En la distancia que hay desde esa sentina de bragas fumigadas, cubatas con el dedo dentro y billetes ratoneros, manejada por Francisco Javier Guerrero, hasta el bolígrafo con funda de escalímetro de Magdalena Álvarez, ahí se puede contemplar todo el tamaño de los ERE. Porque en los ERE hay zapadores, crupieres y recogemigas, y hay geómetras, pensadores y arquitectos. Todo un escalafón digno de la República de Platón. Ella, ciertamente, no tocaba el dinero, sino sólo sus formas platónicas.

Con su soberbia de abadesa o gobernanta, Magdalena Álvarez es como la madrasta arquitecta de los ERE. Con ella se ideó la fórmula o el esquema, como el que imagina por primera vez el átomo o el aeróstato, o la forma sencilla, tonta y utilísima del chupachups: la transferencia de financiación. Hasta dictó en una orden, más tarde, las normas que recogían ese concepto, como llegó a señalar la juez Alaya, ante la que declaró en su día en lo que pareció un encuentro de exesposas.

Con ese truco de la transferencia de financiación, una agencia instrumental, de ésas hechas para la publicidad y el cursillismo, de las que organizan ferias de la tapa para emprendedores y sacan dípticos con mucho desarrollismo y aerogenerador, se convertía de repente en pagadora de ayudas sociolaborales directas y otros regalitos, saltándose la fiscalización previa. Ésa es la obra maestra de Magdalena Álvarez, la argucia que los autos y la fiscalía recogen como el ADN de los ERE, el mecanismo automotriz que permitía la arbitrariedad y la opacidad en el reparto del dinero público.

Magdalena Álvarez, que ha sido ministra por elevación, consejera/Demiurgo de la Junta y ha estado por las fuentes y bancos de Europa, esa fresquera de políticos intercambiables, premiados o castigados con el aburrimiento o el ego de maletines y membretes gordos como códices, tiene un gran currículum de práctica, aguante, cabreos, altanería y sopapos. En la comisión de investigación del Parlamento andaluz, llegó a contestar a una diputada con un “no me acuerdo, hija”. No es fácil ganarle un debate, y eso es un poco lo que intentó hacer en su declaración, un debate parlamentario sobre presupuestos, de ésos que parecen el cántico goteante de la lotería de Navidad, y en los que ella domina no ya los números, mentirosos o no, sino la nomenclatura, el tono y el tempo, como un hipnotizador.

En su declaración se atrevió a marear al pobre fiscal saltando de los reglamentos a la aritmética, del vademécum a la ambigüedad, del dato correcto al innecesario

Se atrevió a dar lecciones presupuestarias, a dictar manuales y a marear al pobre fiscal saltando de los reglamentos a la aritmética, del vademécum a la ambigüedad, del dato correcto al innecesario, de la interpretación al escape centrífugo, todo con un lenguaje de opositor embarullado, en el fondo muy estudiado, como las peroratas de Cantinflas. Y, al final, para terminar negando que conociera cómo se ejecutaban las partidas. Y hasta lo que le dijo a Alaya. Es decir, otra que intenta demostrar que sabe tanto que no se enteró de nada. Se le olvida también que uno no diseña un reloj tan primorosamente luisino, como hizo ella, para no darle cuerda.

Magdalena Álvarez estuvo más nerviosa y menos flamenca que otras veces, pero aún se le ve esa cara de ofendida almidonada del PSOE andaluz, no sé si invento suyo o de Chaves, y que es una mezcla de dignidad de intocable y de asco exquisito del aristócrata fastidiado. Yo creo que es la cara de la familia, la que demuestra que todo se hace en familia, que se comparte o se sufre en familia, sea la receta de los ERE o la amnesia de la abuela.

Sin Magdalena Álvarez, Guerrero no habría tenido bolsillos de payaso ni nada con qué llenarlos, más que con confeti o pescado frito. Por eso el caso de los ERE es más como una escalera de musical que como un asalto de butroneros. La pirámide platónica un poco verbenera, con filósofos pasantes y desganados arriba, soldados y mercaderes ambiciosos en medio, y abajo el pueblo esperando que caiga algo por la simple gravedad. Toda una arquitectura aceitosa de la política y del mundo.