La publicación por parte de El Español y OK Diario de las conocidas como 'cintas de Corinna', en las que la amiga del Rey emérito habla de sus negocios, cuentas en paraísos fiscales y también de las supuestas amenazas del director del CNI, Félix Sánz Roldán, a ella y a sus hijos, ha provocado un controlado terremoto político.
Los dedos acusadores apuntan a una filtración del ex comisario José Manuel Villarejo, en prisión desde el pasado mes de noviembre. La detención del también comisario Enrique García Castaño -puesto en libertad ayer por orden del juez aunque con la oposición de la Fiscalía- ha añadido al asunto la pimienta de una presunta operación de desestabilización protagonizada por policías que han desempeñado inconfesables labores en temas sensibles para el Estado.
Villarejo ha acumulado durante sus más de 30 años de servicio a distintos gobiernos material comprometido sobre operaciones antiterroristas, de narcotráfico y relativas a personas muy relevantes de la vida política y económica. Él suele definirse como un "agente encubierto", figura que le ha permitido caminar al borde de la legalidad pero con la cobertura del Ministerio del Interior.
El juez Baltasar Garzón, abogado de García Castaño (conocido en el mundillo policial como El Gordo), ha defendido públicamente la trayectoria de Villarejo. No hay que olvidar el papel clave que jugó Garzón en su etapa como juez de la Audiencia Nacional tanto frente a ETA como frente a los capos de la droga.
En privado, algunos de los policías más reputados ponen en valor las investigaciones de Villarejo, aunque sobre sus métodos no se pronuncian: "Todos los estados democráticos tienen este tipo de agentes".
Seguramente, si no hubiera sido por el enfrentamiento de Villarejo con el director del CNI el comisario se hubiera jubilado con honores.
Las conversaciones ponen de manifiesto la comisión de posibles delitos. Tapar los trapos sucios no es la mejor forma de defender a la monarquía
Pero, en ese choque de trenes, salió perdiendo. Si había alguna institución que conocía los negocios y métodos de Villarejo, era el CNI. El comisario, de hecho, ha trabajado en varias ocasiones de la mano de los servicios secretos.
La salida del gobierno del ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, que defendió incluso en el Congreso las actuaciones de Villarejo respecto a Cataluña, fue el primer síntoma de que la balanza se inclinaba a favor de su contrincante.
En ese enfrentamiento no es que se pretenda eliminar las cloacas del Estado, sino que es una pugna por su control. Algunos se llevan las manos a la cabeza por la tolerancia de Interior ante los poco recomendables métodos del comisario. Esa fingida sorpresa me recuerda al general Renault cuando ordena, en la película Casablanca, el cierre del Café de Rick: "Estoy sorprendido: ¡Aquí se juega!"
Antes de una detención que se barruntaba, Villarejo concedió algunas entrevistas, una de ellas publicada por El Independiente. El comisario ya apuntaba en ella alguna de las cosas que ahora hemos conocido con todo detalle, como las supuestas amenazas de muerte de Sanz Roldán a Corinna zu Sayn-Wittgenstein.
Villarejo creyó, equivocadamente, que las grabaciones de Corinna eran su seguro de vida. La publicación de las cintas aparentemente le señala como responsable. Pero, si ha sido así, con ello ha disparado su última bala. Su situación penitenciaria sólo puede ir a peor.
Más allá de la pelea Villarejo/Sanz Roldán hay que analizar lo que ponen de relieve esas conversaciones, que su protagonista no ha negado. Las andanzas de don Juan Carlos con Corinna pertenecerían al ámbito de su vida privada si no fuera porque, presuntamente, han derivado en el cobro de cuantiosas comisiones ingresadas en paraísos fiscales de la mano del conocido y oscuro asesor Arturo Fasana.
La Fiscalía debería investigar de oficio el contenido de esas cintas porque apuntan a la comisión de graves delitos. El Rey emérito ha dejado de ser intocable penalmente.
Es evidente que el conocimiento público de algunos asuntos que sólo estaban al alcance de los iniciados da armas a los que quieren desestabilizar y desacreditar a la monarquía. Pablo Iglesias o Quim Torra deben estar salibando ante el jugoso contenido de unas conversaciones que evidencian un comportamiento, como mínimo, poco ejemplar de la máxima institución del Estado hasta hace tan sólo cuatro años.
La mejor forma de defender a la monarquía no es tapar sus posibles trapos sucios, sino todo lo contrario. Ese, al menos, ha sido el ejemplo que nos ha dado Felipe VI.
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