Anoche me fui a dormir a eso de la una de la mañana; camino de la cama, le di las buenas noches a mi hija mayor, que bajo la luz de su flexo tenía la cabeza enterrada en una pila de apuntes y de libros abiertos, y la vista pegada a la pantalla de su ordenador. Me devolvió un distraído “que descanses” sin siquiera darse la vuelta. Está haciendo su trabajo de fin de grado, su TFG. Le dedica a su TFG todo el tiempo que puede desde hace un par de meses, incluyendo fines de semana; escribe y estudia cuando se lo permiten las clases de la uni, -una universidad pública de Madrid-, el voluntariado al que dedica algunas horas a la semana, las clases adicionales de idiomas y, claro, su vida social.
Mi hija lleva una vida igual a la de los hijos e hijas universitarios de tantos miles de españoles trabajadores, madres y padres que se esfuerzan cada día durante años para dar a sus hijos la formación que requerirán para acceder con mayor solvencia a un mercado laboral incierto, inquietante y hostil. Millones de jóvenes que, con el apoyo económico y afectivo de sus familias, acuden cada día a sus clases, toman apuntes, investigan, realizan trabajos individuales y en grupo, asisten a las prácticas obligatorias y estudian durante horas para conseguir una buena nota, un buen expediente académico, que refleje justamente el esfuerzo realizado, y que les sirva de salvoconducto a una vida laboral en la que la competencia es global y despiadada.
Por eso cuando terminan sus estudios de grado, muchos de ellos optan por completarlos con posgrados especializados que les permitan adquirir conocimientos y capacidades adicionales, para situarse en mejor posición de cara al acceso a su primer empleo. Estudios de posgrado, por cierto, que también realizan profesionales adultos que buscan una mejor proyección laboral, o la reinserción en un nuevo puesto de trabajo tras años de forzoso desempleo.
Millones de jóvenes acuden cada día a clase y estudian muchas horas para conseguir nota
Y muchos, muchísimos de estos chicos y chicas, de estos profesionales, estudian su Grados y su Máster en las universidades públicas de nuestro país. Y pueden hacerlo porque nuestro Estado de Bienestar, desarrollado con el esfuerzo solidario de todos los españoles desde los años 80, y gracias al compromiso social modernizador de los gobiernos socialistas, logró levantar un sólido ecosistema universitario público, que permitiera a todos y cada uno de nosotros, independientemente de nuestro nivel socio-económico, acceder a una educación superior de calidad, universal, gratuita y competitiva.
Por todas estas razones, el escándalo del no-máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes es un asunto de enorme trascendencia social, más allá de las consecuencias políticas que pueda finalmente tener. Su mentira en sede parlamentaria sobre la realización del curso de posgrado, su falta de respeto al esfuerzo que realizan todos esos jóvenes y sus familias, su desprecio a la instituciones públicas y, entre ellas y sobre todo, a la Universidad, hacen insoportable para la buena gente de Madrid que siga al frente de la máxima representación de nuestra región.
Los madrileños llevamos décadas sufriendo la falta de calidad ética de los representantes públicos que nos han gobernado desde el Partido Popular. La ristra de casos de corrupción (Gurtel, Lezo, Púnica...) que han afectado a sucesivos presidentes, consejeros y representantes político populares de nuestra Comunidad es interminable y vergonzante. La forma soberbia de conducirse de muchos de ellos, que están o han estado en prisión o han sido apartados de sus cargos por diversos delitos de corrupción, conduce a pensar que se han sentido durante demasiado tiempo impunes frente a la ley, a salvo de reproche legal, como si las instituciones públicas que nos pertenecen a todos fueran una suerte de derecho hereditario que irse transfiriendo de unos a otros cual saga nobiliaria de abolengo.
Los madrileños llevamos décadas sufriendo la falta de calidad ética de los representantes públicos
El escándalo de Cifuentes y la vinculación en él de determinados responsables académicos de la Universidad Rey Juan Carlos han puesto en entredicho el buen nombre de la Universidad pública española. Su reputación, esforzadamente construida durante tres décadas, está hoy en cuestión por la falta de ética de unos cuantos desaprensivos. Ni los miles de alumnos que cursan sus estudios en ella, ni los docentes que imparten allí su magisterio, ni los trabajadores que hacen posible su funcionamiento diario, ni los graduados que hayan obtenido ya su titulación, ni los que cursan su posgrado, ni los ciudadanos ni las familias madrileñas, nos merecemos un descrédito así.
Hay mucho daño ya hecho que costará reparar -la confianza es como el cristal: una vez quebrada, cualquier reparación deja cicatriz- pero para empezar a remendarlo, sólo hay una vía posible: depurar las responsabilidades políticas -y las penales, por supuesto, ante los tribunales.- sustituyendo a la presidenta de Madrid, y a todo su gobierno, y reemplazándola por un representante político íntegro que le devuelva a las instituciones madrileñas la trasparencia, la dignidad y la decencia que nunca debieron perder. Y ese presidente debe ser Ángel Gabilondo, cuya trayectoria vital, personal, profesional y política, de intachable rectitud, honradez y compromiso con lo público, especialmente con la Universidad, suponen de hecho el reverso luminoso de la oscura trayectoria política del Partido Popular de Madrid.
Llegados a este punto, ya no vale jugar al escondite. Ciudadanos, como grupo político que sostiene al Partido Popular en el Gobierno en la Comunidad de Madrid,-y en el Gobierno de España,- con Cristina Cifuentes a la cabeza, debe pasar ya de las musas al teatro, y entender que es muy distinto (e infinitamente más sencillo) predicar que repartir trigo. Ya no vale más que Albert Rivera y sus portavoces mantengan esa calculada indefinición en la acción mientras se proclaman urbi et orbi como profetas de la regeneración democrática. Ahora tienen la ocasión de demostrar que tienen algo más que palabras: que tienen principios.
Ciudadanos debe pasar de las musas al teatro, porque es distinto predicar a repartir trigo
Desconocemos cuál fue el resultado de la encuesta que Ciudadanos encargó recientemente para sondear la sensibilidad de la opinión pública sobre la posición que deben mantener frente a Cifuentes -aunque extraña que no sean capaces de posicionarse sin ayuda demoscópica- en cualquier caso, de un responsable político debe esperarse y exigirse coherencia. Por eso, por coherencia, por decencia y por dignidad, a Rivera no le cabe más opción que apoyar la moción de censura que ha presentado el Partido Socialista y que propone como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid a una persona de la entidad y fortaleza de Angel Gabilondo.
Pretender mantener en el Gobierno a este Partido Popular que aplaude en pie y en bloque las mentiras de Cifuentes, expresadas además en sede parlamentaria -que es tanto como decir, frente al pueblo de Madrid- es una falta de respeto, una tomadura de pelo para los verdaderos ciudadanos y ciudadanas madrileños: esos que que cada día trabajan, luchan, ahorran, estudian, sueñan, sufren y se alegran con sus hijos e hijas universitarios…que a altas horas de la madrugada siguen con el flexo encendido para forjarse un futuro digno.
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