Un vino caliente de mediodía, hecho de banderas y de vermú, acompañaba a Sánchez y Torra en su encuentro museístico, con más armería que realidad. Torra con su licor de edición limitada, su lazo amarillo como un lamparón sentimental y sus gafas de bañarse con ellas (casi lo hace el otro día, bañarse sin quitarse las gafas, junto a Mas, con calzón y muchedumbre de Fraga). Sánchez con su escalinata de gnomos de jardín, su salón de pipa de agua y su hablar por hablar que ya tiene un significado filosófico-postural, como el que empieza el día en la posición del loto. Hablar se puede hablar siempre, pero aquí vamos de lo simbólico a lo fotogénico y del roneo de taberna al suvenir institucional.
Torra no venía a negociar, porque no hay nada a lo que pueda renunciar sin que se le fundan el cerebro y el corazón, hechos de quesos de la tierra y pasta de libros de racistas románticos. Sánchez tampoco puede negociar porque ya lo ha ido concediendo todo o ha ido avisando de que concederá todo lo que sea posible conceder. Él es pródigo en concesiones igual que es pródigo en aviónica. O sea, que ya sabíamos lo que iba a pasar mientras ellos dos hacían una pagoda en sus propias montañas, posando campanudamente para su público.
Sánchez necesita demostrar que no tiene nada que ver con Rajoy y su tono de bibliazo constitucional en la cabeza, que ha vuelto el “talante” como si volvieran los pantalones de campana. Torra también necesita demostrar a sus hiperventilados, durante todo el tiempo que pueda, que no han hecho el ridículo, que su república de cucaña y palquito no ha muerto, y que no vuelve el pujolismo de “pájaro en mano”, de saca y oro de nibelungo. Y teatralizar bilateralidad, legitimidad, igualdad de altura entre esos dos escalones tan desiguales: el Estado y el golpismo, la ley y su burla.
Sánchez necesita demostrar que no tiene nada que ver con Rajoy: ha vuelto el “talante” como si volvieran los pantalones de campana
Torra ya dijo venir “a explicar la gravísima situación que el Estado español ha creado en Cataluña”. En realidad, Sánchez ha llegado a decir casi lo mismo desde su banco azul náutico del Congreso, aunque pronunciando “PP” o “Rajoy” en vez de Estado. Elsa Artadi, que es espeluznante porque es como si Rosa León te contara cuentos de terror en vez tocar canciones infantiles sobre botones, también aseguró que no descarta la vía unilateral ni la desobediencia. Torra se reafirmó en todo esto tras la reunión con Sánchez: 1-O, autodeterminación, presos políticos y persecución neroniana. O sea, su credo de carrerilla. Sánchez escuchó, empatizó y habló de plurinacionalidad, según aclaró Torra. O sea, su musiquilla de ascensor. Una musiquilla con la que de momento se conforma Torra porque el independentismo no busca tanto una solución como un escape.
Torra, Puigdemont y Artadi son como los últimos guardianes de su cripta. Más cerca de la realidad está ya la mayoría de Esquerra y del PDeCAT, que quieren la pela y el repliegue. Pero ésa será una pelea submarina, que no veremos, para esas comisiones que se han anunciado. Hoy pegaba otra cosa. Hoy lo que pegaba era tocar la flauta como faunos de verano junto a la fuente de Guiomar, el último amor cantarero de Machado, que Torra se empeñó en ver. La “banalidad del mal” también se nota en estas cosas, en que un racista puede escribir versos sobre las bestias extranjeras y llorar ante una fuente como hacen los cursis ante la tumba de Beethoven, como si lloraran ante un metrónomo.
Un racista puede escribir versos sobre las bestias extranjeras y llorar ante una fuente como hacen los cursis ante la tumba de Beethoven
Sánchez y Torra no sólo se intercambiaron botellas, rosarios o libros de caja de ahorros. Se intercambiaron legitimidades y famas. Lo que Torra llamó “reconocimiento mutuo”. Torra sólo es un fanático del delirio que durará lo que dure Puigdemont.
Lo que ha cambiado con Sánchez no es que esas fantasías de tribu wagneriana de Torra y Puigdemont puedan hacerse realidad mañana, sino que los que montaron la independencia como farol para conseguir más autogobierno y pelas, engañando hasta a los suyos, están más seguros de ganar incluso después de habérseles ido todo de las manos. Sánchez no sólo concederá la materialidad de ese chantaje ladino, sino su victoria moral, dulcificando las posiciones supremacistas y totalitarias de este periodo.
De hecho, Sánchez ya ha llegado a definir todo esto, explicó Torra, como un conflicto “político” que debe tener soluciones “políticas”. Los poéticos salvajes de sangre, turba y fuente de los suspiros como Torra y Puigdemont podrán seguir, pues, vendiendo que se enfrentaron a la represión y al neofranquismo, y que la ley corrupta no les doblegó, sólo el pragmatismo de rearmarse para el próximo intento, al que llegarán con más experiencia y dinero.
La rendición del Estado al chantaje, la negación coreográfica de que haya existido siquiera un golpe, eso es lo que debería preocuparnos en este lunes con temperatura, color y abotagamiento de vino de verano, preludio a la siesta de dos faunos: la siesta de Sánchez, mientras aguanta hasta las elecciones desde su RTVE tomada y sus álbumes de boda de hada; y la siesta de Torra y Puigdemont, dulce siesta de veneno o desangramiento mientras mueren románticamente de traición y pureza como Sigfrido en un bosque. Duermen o mueren, eso sí, viendo que su república vuelve a ser autonomismo glotón, pero con más tocino y más expectativas que nunca. Gracias a Sánchez y a sus manos con el tamaño y la cálida animalidad de patas de fauno o alas de ángel.
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