Cómo no conmoverse con la noticia de la desaparición y muerte del pequeño Gabriel. Entiendo y comparto el dolor de miles de personas que han vivido, casi como si fuera suyo, el drama de la familia, su angustia, su desesperación. El pescaíto ha sido nuestro particular Aylan, cuyo cadáver en una playa de Turquía conmovió las conciencias de muchos europeos sobre la dimensión humana de la inmigración.
La cuestión es la sobreexposición mediática que ha tenido este suceso. El uso y abuso de este caso para lograr mayores cotas de audiencia. Los periodistas deberíamos reflexionar sobre nuestro papel y nuestras obligaciones.
Tras la detención de la presunta responsable de la muerte del niño se han producido dos hechos que ponen de relieve las nefastas consecuencias de dicha avalancha. Por un lado, hemos visto las imágenes de centenares de personas pidiendo venganza; incluso ha estado a punto de producirse una agresión en plena calle contra la detenida, que las fuerzas de seguridad han conseguido evitar a duras penas. Por otro, Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, ha tenido que llamar a la calma, a no propagar el odio, en un mensaje difundido a través del programa de Carlos Alsina, lleno de sensatez y sentido común.
Ha habido una sobreexposición mediática que ha favorecido la difusión de mensajes de odio, que ha sacado lo peor del populacho cuando se desatan las pasiones
Muchas de las personas que piden el linchamiento de la presunta homicida ni siquiera conocían a Gabriel. Pero su muerte les ha dado la oportunidad de mostrar su maldad sin avergonzarse, poniéndose a la cabeza de la manifestación del populacho, reclamando una justicia en la que no creen.
Las noticias de interés humano merecen un hueco en los informativos. La mejor tradición del periodismo anglosajón hunde sus raíces en la cobertura de los sucesos. Prefiero al periodista minucioso que trabaja sobre el terreno, interroga a la policía, a los testigos, comprueba sus datos y persigue las pistas hasta el final, que al que se conforma con refritar lo que otros ya han publicado.
No es ese el problema. En estos días hemos visto ejemplos de muy buen periodismo, pero también hemos visto espectáculo y morbo. Y se ha olvidado lo fundamental: que en un asunto como este lo primordial es el servicio público, ayudar a los agentes en su investigación, evitar la difusión de rumores, no atizar los bajos sentimientos de la gente.
Vivimos un momento especialmente crítico para nuestra profesión. La manera en la que los ciudadanos acceden a la información ha cambiado radicalmente en los últimos años. Ahora mandan las redes sociales, donde la transmisión de noticias falsas está a la orden del día. Si queremos reivindicar el buen periodismo, el periodismo de calidad, no podemos caer en la trampa del sensacionalismo.
Un poco de mesura y medida. Me uno a la petición de Ramírez: que la búsqueda de audiencia no nos haga olvidar nuestra responsabilidad con la sociedad.
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