A nuestro presidente Martini, a nuestro presidente de porche o Porsche, a la izquierda de botón de ancla y ego aerostático que hemos descubierto en él, lo que le faltaba era hacerse un Pretty Woman. El lujo no está en la joya con precio y forma de ostra o al revés, en el cochazo de museo ferroviario o espacial, en la mansión con mar y cielo propios y cúbicos en las habitaciones, ni siquiera en la ópera, a la que ya va cualquiera y sin saber de ópera (hace poco, el Teatro Real entero aplaudía igual que a la Pantoja esa musiquilla de organillo o tiovivo de Martes y Trece que es Lucia di Lammermoor). No, todo eso es simplemente dinero u horterada.
El lujo es que ni el tiempo ni el espacio te afecten. Por eso ese viaje en avión privado para ir a la ópera (sí, aunque fuera La Traviata, de otro organillero como Verdi), es el mayor lujo, el lujo verdadero de la película, el lujo que enamora definitivamente. Gere encandila a Julia Roberts no por la música ni el culturetismo, sino porque le muestra el poder insuperable de saltarse el tiempo y la distancia. Irte a París a tomar un café no es el café ni es París, sino eso, poder irte igual que te vas a tomar un vermú a la esquina. Sánchez no ha exhibido un lujo, sino el mayor de los lujos. El lujo verdaderamente alfa. Encima, con dinero público. Le estamos patrocinando canas al aire de película.
Sánchez no ha exhibido un lujo, sino el mayor de los lujos. El lujo verdaderamente alfa. Encima, con dinero público
Pedro Sánchez voló otra vez sobre las alas livianas e inmensas de lo público (“alas del tamaño de la nieve”, que escribió Aleixandre), voló con su mujer, especialmente institucionalizada para el momento, pasada ya como por el terciopelo pelirrojo de Julia Roberts. Pero al llegar no los esperaban Merkel ni Trump, ni un desagüe roto de la OTAN ni una crisis en los maceteros de la UE. No, sólo estaba un concierto de The Killers, el grupo de rock pijo de Brandon Flowers, buenos pero comerciales, que dirán los puristas.
Recuerdo el primer vídeo que vi de The Killers, Human, y a Brandon Flowers con plumas de águila en los hombros. No sé si es lo que le falta ya a Sánchez, ponerse plumas como una rapaz con mensaje libertario o un indio con peyote que sobrevuelan los cañones sostenidos en su propia majestuosidad o su propio flipe. Aunque eso, creo, era de Pink Floyd, Learning to fly. O lo estoy mezclando con A-Ha: Hunting high and low. No sé. Lo que es cierto es que Sánchez está ochentero, de calentadores para hacer footing y de irse de festival a la costa de Levante hasta ver despeinadas a las estrellas en los charcos de la orilla. Todavía siente eso el presidente, y me acuerdo de Portugal The Man, que no sé si estaba también en ese festival, Feel it still: “Let me kick it like it’s 1986, now”.
Es la hora de los políticos jóvenes, de la party en casa de los padres, que eso parecen ahora el país y La Moncloa, recibiendo a amiguitos como a Torra. Y cuando hay ese espíritu y esa edad, ganan las emociones y la impetuosidad: poder llevar a tu chica en la moto o en un Falcon, que las mezclas adolescentes de licores traigan pronto la exaltación de la amistad con el indepe golpista, que nos conquiste en el Congreso el candor de Verónica Mengod en El Kiosco… Con ego, con palmito, con churri, con la despreocupación que da saber que Carmen Calvo va a decir que el dinero público no es de nadie, uno se hace un Pretty woman para ver a The Killers o para comer paella. Adiós papá, consíguenos un poco de dinero más.
Era un viaje tan particular, tan privado, como si se hubieran ido a Las Vegas a una habitación con forma de corazón o huevo de Fabergé
Carmen Calvo ha justificado la visita paracaidista, no ya porque Sánchez saludó a la alcaldesa (gran halago que un presidente de Gobierno flete un jet o un portaviones para saludar a la alcaldesa de Castellón) ni porque cerró un encuentro informal con Ximo Puig (lo informal si llegas en avión privado parece menos informal). No, es que The Killers también forma parte de la agenda cultural, como la ópera o el teatro. Quizá es un corolario de su igualitarismo cultural, que ir a Bayreuth, ver a The Killers o escuchar a Camela es lo mismo. Pero no se trata de la altura artística del evento, sino del interés público de la presencia de Sánchez en él, que era ninguno. Era un viaje tan particular, tan privado, como si se hubieran ido a Las Vegas a una habitación con forma de corazón o huevo de Fabergé.
Hay una canción de The Killers que se llama Mr. Brightside, que yo traduciría por Sr. Optimista o algo así. Sánchez desde luego es un optimista, más aún que Zapatero, que se hizo con el concepto un atrapasueños para él y una horca para el país. Quizá Sánchez tenía que rendir homenaje a la inspiración de esa canción, gracias a la cual tenemos a este Gobierno de náutica, orla escolar y buen rollo. Sánchez está en la edad de ser optimista y de todo lo demás que ha hecho: marcar brazo como Popeye, presumir de burra, peinar brillantina y que no importe el dinero de papá. Richard Gere, el soso atractivo y millonario, al menos se gastó el suyo en llevar a Julia Roberts a que se meara de gusto en las bragas. Nosotros, de momento, podemos terminar sin bragas y sin gusto.
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