Las recientes primarias en dos tiempos que acaba de realizar el PP han vuelto a poner en el candelero la bondad o maldad de tal procedimiento, también de qué se hace con el Artículo 6 de la Constitución, según el cual “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son el instrumento fundamental para la participación política”. A cambio de estas prerrogativas, “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.
Esta última exigencia se la han pasado todos ellos por el arco del triunfo, y no se han quedado en eso. También han usado el poder para perpetrar una auténtica invasión sobre otros poderes del Estado y sobre la sociedad civil. Una politización que, por ejemplo, ha arruinado la mayor parte de las Cajas de Ahorros.
Los partidos son hoy organizaciones saturadas de cargos, en los que el control interno se evapora ante los intereses compartidos. En efecto, en el sistema español existe una enorme cantidad de puestos políticos: 350 diputados y 252 senadores, 1.184 diputados autonómicos, 1.040 diputados provinciales, seleccionados por los partidos entre los concejales; 8.116 alcaldes, 60.346 concejales, 157 miembros de cabildos insulares canarios, varios miles de miembros de vocales vecinos en las Juntas de Distrito en las grandes ciudades, etc., etc. En suma, entre 80.000 y 100.000 puestos de trabajo que dependen de la política.
Los partidos están saturados de cargos con un control interno que se evapora ante los intereses
En nuestro entorno existen legislaciones que intentan controlar la actividad de las direcciones de los partidos. En Alemania, la Ley de Partidos prevé la celebración de congresos al menos cada dos años (art. 9.1), limitando la presencia en ellos de delegados natos (art. 9.2) y previendo la elección en ellos de la dirección del partido (art. 9.4 y 11), la composición del congreso o de las asambleas de compromisarios en proporción al número de afiliados y ponderando por el número de votos (art. 13), la designación de los candidatos electorales (art. 17), etcétera.
Y cuando alguien habla de implantar una nueva ley de Partidos en España viene a la memoria la fábula aquella en la cual un grupo de ratones decidieron colocarle un cascabel al gato, a fin de que el sonido del cascabel les permitiera a ellos ponerse a buen recaudo. Pues bien, en este asunto de la Ley de Partidos, ¿quién le pone el cascabel al gato, teniendo en cuenta que a los gatos no les gusta llevar al cuello cascabel alguno?
Pero volvamos la vista hacia las primarias que se celebran en España, pues nos llevan a algunas conclusiones: 1) ningún triunfador en primaria competidas (con más de un candidato) ha conseguido ganar las siguientes elecciones (generales, autonómicas o municipales), 2) los votantes en las primarias sólo han sido una mínima parte del censo oficial de afiliados. El reciente caso del PP ha sido espectacular: presumieron de tener más de 800.000 afiliados y apenas se inscribieron 60.000 para votar.
Y llegados aquí es preciso hacerse la pregunta del millón: ¿representan los afiliados de un partido (sociológica, ideológica y hasta psicológicamente) a los posibles votantes de ese partido? Pues yo creo que no. ¿Por qué?
La gran pregunta es si los afiliados a un partido representan a los posibles votantes
En primer lugar, porque son muy pocos. “Pocos y demasiado bien alimentados”, por usar las palabras de Alejandro Casona. En segundo lugar, porque sus posiciones políticas son, casi siempre, mucho más radicales y sectarias que las sus votantes, y es ese sectarismo el que impide llegar a acuerdos estables. De hecho, a nivel nacional nunca ha existido un gobierno de coalición, tan necesario para derrotar ataques contra el Estado, como el perpetrado por el separatismo catalán.
En tales condiciones, ¿qué derecho avala a los afiliados para ser los únicos beneficiarios (los dueños) de los privilegios que la Constitución otorga a los partidos políticos?
La conclusión a la cual llevan estas reflexiones es que el sistema de primarias a la española (sólo votan los afiliados) no es un buen sistema y puestos a realizar primarias, mejor que voten todos los simpatizantes, previamente inscritos en documentos públicos.
Ya sé que este sistema que propongo ha llevado a Donald Trump a la Presidencia de los EE.UU., pues no hay un sistema de selección que no tenga efectos perversos, pero ese mismo sistema también llevó a la presidencia a Franklin D. Roosevelt.
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