No hace falta gastarse millones de euros en un programa de alfabetización financiera para explicar que las rentas vitalicias son rentas para toda la vida. Se entiende, ¿no? Otra cosa es que se pueda explicar más sencillamente qué son, cómo se financian y para qué sirven exactamente las rentas vitalicias. Vamos allá.
Las rentas vitalicias no son sino una manera de transformar un esfuerzo dado de acumulación de patrimonio y/o derechos económicos en una corriente de rentas a percibir a partir de un momento dado (por ejemplo, el de la jubilación) y hasta el final de nuestros días.
Como están aseguradas, por contrato, nos protegen contra la incertidumbre de una vida larga, transformando dicha incertidumbre en la certeza de que no sobreviviremos a nuestros ahorros, incurriendo en la pobreza de ser este el caso. Además, operan esta transformación mutualizando el riesgo de longevidad, es decir, logrando que las vidas más largas de los titulares se compensen con las vidas más cortas.
En esta mutualización es crucial que haya, al menos idealmente, tantos casos de personas que sobreviven a la esperanza de vida media como de las que no sobreviven. De ahí, que muchos expertos y académicos propugnen que las rentas vitalicias sean obligatorias en determinados casos o que, una serie de incentivos “conductuales” las hagan cuasi-obligatorias, para evitar que el mercado se atiborre de titulares que esperan vivir más que la media.
Las rentas vitalicias son hoy el mejor complemento de las pensiones de la Seguridad Social
La Seguridad Social, desde sus orígenes hace más de 130 años, instrumentó muy eficazmente estos principios y las pensiones, de hecho, son rentas vitalicias concedidas contra el esfuerzo obligatorio de pagar cotizaciones. Pero… no son rentas actuariales. Es decir, no hay apenas correspondencia entre lo aportado y lo percibido. Lo segundo es casi dos veces mayor que lo primero. Por eso son, hoy, insostenibles.
El que la Seguridad Social no sea sostenible no debería sorprendernos, pero es una mala noticia. Ello, no obstante, no invalida las ventajas de un producto tan sólido como las rentas vitalicias instrumentadas mediante contratos de seguros, actuarialmente ajustados, competitivos y adaptados a las necesidades de cada suscriptor de los mismos.
Las rentas vitalicias son, hoy, el mejor complemento de las pensiones de la Seguridad Social a medida que estas se ajustan, mediante sucesivas reformas, camino de su sostenibilidad. Estas reformas, ya es una realidad, van a erosionar poco a poco el poder adquisitivo de las pensiones públicas, como ya ha venido sucediendo desde hace décadas en muchos países occidentales. Ello es así, porque la resistencia al ajuste progresivo de la edad de jubilación al avance de la esperanza de vida obliga a que los gastos deban acompasarse a los ingresos disponibles.
En 1900, la edad de jubilación estaba entre los 65 y los 70 años en todos los países europeos desarrollados, mientras que la esperanza de vida al nacer no llegaba a los 40 años y era de menos de 10 años a la edad de 65. Hoy, al nacimiento, la esperanza de vida es superior a los 80 años, mientras que a los 65 todavía quedan más de 20 años de vida. Pero la edad de jubilación no se ha movido ni un solo mes.
En el estudio que hemos dirigido para Unespa, estimamos que la pérdida de poder adquisitivo de una pensión media de jubilación para un trabajador o trabajadora que se jubile en la actualidad, equivaldría a unos 350 euros al mes, en media. Esta merma se debe, especialmente, a la aplicación del Índice de Revalorización de las Pensiones (IRP), al avance del periodo de cómputo de la base reguladora y a la aplicación del Factor de Sostenibilidad (FS) en un contexto de inflación al 2% anual, y sería progresiva, 0 euros el primer mes y unos 700 el último mes de una vida típica de jubilado.
Este efecto microeconómico se trasladaría poderosamente al conjunto de la economía. Pues la consiguiente caída de la demanda agregada de consumo interior provocaría (al horizonte 2035, en media anual) un descenso del PIB del 1,6% y la pérdida de 330.000 empleos.
La pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas tendría un efecto muy poderoso en la economía
La manera de evitar este impacto macroeconómico es justamente movilizar el ahorro previsional para la constitución de rentas vitalicias complementarias de jubilación que proporcionen exactamente el poder adquisitivo perdido por las pensiones públicas, que, con este ajuste, sí serán más sostenibles.
Para obtener una renta vitalicia equivalente a los 350 euros mensuales mencionados será suficiente una prima única de unos 63.000 euros (sin capital remanente al fallecimiento). Este capital equivale, a su vez, a la tercera parte del patrimonio inmobiliario de una familia encabezada por una persona jubilada en España. Pero también puede acumularse este capital mediante aportaciones periódicas realizadas a cualquier producto de ahorro previsional, calificado fiscalmente, durante la vida activa.
Sin duda, la Seguridad Social española, como ya lo ha hecho en otros países avanzados, encontrará su vía hacia la sostenibilidad, pero no sin ajustes que no van a ser recibidos sin disgusto por la población. Pero no es hora de preguntarse qué puede hacer por nosotros la Seguridad Social, sino de preguntarse qué podemos hacer nosotros por la Seguridad Social. Esta lleva más de un siglo prestando enormes servicios a la sociedad, más allá de sus capacidades. Está exhausta.
Iratxe Galdeano es socia de Afi y responsable del área de Seguros
José Antonio Herce es profesor de Afi Escuela de Finanzas
Ambos han dirigido el estudio de Afi-Unespa Soluciones para la jubilación. Defensa y fomento de las rentas vitalicias
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