En el campus de Somosaguas, hecho como de cemento de frontón ideológico, el ambiente de izquierdas es casi deportivo, casi olímpico. Las clases pueden parecer gimnasios y se anuncian charlas, mítines y revoluciones como partidos de hockey, muy americana y festivamente. Quizá es porque la derecha enseguida se dedica al dinero y sólo la izquierda se aplica a estudiar la política en su teología, pensando que todavía su fe o su milagro pueden salvar al mundo, igual que nuestras pobres madres. Así que la Facultad de Políticas de donde surgió Podemos es una especie de búnker de sudor soviético y ardor de monja juvenil. Y su izquierda tiene mucho de güija adolescente y club de poetas muertos.
Podemos nace de esta izquierda que tiene una parte teórica y escolástica y otra mitinera, propagandista y fetichista, pero que es sobre todo una izquierda burguesa, practicada por profesores y funcionarios diletantes; una izquierda de cineclub, de vinoteca, lejos del obrerismo y la hulla. Esta izquierda permanece sin embargo en su campamento académico, como en su West Point, con Monedero preguntando en los exámenes cómo podrían mejorar el sistema político español unos extraterrestres omnipotentes, o con Iglesias dando clase sentado en el suelo igual que un tocador de sitar (las dos cosas, reales). Permanece así hasta que llega el 15-M, que lo cambia todo.
El 15-M no aporta inicialmente ideología (al principio sólo había cabreo), pero sí una ola en la que surfear hasta la gente y el poder. Y una especie de new age conceptual en la que los viejos tópicos y revoluciones se pueden disfrazar de “nueva política”. El nexo entre el agustinismo de Somosaguas y el 15-M es, claro, Pablo Iglesias, que empieza a triunfar en la televisión como un vidente de esa new age que, igual que aquella otra, maneja conceptos egipcios con formas discotequeras.
Bescansa ya está en Siberia y Errejón pasará por la 'reeducación'. Lo que queda de Podemos es lo que lo inició: Pablo Iglesias
Iglesias se convierte así en el gurú de esta nueva política que se dice “transversal” no tanto por convicción sino por abrir más el bocado. Ortodoxos marxista-leninistas, trotskistas resentidos como bajitos históricos del comunismo, posmarxistas de Laclau, anticapitalistas de chapita dando la chapa, barítonos que cantan a Gramsci, y así todo un jaleo de facciones, sectas, escuelas y camarillas puristas o cabalistas terminan formando como un flamenkito fusión, trompetero y coñazo de la izquierda. A este barullo se acercaron después mareas, franquicias de pueblo y otros satélites. Gente como Colau, a quien Savater llama “siniestra”, y lo es, como aquella testiga de Almodóvar, ignorante y plena. Ante una IU histórica pero ya acomodada, ya “casta”, viviendo de sus ayuntamientos con festival de rock, sus puñitos de trapo y su Che como su Cristo de los gitanos, la propuesta de Podemos, interesadamente ecléctica y populista pero práctica, se impuso.
Sin embargo, la transversalidad, el eje abajo-arriba, todo eso vimos que eran estribillos cuando Podemos pasó, como dictaba la lógica histórica, de los soviets al Politburó, de los Círculos al mando único y testosterónico. Y cuando, claro, llegaron también las purgas, más que nada de los errejonistas, incluyendo la del propio Errejón, que aún dura, agónica. Con Podemos no es que no haga falta teorizar, sino que no es conveniente. Podemos es, ante todo, una máquina para alcanzar el poder. Las divergencias no están en si el “antagonismo administrado” de Laclau corrige o repite la teoría de la hegemonía de Gramsci. No. Están en si la estrategia de Iglesias, al que hemos ido viendo acariciar al independentismo en Cataluña, no investir a Sánchez e ir anulando la transversalidad en busca de la tranquilizadora ortodoxia, tiene otra alternativa.
Errejón y Bescansa intentaron el golpe, pero Bescansa ya está en Siberia y Errejón pasará por la “reeducación”. Y los anticapitalistas, en Madrid o en Andalucía, están a punto de dar el portazo. La verdad es que lo que queda de Podemos es lo que lo inició, ese nexo entre el sermón en el aula y en la televisión: Iglesias. Lo demás ya no se reconoce ni en el barullo ni en la unanimidad, ni en la hondura ni en el flamenkito. Podemos ya es como cualquier otro partido, con la lacra añadida de que la izquierda, además de por ambición, también se mata por purismo. Por eso ha devenido tan pronto en fiesta y reyes caníbales. “Ni media tontería con cuestiones internas”, dijo Iglesias como el padre cenando que siempre se ha creído. Pero Podemos no es más que cuestiones internas. Lo demás es (siempre lo fue) teoría para el examen y carnaza para la televisión. Los votantes se empiezan a dar cuenta. En el deportivo Somosaguas, en realidad, se nos entrenaban curas para jugar al fútbol, aparentando toda la alegría y la juventud que ya habían perdido buscando la mentira de aquel Cielo que iban a asaltar.
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