con lo cual el PSP se quedó sin grupo parlamentario, pasando a engrosar el grupo mixto. El proceso de fusión con el PSOE quedó abierto y a ese fin se dedicaron algunos connotados militantes de ambas formaciones, por ejemplo, José Bono. Cuando esta fusión, al fin, se produjo, Tierno fue cooptado para encabezar la lista del PSOE en las ya próximas elecciones municipales en el Ayuntamiento de Madrid.
Fue poco antes de aquella primeras elecciones municipales (1979) cuando Tierno me sorprendió con una declaración: “Yo pretendo ser un director de orquesta”. En efecto, Tierno nunca quiso ser un alcalde al uso. Ocuparse de “minucias municipales y espesas” no era lo suyo, pero siempre tuvo claro que dejaría su impronta en aquel cargo. Trabajar a sus órdenes resultaba cómodo, pues raramente ponía pegas a los proyectos que se le presentaban.
La Alcaldía fue durante su mandato una relación simbólica entre los ciudadanos y el alcalde
Tierno, nacido en 1918, acababa de ingresar en la sesentena cuando fue elegido alcalde. Era un hombre maduro, pero, desde luego, no era viejo. Sin embargo, se le conocía como el Viejo Profesor desde que cumplió los cuarenta. El envejecimiento como coquetería, con su permanente terno gris de chaqueta cruzada con camisa blanca y corbata oscura que formaba parte de ese juego. El color del traje era el mismo, pero tenía en el armario una docena de ellos, todos aparentemente iguales, aunque los tejidos eran distintos: de verano, de entretiempo, de invierno. (Tuve ocasión de verlos un día que lo fui a visitar a su casa de la calle de Ferraz y Encarnita, su esposa, no recuerdo a cuento de qué, me los mostró).
Tierno buscó, y consiguió, transformar el hecho de haber sido elegido alcalde de Madrid en una forma de expresión. La Alcaldía fue durante su mandato una relación simbólica entre los ciudadanos y el alcalde. La relación descrita tenía, tras los bastidores, una explicación real. Allí Tierno conocía, con suficiente precisión, lo que pasaba en la administración municipal. En el tiempo en que fui concejal, no hubo ninguna decisión de importancia en la que el alcalde no interviniera. Sin embargo, Tierno siempre buscó y encontró una expresión para cada proyecto. Esa expresión fue, en la inmensa mayoría de los casos, beneficiosa para el personaje y también para la Corporación Municipal.
En el tiempo en que fui concejal no hubo ninguna decisión de importancia en la que él no interviniera
De los bandos, bien conocidos, que Tierno se gozó en redactar, no me resisto a reproducir –a guisa de recordatorio- un párrafo en el cual, con ocasión de los Mundiales de 1982, definió el balompié y que, si la FIFA tuviera sentido del humor, ya habría introducido en sus reglamentos:
»Football, expresión anglicana, que en nuestro común castellano equivale a que 11 diestros y aventajados atletas compitan en el esfuerzo de impulsar con los pies y la cabeza una bola elástica, con el afán, a veces desmesurado, de introducirla en el lugar solícitamente guardado por otra cuadrilla de 11 atletas, y viceversa.
Para nosotros, los jóvenes universitarios de izquierda, Tierno era un profesor antifranquista de Derecho Político, en Salamanca, del que no habíamos leído casi nada. Y no lo habíamos leído porque él no escribía manuales (ni marxistas ni de los otros), aunque he de confesar que su ensayo Por qué soy agnóstico sí que lo habíamos hecho circular incluso a ciclostil. Pero un día, estando en el Ayuntamiento, Tierno me regaló un librito suyo en torno al Episodio Nacional Montes de Oca de Galdós. Naturalmente, lo leí, y me impresionó porque, la verdad, no me esperaba una cosa tan buena.
El franquismo y el pensamiento de carril impidieron que su potente talento nos llegara como hubiera sido necesario
Fue a partir de ahí cuando empecé a mirarlo con otros ojos, con los ojos de la admiración intelectual. Volver ahora, como estoy haciendo para escribir estos recuerdos, a su libro Acotaciones a la Historia de la Cultura Occidental, un ensayo publicado en 1964, me lleva a la conclusión de que Tierno, aún hoy, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, sigue estando infravalorado como intelectual. Primero el franquismo, que todo lo tapaba, después su dedicación a la política, y, siempre, el pensamiento de carril, que tanto daño nos hizo, impidieron que su potente talento nos llegara como hubiera sido necesario. Sus obras completas, que se están publicando y que recomiendo, pretenden llenar ese vacío. Ojalá lo consigan.
(1) Dolores Jiménez Alcántara (1909-1999), actriz de teatro y de cine y famosa cantante de flamenco y copla. Un colirio en mal estado la dejó ciega a los tres días de nacer. A causa de su ceguera siempre ocultó sus ojos tras unas gafas con los cristales negros.
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