En Madrid, un político puede encontrar 900.000 euros en un altillo y decir se que los ha puesto ahí el de Ikea, soterrar la M-30 con una obra ilegal que arrastre el mayor sobrecoste de la historia de España, que se dice pronto, o gastarse 90 millones de euros de los madrileños en aquella fracasada Ciudad de la Justicia que sin llegar a existir tuvo contratados más directivos que trabajadores. Un político puede hacer todo eso y no costarle el cargo. Tener un máster por la presunta patilla, sin embargo, como Cristina Cifuentes, resulta mucho más difícil de perdonar.
Indigna más ver a los políticos sacarse un máster por la gorra que encontrarlos en los Papeles de Panamá
No tiene por qué ser justo, pero es comprensible. Los votantes normalmente no traficamos con maletines llenos de pasta ni construimos obras megalómanas. La mayoría de las tramas de corrupción resultan ajenas a la vida cotidiana. Sin embargo, la gente sí que ha tenido que quedarse sin dormir preparando unos exámenes, sufrido por la nota de corte de los hijos o puesto muchas copas para pagarse una matrícula para que ahora venga un listillo a decir que le convalidaron hasta las partidas de mus.
Indigna más ver a los políticos sacarse un máster por la gorra que encontrarlos en los Papeles de Panamá porque las cuentas offshore nadie las tiene enmarcadas en el salón.
Ciudadanos ya ha puesto un ultimátum a la presidenta de la Comunidad. Y no tardando Cifuentes abandonará su despacho de la Puerta del Sol sin entender a qué tanto jaleo por un máster de mierda. Ni que fuera de Harvard, protestan los pocos que todavía la defienden. Ni que lo hubiera necesitado para llegar donde está. Ojo que hay quien sostiene sin percatarse del recochineo que si Cifuentes aceptó ese título fue por darle prestigio a la Universidad.
La presidenta de la Comunidad de Madrid subestimó lo que los títulos de las universidades públicas significan para sus votantes. El caso Cifuentes no es el de un político que engorda su currículum con un máster de más, sino el de una dirigente que presume de un título que no le ha costado esfuerzo alguno. Sin ruborizarse. Sorprendiéndose, además, del jaleo generado.
Empezó defendiendo que el malentendido se debía a un error de transcripción y, a medida que se ha ido enturbiando la cosa porque ningún profesor reconoce haberla examinado, se consuela con decir que no ha hecho nada ilegal.
No se puede atravesar un túnel sin pensar en Gallardón o en Aguirre al ver un coche en el carril bus ni ver una orla sin pensar en Cifuentes
Cristina Cifuentes se ha encontrado el máster en su curriculum igual que Ana Mato se topó con el Jaguar en el garaje. Sin entender cómo ha llegado hasta allí ni a qué tanto escándalo. Y si alguien ha tenido que delinquir para que ella tenga el máster pues allá él. Cifuentes sigue sin darse cuenta de que tener el título no es la prueba de la defensa sino de la acusación.
Los madrileños estamos indignados con la presidenta de la Comunidad de Madrid, pero se nos pasará. No hay más que ver el poco caso que le hemos hecho a sus predecesores, Ignacio González y Esperanza Aguirre, compareciendo en el Congreso de los Diputados para explicar la presunta financiación ilegal del Partido Popular.
Los símbolos, sin embargo, no se olvidan nunca. Igual que no se puede atravesar un túnel en la capital sin pensar en Gallardón o en Aguirre al ver un coche aparcado por la cara en el carril bus, ya no se puede ver una orla de la Rey Juan Carlos sin pensar en Cifuentes. Nada de esto habría pasado si haciendo honor al nombre de la Universidad, el primer día que estalló el escándalo de sus notas Cifuentes hubiera dicho lo recomendable en estos casos: "Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir".
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