Hace unos días, la delegada del Gobierno en Catalunya, Teresa Cunillera, me confesaba que tras su primera reunión con el president de la Generalitat, Quim Torra, había necesitado una hora de jacuzzi para recuperarse. Ella le obsequió en su visita con fruta de Lleida, su tierra, y un libro. Él no había previsto regalo alguno e improvisó un mapa de Catalunya. Ese mapa lo ha colgado Cunillera en su despacho. La diferencia entre esta delegada y el anterior, Enric Millo, es escasa. Los dos son profundos conocedores de la realidad catalana, expertos en amabilidad y diplomacia, versos sueltos en sus respectivos partidos y sin ambiciones políticas, con más pasado que futuro. Si cualquiera de los dos, o los dos, hubiesen dialogado estos últimos años con la Generalitat, las cosas hubiesen ido de otra forma.
No nos engañemos, Quim Torra no es Puigdemont. Torra no tiene quince minutos de conversación. No está preparado, y lo sabe, para el puesto que ocupa y el huido le puso a dedo en el cargo para asegurarse de que jamás peligrara su puesto. De ahí que no le dejara ocupar ni siquiera su despacho en la Plaça Sant Jaume. No sea que Torra haga lo que hizo Puigdemont a Artur Mas.
Puigdemont un día le dijo a Millo: “Enric, deja ya de proponerme cosas, ya es tarde. Nosotros ya hemos decidido que nos vamos”
La realidad que nos ha traído a este callejón sin salida es distinta a como nos la contaron. Hubo mucho diálogo antes de la ruptura. Puigdemont se reunió varias veces en secreto con Enric Millo y con Rajoy. En secreto porque él no quería que los suyos lo supieran porque consideraba que perjudicaba a la causa, que debilitaba su lucha. Se celebraron varias de esas reuniones en el Palacio de Pedralbes de la Diagonal de Barcelona. Puigdemont llegaba por un pasadizo sin que le viera la prensa y Millo por otro, para encontrarse en un despacho a puerta cerrada. La primera de esas reuniones secretas duró dos horas y media. Una y otra vez el entonces delegado del Gobierno le decía que mientras no convocase el referéndum todo podía resolverse. Lo pidió Millo tantas veces que Puigdemont un día le dijo: “Enric, deja ya de proponerme cosas, ya es tarde. Nosotros ya hemos decidido que nos vamos”.
En esas citas se hablaba muy claro. Rajoy se reunió con él en dos ocasiones, una pública y otra secreta, y en la segunda le llegó a decir al entonces president: “¿Tú quieres una solución política o quieres ir a la cárcel?
No se producía nada así en España desde 1939 y siempre fueron ellos quienes decidieron ir a la colisión sin buscar alternativa. Y quienes programaron que se iban a producir altercados en algunos colegios electorales. Esas imágenes eran su mejor propaganda y dieron la vuelta al mundo. Para la mayoría, ese 1 de octubre la policía cargó con dureza contra la población civil causando decenas de heridos. La realidad fue otra. De 2.315 colegios electorales asignados para el referéndum ilegal, tan solo en 13 se utilizó la fuerza. En los 2.302 restantes o no se votó por intervención policial previa o se hizo sin incidentes.
Enric Millo ha pagado muy caro ser el delegado del 155 en Catalunya
Enric Millo ha pagado muy caro ser el delegado del 155 en Catalunya. Esta revolución del lazo amarillo y las sonrisas le ha obligado a cambiar a uno de sus hijos del colegio por los insultos que recibía, mientras su hija dejó la universidad catalana, harta de ser señalada constantemente por su apellido. Amenazas, pintadas en las paredes deseando su muerte, y más de 100 Ayuntamientos declarándole persona non grata.
Tenemos puestas muchas esperanzas en Teresa Cunillera para que resuelva esta revolución de las élites, de la burguesía catalana, de la clase media-alta que nunca en Catalunya quiso enemistarse con el poder. Esto es el procés.
El partido socialista lo intenta con diplomacia a la espera de que el PP de Pablo Casado no repita los errores de su admirado José María Aznar, sin duda el presidente español que más ha cedido ante los nacionalistas catalanes. Como ejemplo, los pactos del Majestic entre Pujol y Aznar en los que tras pedirle todo y más en cuanto a competencias y financiación a cambio de apoyar su gobierno en Madrid, antes de cerrar los acuerdos Pujol le hace una última petición personal al presidente Aznar: que le cortara la cabeza a Aleix Vidal-Cuadras. Era entonces el presidente del PP en Catalunya y acababa de conseguir los mejores resultados en votos que jamás ha conseguido el PP catalán en su historia. Pujol no esperaba que con esos resultados aceptara su petición, pero Aznar ni siquiera se lo discutió. Vidal Cuadras dimitía días después. Este Aznar es el que ahora da consejos sobre el problema catalán a todos los partidos.
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