El tiempo apremia en el Partido Popular porque se acerca el momento en que quienes aspiran a encabezar el PP, una formación abruptamente descabezada pocos días después de haber sido expulsada inesperadamente del poder -algo para lo que ninguno de sus dirigentes estaba preparado- y dramáticamente necesitada de recuperar a un Moisés que conduzca a la grey por la travesía del desierto y ponga a punto a sus mandos intermedios para estar en condiciones de afrontar las próximas elecciones autonómicas y municipales eludiendo la amenaza del fracaso, sean finalmente sometidos al veredicto de la militancia.
Tarea ardua la que le espera al nuevo presidente del PP, sea éste quien sea, un puesto para el que no aparecen demasiados candidatos, aunque a la militancia popular, muy acostumbrada a que este tipo de nombramientos se los den ya hechos y resueltos, más de un aspirante ya les parece multitud. No consideran que su partido sea menos democrático que otros por no contar con un sistema de primarias puras y se estrenan ahora con el nuevo método de elección que va a dar la palabra primero a los afiliados y a continuación a los compromisarios elegidos.
Los rumores apuntan estos días a la posibilidad de que la ex vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, se decida a participar en la carrera por el liderazgo del PP. Sus méritos están a la vista: ha sido una estrechísima colaboradora del ex presidente del gobierno, Mariano Rajoy, con el que ha compartido la travesía del poder. Desde luego, puede presumir de tener experiencia en gestión y de saber moverse en las esferas de la alta responsabilidad, además de tener acreditada una elocuencia parlamentaria que nadie, tampoco los diputados de las demás formaciones que se han enfrentado a sus afiladas palabras, puede discutirle. Sin embargo, Sáenz de Santamaría no ha hablado nunca el lenguaje del partido, al que se incorporó en 2004, ni se ha implicado nunca en los avatares vividos, y sufridos, por el PP.
Ella siempre ha mantenido una higiénica distancia con los altibajos, últimamente más bajos que altos, que los populares han padecido a costa de tantos casos de corrupción como han asolado sus filas y que están en el origen de su súbita salida del gobierno. A diferencia de la secretaria general del Partido Popular Dolores de Cospedal, que se ha lanzado a fajarse una y otra vez a pecho descubierto con todos los episodios vergonzosos que azotaban al partido y de algunos de los cuales ha tenido que salir a defenderse personalmente, la ex vicepresidenta se ha mantenido deliberadamente al margen de esa batalla de feroz desgaste. De hecho, más al margen que el propio presidente Mariano Rajoy. Por eso, y aunque está en condiciones de mover muchos resortes, resultado de su enorme poder mientras el PP gobernó España, es dudoso que entre la militancia del partido Sáenz de Santamaría encuentre eco.
Si se presenta, y se presentará, Alberto Núñez Feijóo será el próximo presidente del Partido Popular. Y será un buen presidente
Los afiliados saben quién es, pero no la conocen. Así como Rajoy se ha pateado España de arriba abajo, pueblo a pueblo, y ha apretado cientos de miles de manos durante años y años, ella no puede decir lo mismo y ni siquiera puede aspirar a pretender aproximarse a la marca de su jefe ni tampoco a la de su directa rival, la secretaria general del PP. Ella tiene "mano", sin duda ninguna, en las altas esferas del partido, pero no la tiene en absoluto entre las bases aunque goce de una excelente reputación. Pero es una reputación como número dos del gobierno, que no tiene nada que ver con la cultura partidaria que es precisamente lo que los afiliados tienen ahora que dirimir: quien ocupa la presidencia de su partido.
Como la ex vicepresidenta no es una ingenua y seguramente conoce bien sus enormes limitaciones para acceder a la presidencia del PP, si llega a plantear su candidatura será para asegurarse un lugar al sol dentro de su partido más allá del mero escaño de diputada, que es lo que le ha quedado ahora, y a la vera más próxima posible del más que probable vencedor de esta carrera, que es el hoy presidente de Galicia, quien de momento tiene todas las papeletas, si se decide a dar un paso al que está prácticamente obligado, para ocupar el sillón dejado vacío por Mariano Rajoy. Otra posibilidad no parece que vaya a tener Sáenz de Santamaría, una política que a estas alturas debe saber que ella está en el PP pero no es el PP. Y esa es una diferencia en este caso definitiva.
Todas las miradas se vuelven hoy hacia Alberto Núñez Feijóo porque hay un consenso básico en que es la persona que ofrece más garantías al partido, al que pertenece desde 2002 y que tiene la ventaja de devolver ante la opinión pública una imagen muy alejada de todos los vínculos del Partido Popular con los numerosos casos de corrupción que se están empezando a ver en los tribunales y que amenazan con tener sometidas a las siglas a las sucesivas condenas judiciales que quedan por sustanciarse. Desde su presidencia de Galicia, Feijóo parece haberse mantenido a salvo de todos los enjuagues de financiación irregular y de asalto directo a las arcas del dinero público que han manchado a demasiados dirigentes de ese partido.
Por eso, porque pertenece a una generación intermedia entre los viejos elefantes de los tiempos de José María Aznar, muchos de ellos implicados en actividades delictivas, lo cual ha desacreditado a todo el aparato de aquella época en su conjunto, y la nueva hornada que ha llegado a las direcciones regionales del PP y a la propia dirección nacional de la calle de Génova, su figura destaca sobre todas las demás porque está en condiciones no sólo de acreditar larga experiencia en gestión sino también, y eso es importante, de exhibir un currículum de victorias electorales difícil de igualar.
Si a eso le añadimos un determinado talante personal y político sideralmente alejado del sectarismo y la rigidez, lo cual ha llevado a la práctica en su vida personal, parece evidente que será un candidato muy apoyado por unos militantes que necesitan imperiosamente reflejarse, y refugiarse, en la fortaleza de un nuevo líder que sientan como de los suyos. El presidente de Galicia cumple de sobra todos los requisitos para ser bien recibido por las bases. Conoce bien a su partido, al que se afilió en 2002, y se ha involucrado con un estilo propio y un sello distinto, pero nunca ha eludido implicarse en todos los acontecimientos y participar en todos los debates partidarios. Si se presenta, y se presentará, será el próximo presidente del Partido Popular. Y será un buen presidente.
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