Pep Guardiola es, en el fútbol, como un dandi de gastrobar. Poca cosa, pero el único que sabe sostener el tenedor como un perfume y ponerse los zapatos, allí entre un montón de millonarios a los que los trajes les quedan como pijamas de niño. Eso ya es un rango, como ser un poco argentino. E impresiona mucho a la chavalería, a los abonados de bocata y a las enamoradas de domingo, que son como enamoradas de misa. Guardiola, en el fútbol, es como el cura guapo que toca la guitarra, y es entonces cuando la teología/ideología, en este caso el secesionismo, se hace carnalidad, tentación, morbo, cuaja en el infantilismo o edad del pavo indepe, y su iglesia ya ha ganado un alma.
Guardiola es un misionero embarcado. Es un mosquetero con una flor de lis. Es un tuno sublimado del independentismo. Es alguien con una misión, y a veces esa gente tiene que asumir cierta ridiculez, como el que asume una tonsura, un bigote de guardia o una media de bandurrista. El lazo amarillo no le importa como tontada, mentira, provocación o churro pegado en su solapa de dandi, porque Guardiola es un hombre con una misión y nos va a dar la serenata queramos o no.
El procés, como movimiento total o totalitario que es, lo usa todo, lo ocupa todo, lo moviliza todo, personas, instituciones, espacios y palabras. Un niño comiendo tiza es un soldado, una pancarta en el ayuntamiento es un crucifijo guía, el parlamento es una cantina de milicianos, la democracia es sólo democrático linchamiento, y la calle es un estadio de Riefenstahl.
Y cómo no iban a usar el fútbol, una religión que ya está ahí hecha, que ya tiene pueblo, esencia, comunión y dioses
No digamos ya un estadio de Riefenstahl de verdad, que es lo que es el Camp Nou cuando la gente canta con los altavoces y parece esperar banderas desplegadas por zepelines de un pasado/futuro. En un movimiento totalitario, todo es política, aunque en realidad no haya política, sólo uniformidad. Y cómo no iban a usar el fútbol, una religión que ya está ahí hecha, que ya tiene pueblo, esencia, comunión y dioses que admiten más dioses. Meter la política en el fútbol sólo le puede sorprender a quien aún no entiende la fuerza y la desvergüenza de la determinación independentista. Cómo despreciar esa gran máquina de sintonizar masas, capaz de prender como una llama olímpica el egregor sedicioso (el independentismo tiene mucho de magufería, en su estética y en sus falacias).
El Barça hace ceremonias indepes como cosas de Testigos de Jehová. Ya es su propio Real Madrid del franquismo, con su franquismo antifranquista, tan curioso. Pero lo del lacito de Guardiola no es tanto como si Paco Gento llevara banderita, sino como si la llevara Marisol. Guardiola ha cogido un papel de Marisol en tierra extraña, allá por Manchester. Explicar España fuera siempre es difícil. O fácil, porque suele colar todo: que los toreros bailan por la calle o que aquí hay una dictadura de esos toreros con presos políticos como gitanas raptadas. Guardiola lleva lacito, que quizá es como si llevara montera. Algo muy español debe de ocurrir en España, pensarán en Inglaterra, y Guardiola aprovecha para contarles que los toreros, los toros, los guardias civiles, los flamencos y los estanqueros se matan de una manera goyesca o hemingwaiana.
El totalitarismo como intención humanitaria ya es bastante repugnante
Allí no quieren política en el fútbol, pero Guardiola argumenta que no es política. Se ha atrevido a comparar la defensa de su causa (ese humano derecho a apropiarte del Estado y de la leyes por un ataque violento y sentimental) con esos lazos que conciencian sobre el cáncer o el sida, esas como mariposas de la enfermedad que se te posan para que sientas la levedad quebradiza de otras vidas. El totalitarismo como intención humanitaria ya es bastante repugnante. Ponerlo al lado de los colores del dolor, del pinchazo finísimo y azaroso de la rueca de la muerte, es además esclarecedor.
Todo sirve. El fútbol como bombonera del odio y un lechuguino de paragüería y quiniela con un espárrago podrido en el ojal, buen símbolo de su visión pervertida de la democracia, la libertad y el sufrimiento (él, que cobra de un jeque). Ahora que caigo, Guardiola lo que tiene, después de todo, es algo de Dorian Gray a patadones.
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