Como ha sucedido en muchas elecciones de los últimos dos o tres años en países importantes, como en el referéndum del Brexit en el Reino Unido, las presidenciales en Estados Unidos, las francesas en las que venció Emmanuel Macron, o las celebradas en Alemania, también las elecciones italianas del 4 de marzo 2018 presentan oportunidades y riesgos.
Los riesgos superan a las oportunidades, si hacemos caso de una mayoría de comentaristas italianos. Personalmente creo que las instituciones de la democracia italiana y los responsables institucionales, en particular el presidente de la República y el Tribunal Constitucional, podrán hacer frente a los riesgos y optimizar las oportunidades.
Ninguno de los partidos o coaliciones se merece la mayoría absoluta en el próximo Parlamento"
El primer riesgo, y el más probable, es que ninguna de las tres coaliciones -según el orden en el que están situadas en los sondeos: el centro derecha; el Movimiento 5 Estrellas; y el Partido Democrático y sus pequeños aliados- obtendrá la mayoría absoluta en escaños en el próximo Parlamento. Añado que ninguno se merece esta mayoría absoluta.
El presidente de la República, Sergio Mattarella, tendrá entonces que elegir a quien considere capaz de formar una coalición de gobierno. Sería la oportunidad de dejar de lado a Matteo Renzi, otra vez derrotado, y a Silvio Berlusconi, que lleva demasiado tiempo en la escena política y que además no podrá optar a ningún cargo debido a una condena por fraude fiscal.
El segundo riesgo para el sistema político es que el Movimiento 5 Estrellas sea el más votado y obtenga el mayor número de escaños, si bien no sean suficientes para llegar a la mayoría absoluta. Sería la oportunidad de ver a los 5 Estrellas obligados a reconocer la necesidad de encontrar aliados con los que tejer una coalición, basada en un programa compartido, por ende pactado, que no podrá reflejar integralmente su ideario.
Con tal de no volver a votar, lo que pondría en riesgo su escaño, un buen número de diputados se dejaría seducir por Berlusconi"
El tercer riesgo es que gane el centro derecha liderado por Berlusconi -que increíblemente cuenta con el apoyo de los populares europeos- sin que él tampoco tenga la mayoría absoluta de los escaños. Obligado a buscar apoyos en el Parlamento, y si los votos que necesita son pocos, Berlusconi podría encontrar apoyos entre los diputados de los partidos más pequeños, entre los desencantados de los 5 Estrellas o, en menor medida, en el Partido Democrático, cuyos diputados ya ha definido como “apuntaladores”.
Con tal de no volver a votar en breve, lo que pondría en riesgo su recién ganado escaño, un buen número de diputados podría dejarse seducir por las sirenas de Berlusconi. Como alternativa, Berlusconi podría apostar por una gran coalición de "amplios acuerdos” (aunque los números parecen indicar que estos acuerdos podrían no ser suficientemente amplios) con el Partido Democrático de Renzi.
En virtud de la nueva ley electoral, tanto Berlusconi como Renzi han podido elegir a todos sus diputados y senadores. Ellos saben a quién le deben su escaño actual, a quién tendrán que pedirlo mañana para volver a ser reelegidos, y podrían acabar aceptando una coalición Berlusconi-Renzi, pero ¿quiénes se sumarían?
Los anteriores gobiernos de Berlusconi no fueron satisfactorios y terminaron en 2011 de forma dramática y repentina"
Las oportunidades de esta potencial tercera solución son difíciles de evaluar. Los anteriores gobiernos de Berlusconi no fueron en absoluto satisfactorios y terminaron en 2011 de forma dramática y repentina. El senador Mario Monti se hizo cargo de un gobierno independiente de los partidos.
Ni siquiera el mandato agresivo y antagónico de Matteo Renzi puede ser juzgado de forma positiva. Al contrario, en virtud de sus defectos y límites, ha podido beneficiar a su sucesor, Paolo Gentiloni, que no ha hecho nada nuevo o relevante, pero ha tenido un estilo de gobierno para nada irritante o urticante, más bien tranquilizador.
De este modo, la oportunidad podría presentarse con la continuación de la experiencia de gobierno de Gentiloni, un ex democristiano. Sería el garante, para los europeos y en particular para el descuidado presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker, de que habrá -por lo menos durante un tiempo- un gobierno de continuidad y “operativo”. Esta última opción es la más difícil de poner en práctica pero a su vez podría aglutinar el consenso de casi todos los partidos y de una consistente mayoría de los diputados.
Desde hace más de 20 años, todos los presidentes de la República italiana han ejercido un papel político e institucional decisivo. Lo han hecho de manera sabia frente a un sistema político sustancialmente desestructurado, con partidos personalistas, mal dirigidos e incapaces de proponer programas de largo recorrido.
Ningún escenario contempla un descarrilamiento populista, autoritario ni el colapso de la democracia en Italia"
Aunque el presidente Mattarella no querrá admitirlo y seguirá insistiendo que todos los gobiernos son “políticos”, desde su autoridad podría llegar a indicar a los partidos qué gobierno deben apoyar, nombraría al presidente del Gobierno e inspiraría los nombres de ministros valedores de áreas culturales y no tanto de partidos específicos. Serían personalidades competentes, capaces de tener las riendas de la economía y de formular una verdadera política europea/europeísta. Un "gobierno del presidente", al fin y al cabo.
De nuevo, este “gobierno del presidente” tendrá que enfrentarse a la tremenda asignatura pendiente: una reforma de la pésima ley electoral en vigor que es parte del problema y no ha sabido ofrecer una solución aceptable para las coaliciones, los candidatos al Parlamento o la formación de un gobierno.
Los escenarios aquí dibujados son todos plausibles y factibles. Ninguno contempla un descarrilamiento populista, autoritario ni el colapso de la democracia en Italia. De todas formas, la política italiana continuará siendo fea y la calidad de la democracia seguirá siendo modesta. Ambas reflejan una sociedad que, en su conjunto, no consigue expresar nada mejor.
Gianfranco Pasquino es profesor emérito de Ciencia Política en la Universidad de Bolonia. Autor de Final de partida El ocaso de una república (2013), Partidos, instituciones y democracia (2014) y Deficit democratici (2018). Junto a Norberto Bobbio y Nicola Matteucci es codirector del Diccionario de Política.
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