El saldo de los mercados bursátiles en el arranque del año sigue siendo decepcionante, en un contexto, como ya comentamos en su momento, de normalización de la volatilidad, que habría abandonado de forma definitiva los mínimos del pasado año. Por lo tanto, el actual rango de variación de los precios de las acciones sería normal (por más que, para muchos, parezca “excesivo”).
Lo que no cuadra es el balance negativo de la mayoría de índices (salvo el Nasdaq o el MIB italiano), que es poco compatible con un entorno económico mundial que sigue siendo favorable. Tampoco es coherente la reducida pendiente (la diferencia entre el tipo de interés a 10 años y a 2 años, por ejemplo) que en la actualidad presentan las curvas de tipos de interés. Los más agoreros (¿acaso prudentes?) advierten de las señales que emanan desde las cotizaciones de los activos financieros para anticipar el final de ciclo expansivo. Pero cuidado: no siempre aciertan. Como decimos los economistas, “los mercados han descontado 10 de las últimas 3 recesiones”.
El deterioro reciente de los índices de sentimiento empresarial en países clave del área euro sí podría ser una señal de advertencia más relevante. Ahora bien, esta moderación estaría limitada, al menos de momento, a nuestra área económica y posiblemente vinculada a la apreciación del euro en los últimos meses.
El deterioro del sentimiento empresarial en la zona euro parece vinculado a la apreciación de la divisa
El euro se ha fortalecido contra el dólar de EEUU en más de un 15%, lo que implica una pérdida de competitividad de nuestras exportaciones, con el impacto negativo sobre el PIB. Razón de más para que el BCE retrase, de nuevo, la expectativa del inicio de las subidas de tipos de interés, que ahora tal vez ya no se va a producir hasta…. ¡2020! Constatación adicional de que el ciclo de la UME lleva un retraso de aproximadamente un lustro respecto al de EEUU.
Un país este último que, por cierto, se enfrenta, en este caso sí, a las subidas de tipos de interés de su banco central (seis desde diciembre de 2015, hasta situarlos en el 1,75%) sin que el PIB se resienta. De hecho, el FMI, en la actualización de sus previsiones, eleva el crecimiento esperado para ese país en 2018 hasta el 2,9%, manteniendo una vez más la condición de una de las economías más dinámicas del bloque desarrollado.
Porque en el bloque emergente, India y China siguen siendo los motores, con un avance esperado del 7,4% y del 6,6%, respectivamente. Sabiendo el tamaño actual de sendos países, un dato relevante: el crecimiento agregado va a equivaler a un billón de dólares, es decir, el tamaño actual del PIB España. Queda claro la capacidad de aportación a la expansión del PIB mundial de estos dos países.
Del World Ecomomic Outlook (WEO) del FMI me quedo con otro dato: la temida intensa desaceleración de la economía china no se está produciendo. Y esto es muy relevante. En agosto de 2015, ante la devaluación del yuan por parte de las autoridades comenzó el temor a una crisis económica en aquel país. La reacción de los mercados financieros fue clara (correcciones de las bolsas del 30%) que se prolongó durante 6 meses (aunque es verdad que se sumaron otros factores como el escándalo de Volkswagen, un precio del petróleo en mínimos y dudas sobre la solvencia de algunos bancos europeos).
Pero desde mediados de 2016, a medida que no se materializaba el escenario negativo (una vez más, los mercados se equivocaron), la moneda china se fue recuperando, hasta el punto en que ya está en las mismas cotas que en verano de 2015. No parece probable que las autoridades opten ahora por devaluar la moneda: sería una declaración de guerra (comercial) a EEUU. Momento delicado para ello.
Por último, me quedo con la revisión al alza de la previsión para el PIB de España. Ya comenté aquí hace tres meses que la previsión de entonces del FMI (2,4%) era demasiado baja. El 2,8% actual es el que ya manejábamos en Afi y el nivel en el que se está produciendo una convergencia entre analistas y organismos internacionales.
Una tasa de crecimiento que, no obstante, no debe ocultar dos temas. El primero, que estamos inmersos en una paulatina pérdida de dinamismo que se va a intensificar, de tal forma que en 2019 el consenso apunta hacia el 2,2% o 2,3%.
Con el PIB en máximos, el déficit del 3% evidencia un desequilibrio estructural entre ingresos y gastos
El segundo, el debate sobre las finanzas públicas. Una vez recuperado el PIB máximo histórico y tras varios años de crecimiento al 3%, seguir presentando un déficit público en la zona del 3% evidencia un carácter estructural en el desequilibrio entre ingresos y gastos públicos. Debilidad clara si tenemos en cuenta que el saldo de deuda pública sobre el PIB es del 100%.
Es verdad que éste se puede ir reduciendo aun teniendo un déficit del 2% o 3%, pero a un ritmo claramente insuficiente como para contar con margen en una potencial crisis económica futura que, no nos engañemos, se producirá. Si queremos contar con margen de maniobra de la política fiscal es necesario recortar el saldo de deuda pública hasta la zona del 60% del PIB (antes de la crisis se situaba en el 40%). Para conseguirlo en un plazo de tiempo relativamente reducido es imprescindible contar con superávit público. Ahora que ha vuelto a salir el sol y ya no llueve conviene recordar lo que dijo Kennedy: es en días secos cuando hay que reparar el tejado.
David Cano es socio de Afi
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