Lo que está sucediendo en el PP no es cosa que afecte en exclusiva al PP. Ni es meramente un asunto interno ni tampoco la resolución final de la sobreabundancia de líderes que aspiran a dirigir a ese partido afectará únicamente a sus afiliados. Ni siquiera es cierto que los efectos de su resultado se limitarán a la conformidad o disconformidad de sus potenciales votantes.
Lo que se está dirimiendo en estos momentos en España es el destino final de una fuerza política que excede con mucho a las filas del PP y que podemos definir como el centro derecha español. Y eso incluye a Ciudadanos cuyo futuro está ahora considerablemente más desdibujado de lo que lo estaba cuando aún gobernaba Mariano Rajoy y Albert Rivera ejercía a la vez de aliado y de adversario del partido en el gobierno.
Habida cuenta de la deriva secesionista de la derecha moderada catalana que hasta hace no mucho tiempo encarnaba la antigua Convergència i Unió, y eso a pesar de su sello indeleble de eterna reclamación y reproche al poder central que siempre ha caracterizado a los partidos nacionalistas, incluido el PNV en esta descripción, ya no quedan en España más representantes del centro derecha que los citados partidos: Ciudadanos y el Partido Popular. Y ambas formaciones están pasando, una más que otra, sin duda, por un periodo de incertidumbre que hace tambalear el mapa político español.
Un mapa en el que, por obra y gracia de una carambola y de un mal cálculo de uno de los contendientes de ese centro derecha, una izquierda con una identidad hasta aquellos momentos borrosa o no demasiado precisa, se ha alzado no solamente con el Gobierno sino que ha logrado recuperar unos perfiles definidos que se mantendrán así por lo menos durante estos primeros momentos de ejercicio del poder. Mientras tanto, la herida del centro derecha va a seguir sin embargo largo tiempo abierta en el costado de España.
Lo que se está dirimiendo es el destino final de una fuerza política que excede al PP y que podemos definir como el centro derecha español
De ese modo, la izquierda española, aunque continúa fragmentada, cuenta ahora mismo con un liderazgo indiscutido en la persona de Pedro Sánchez, cosa que hace tan sólo un mes nadie, ni probablemente él mismo, habría podido imaginar. Pero ahí está y suya será la responsabilidad de recoger la cosecha a tiempo para mantener su liderazgo y el de su partido cuando llegue el momento de convocar a los ciudadanos a las urnas en las próximas elecciones generales.
Ése es el tiempo del que disponen también los partidos del centro derecha para recoger del suelo la bandera que parece haber quedado abandonada entre el estupor por lo sucedido, el desánimo ante el inmediato futuro, la incertidumbre provocada por la necesidad de implementar nuevas y efectivas estrategias que se adecuen a las actuales circunstancias y, finalmente, la disputa democrática por hacerse con el liderazgo de la derecha.
Albert Rivera está descolocado porque se ha quedado sin el hermano mayor a cuya sombra iba creciendo mientras se medía con él con la intención de igualarle y, si le era posible, superarle. Pero es que el "hermano", Mariano Rajoy, ha hecho mutis por el foro y sin decir una sola palabra se ha ido a Santa Pola a ocupar su plaza de registrador de la Propiedad dejándole exactamente igual que ha dejado a los suyos: desoladoramente huérfanos y sin un rumbo claro y definido por el cual transitar.
Quienes desde las cúpulas de las grandes empresas españolas que cotizan en el Ibex han pasado años maquinando para cortar la hierba bajo los pies de Mariano Rajoy y alentando al joven Rivera como recambio prometedor de un tiempo renovado deben de estar perplejos ante lo ocurrido porque la operación tantas veces diseñada por ellos -pero cuyos resultados no les son imputables en modo alguno- se ha convertido en todo un chasco.
Su joven apadrinado no sólo no ha descollado lo bastante como para haber descabalgado y sustituido limpiamente al viejo presidente sino que ha sido apartado de un manotazo del centro de la escena política y ahora anda intentando levantarse para recomponer una imagen prometedora para un futuro que ahora mismo se le ha escapado de las manos. No era esto lo pensado, dirán algunos para sí. Pero en el juego de la política nadie puede presumir de tener bajo control todas las coordenadas porque siempre aparecen los imponderables que acaban componiendo una escena del todo ajena a lo previsto.
Rivera está descolocado porque se ha quedado sin el hermano mayor a cuya sombra crecer mientras se mide con él
Y eso es lo que acaba de pasar en España: que el centro derecha ha perdido la posición preeminente de que había gozado en los últimos años y que el joven recambio del gran partido de la derecha moderada está ahora mismo fuera del foco político. No es de esperar que el Gobierno que preside Pedro Sánchez se lance por la pendiente de los experimentos arriesgados en los dos años de lo que queda de legislatura porque aspira a ganar las siguientes elecciones y repetir en el poder. Será entonces cuando conozcamos de verdad el alcance de su proyecto político porque ahora, ya lo ha dicho el presidente Sánchez, no tienen tiempo para introducir las reformas que prometió en su día a los votantes del PSOE.
Si lo hace así, es decir, si se limita a aprobar leyes de corte social y a hacer declaraciones que agraden a los suyos pero que no vayan más allá de las palabras, no es en absoluto descartable que el Partido Socialista gane las elecciones de 2020. Siempre, claro está, que este Ejecutivo no se estrelle en Cataluña, porque ésa es la prueba de toque para cualquier Gobierno y un error que los ya muy amoscados españoles no le perdonarán a ningún gobierno, sea éste de izquierdas, de derechas o de centro.
Pero en el caso de que Sánchez y su equipo consigan salir indemnes de esa prueba definitiva, es más que probable que gane las próximas elecciones, así que, quien consiga finalmente obtener el apoyo de las bases y de los compromisarios en el PP, ya puede prepararse con calma porque va a disponer de mucho, pero que mucho, tiempo para recomponer a su partido.
En el centro y en la derecha se ha abierto de repente un grandísimo socavón que ha engullido a sus más relevantes elementos
Y, sin embargo, del mismo modo que la existencia de un Partido Socialista sólidamente situado en el espacio del centro izquierda ha sido siempre imprescindible para garantizar la marcha equilibrada del país por la senda de las libertades públicas propias de cualquier democracia avanzada, la existencia de una fuerza de centro derecha firmemente asentada en nuestra sociedad es un requisito que tiene que satisfacer la necesidad imperiosa de garantizar ese equilibrio.
Y eso es exactamente lo que nos falta hoy. Por esa razón, lo importante no es cuál de los siete aspirantes a presidir el PP se alza finalmente con la victoria, ni si las dos grandes líderes de ese partido se van a enfrentar o no en un duelo a primera sangre o directamente a muerte sino qué dirección y sobre todo, qué grado de implantación social va a ser capaz de recuperar ese partido una vez perdido el poder y el liderazgo.
Nada que objetar a la existencia de varias formaciones políticas dentro de los dos espectros de derecha e izquierda pero es imprescindible que en ambos campos ideológicos se alce una fuerza mayoritaria que ejerza el liderazgo en cada campo. Y lo que sucede ahora mismo en España es que en el centro y en la derecha se ha abierto de repente un grandísimo socavón que ha engullido a sus más relevantes elementos. Ése y no otro es el problema que pide a gritos una urgente -aunque dudosa- compostura.
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