No me gustan los políticos que se dejan influir en exceso por la opinión pública y por el resto de partidos que le han apoyado. No me gustan los cargos públicos que sitúan el listón de la dignidad tan alto que ni ellos pueden conseguir saltarlo. No comprendo que haya dimitido Màxim Huerta por una falta administrativa, no por un delito, y que sin embargo ni se planteen la dimisión por falsificar el currículum varios miembros del nuevo Gobierno, incluyendo al presidente. Que quede claro, yo no creo que haya que dimitir ni por un caso ni por otro.
Han sido ellos mismos quienes por agradar a la jauría, como dijo Huerta, han situado el listón de la dignidad a tal nivel que ni la madre Teresa de Calcuta lo hubiese superado. Es muy distinto tener cuentas en Suiza con millones defraudados como Granados, a perder un juicio con Hacienda por no pagar 200.000 euros. Entre uno y otro caso hay un abismo. Es muy distinto falsear las firmas de un comité calificador en un fin de máster como en el caso Cifuentes, a falsear un máster en un currículum como parece ha hecho Pedro Sánchez. ¿Dónde situamos el límite? ¿En hacer negocio con pisos de protección oficial como Espinar?¿En pagar en negro al asistente como Echenique? ¿En cobrar de dictaduras como Pablo Iglesias?
Necesitamos con urgencia marcar los límites, no del político investigado por la justicia, que están marcados, sino de lo que es ético o no en un cargo público, si no lo hacemos cada una de las próximas interpretaciones que hagamos nos llevarán a cometer más errores.
Los medios de comunicación somos en buena medida culpables de esta situación
Los medios de comunicación somos en buena medida culpables de esta situación y desgraciadamente los políticos van al ritmo que marca un titular de prensa, radio o televisión. Todavía hoy cualquier noticia que relacione el PP con la corrupción es portada de los medios, mientras que los casos de falsificación de currículums o imputación de algún ministro socialista, a penas ocupa espacio en nuestros informativos.
No aprendemos de nuestros fracasos en el pasado. Josep Borrell, ahora aplaudido por todos como Ministro de Exteriores, tuvo que dimitir hace 15 años como candidato a la presidencia del gobierno por sus relaciones con Aguiar y Huguet, sus colaboradores en el Ministerio de Hacienda. Su ex mujer había invertido un millón de pesetas en el fondo de uno de ellos para comprar un apartamento. Huguet había aceptado sobornos de empresarios a cambio de no investigarles, era inspector de Hacienda, hace cuatro años que ingresó en prisión para cumplir una condena de 6 años y diez meses. Borrell no se lucró de esta trama corrupta pero esa pequeña inversión de 6.000 euros se lo llevó por delante. Siempre se dijo que fueron sus propios compañeros del PSOE los que habían divulgado la noticia para sacarle de la carrera a la presidencia del Gobierno.
Solo los que no hacen nada tienen una situación fiscal inmaculada
Ahora recuperamos a un político honrado como Borrell sin reconocer nuestros errores del pasado y a la vez dilapidamos a otros por causas tan débiles como las que llevaron a su dimisión. A este paso solo se dedicarán a la política los peores profesionales de la sociedad. Ocupar un cargo público es un servicio al ciudadano y como tal, sacrificado, pero no puede seguir siendo un trabajo tan mal pagado que muchos no puedan permitirse el acceso a ese cargo, por no poder cubrir los gastos familiares del mes.
La política debe seguir siendo un ejemplo de honestidad superior al resto de ciudadanos, pero no de santidad. Cualquier político que haya sido emprendedor o pequeño empresario tendrá litigios con Hacienda, deberá una parte de IVA o un impuesto de sociedades. Solo los que no hacen nada tienen una situación fiscal inmaculada. ¿Esos son los que queremos para que nos representen?
El ser humano no es corrupto por naturaleza. Si presenciamos un robo nos sentimos identificados con la víctima y rechazamos al agresor, va en nuestro ADN y nuestro cerebro lo aprendió a través de las relaciones sociales, eso nos permitió vivir en sociedad. Pero ¿qué sucede si no presenciamos el robo, si no vemos a la víctima físicamente y además el dinero sustraído no es “aparentemente” de nadie? Eso sucede con la corrupción política. A menudo son prácticas repetidas durante años por distintos individuos en un mismo cargo y el sistema las tolera, o eso les gusta creer a quien las comete.
¿Cuál es la vara de medir para reconocer la honestidad de un político? Y lo más importante, ¿quién marca los límites? El que esté limpio de cualquier corrupción que lance la primera propuesta.
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