Se estima que alrededor del año 1800 vivían en nuestro planeta 1.000 millones de seres humanos y se tardaron ciento veinticinco años en alcanzar los 2.000 millones. Para pasar de los seis a los 7.000 millones apenas se necesitaron 12 años. No es preciso echar mano de ninguna prédica apocalíptica para saber que la Humanidad no podría sobrevivir si se mantuvieran durante mucho tiempo las tasas de crecimiento que se han observado entre 1960 y el final del siglo XX.
Las experiencias en el desarrollo de poblaciones de otras especies y las ya vividas, por ejemplo en China e India, señalan como hipótesis más probable que la evolución de la población mundial, vista a largo plazo, tomará la forma de una curva logística, que arranca con un largo periodo de muy bajo crecimiento para dispararse después con un crecimiento exponencial y detenerse más tarde hasta estabilizarse en crecimientos nulos o próximos a cero.
En efecto, las transiciones demográficas hasta ahora observadas no desmienten sino que confirman esta hipótesis. Primero disminuye la mortalidad y luego cae la fecundidad y eso es lo que está ya ocurriendo a nivel planetario. En efecto, la esperanza de vida al nacimiento fue -a nivel global- de, aproximadamente, 48 años en los años cincuenta del pasado siglo y en el primer decenio del siglo XXI se colocó en torno a los 68 años. Por su parte, la tasa de mortalidad infantil (los fallecidos antes de cumplir un año dividido por el número de nacidos de esa generación) pasó de 133 muertos por mil nacidos en el decenio de los años cincuenta a 46 por 1000 en el periodo 2005-2010. Por su parte, la fecundidad global cayó durante los últimos sesenta años de 6,0 hijos por mujer a 2,5.
Si la disminución de la fecundidad fuera menor, la población alcanzaría 10.600 millones en 2050 y 15.000 en 2100
En Centroamérica la tasa de fecundidad pasó de 6,7 hijos por mujer a 2,6 y en el conjunto de Asia Oriental de 6 hijos por mujer a 1,6. La mejor y más amplia educación sexual y reproductiva y el consiguiente acceso a métodos conceptivos modernos están detrás de ese descenso, pero en África no ha ocurrido lo mismo, pues allí la fecundidad apenas ha disminuido.
El caso de España está en esa misma línea. Según el Padrón del Conde de Aranda (1768) España tenía 9.300.000 habitantes que, según el Censo de Floridablanca (1787) eran 10.393.000. En 1860 eran ya 15.645.000 y a finales del siglo XIX (1897) 18.594.000. El último censo antes de la Guerra Civil (1930) contabilizó 23.564.000 habitantes.
Conviene tener en cuenta que la caída de la fecundidad, por muy rápida que sea, no produce una disminución paralela de los nacimientos, pues éstos dependen del nivel de fecundidad, sí, pero también del número de mujeres en edad fecunda que exista en cada momento. Por eso en el último informe de la División de Población de la ONU se prevé una población mundial de 9.300 millones de personas en 2050, cantidad superior a la de estimaciones anteriores. Si la disminución de la fecundidad fuera menor, particularmente en los países más populosos, el total podría alcanzar los 10.600 millones de personas en torno al año 2050 y más de 15.000 millones en 2100.
En cualquier caso, gran parte del crecimiento ocurrirá en países donde son hoy más altas las tasas de fecundidad, es decir 39 países de África, nueve de Asia, seis de Oceanía y cuatro de América Latina. Es sobre esos países y sus prácticas reproductivas sobre los que se habrá de poner especial atención. Veámoslo brevemente:
Aplazar la edad de la primera relación sexual, acrecentar el uso de anticonceptivos y perseguir la violencia machista es bueno para las mujeres y eficaz contra el subdesarrollo
Las malas prácticas reproductivas (natalidad adolescente, ausencia de medios anticonceptivos, violencia y machismo sobre las mujeres, especialmente contra las jóvenes, etc.) son -en todo caso- un freno para el desarrollo y es muy cierto que el desarrollo por sí mismo acaba por cambiar las pautas reproductivas, pero el cambio sobre estas últimas puede acelerarse mediante una educación sexual basada en los derechos humanos y en la igualdad entre hombres y mujeres. Existen numerosas evidencias empíricas que así lo atestiguan.
En efecto, aplazar la edad de la primera relación sexual, acrecentar el uso de anticonceptivos, especialmente de preservativos, y perseguir la violencia machista contra las adolescentes no sólo es bueno para las mujeres, también es eficaz contra el subdesarrollo.
Todo lo que se haga en los dos campos,desarrollo económico y buena educación reproductiva, servirá -a la vez- al bienestar y a la moderación reproductiva.
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