Satán viene en verano, entre los culos del reguetón y las lenguas sacadas del rock. En la Catedral de Santiago, donde el románico ázimo de Dios duerme bajo el gótico empresarial de su Iglesia, apareció el otro día una escultura pintarrajeada en honor al alter ego del batería de Kiss, Catman (cualquiera de ellos, ha habido dos que yo recuerde), convirtiendo al santo o al monje de la fachada en una especie de Baal gatuno y glam. No fue Satán, claro, sino algún gamberro atragantado de la mitología de peluche diabólico del rock.
El rock tiene a sus Satánicas Majestades, pero el Diablo ha estado en la música antes que Mick Jagger, Alice Cooper o Marilyn Manson. Y, por supuesto, antes que Kiss, que, como digo, me parecen peluches electrificados. En la Edad Media llamaban exactamente así, diábolus in música, al intervalo de cuarta aumentada o quinta disminuida, el de tres tonos, y lo evitaban. Seguramente era más por la disonancia que por superstición, pero ahí ha quedado como pequeña y sugerente brujería, tan tentadora que podía invocarse silbando.
La música ha tenido siempre algo de diabólica, desde la antigüedad hasta llegar a Kevin Bacon en 'Footloose'
La música ha tenido siempre algo de diabólica, desde la antigüedad hasta llegar a Kevin Bacon en Footloose. Es imposible no mencionar las caderas lubricadas de Elvis o esa boca como con cunnilingus incluido de Jagger, pero también los niños buenos de los Beatles hacían mearse a las chicas y persignarse a las madres. Lascivia incluso sin guitarreo: a Farinelli, el castrato, se le desmayaban las mujeres en el público, como si fuera Justin Bieber. Y si el Diablo no estaba en la lujuria, estaba en la provocación. Cuando Ravel estrenó su Bolero, una mujer gritó: “¡Este hombre está loco!”.
Otro estreno, el de La consagración de la primavera, es seguramente el mayor escándalo de la historia de la música, aunque hubo más razones que la novedosa y deslumbrante partitura de Stravinsky, que salió del teatro llorando como una corista. El Diablo ha estado ahí, entre las liras o los somieres, incuso para confundir a los clásicos y a los roqueros. Porque rock, y hasta más rock que Kiss, que son como osos panda del rock, me parecen Sonnerie de Sainte-Geneviève du Mont de Paris de Marin Marais, la famosa Tocata y fuga en re menor de Bach y hasta el último movimiento de la Sonata Claro de Luna de Beethoven.
El rock, que en puridad es blues desencadenado, más enfurecido o más risueño, fue inventado por una mujer, Rosetta Tharpe, cantante de góspel, o al menos eso me voy a atrever a decir para provocar un poco. Ella ya cantaba a Dios con su guitarra como una silla colonial, y luego Little Richard, Chuck Berry y Elvis Presley irían construyendo las capillas de más devoción. Hasta que, claro, llegaron los Stones, que fueron como el Nuevo Testamento del rock, y AC/DC, que unieron definitivamente el cielo y el infierno.
Hasta Nirvana, salvo quizá Queen y Dire Straits, todo ha sido copia, distorsión y cardado, perdónenme ustedes
Sin entrar en la rama progresiva y sinfónica, sin rozar siquiera a los sagrados Pink Floyd, y sin perderme en el muy variado mainstream, diré que ya, hasta Nirvana, salvo quizá Queen y Dire Straits, todo ha sido copia, distorsión y cardado, perdónenme ustedes. Y mejor no mencionar el rock nacional: macarras diletantes y melódicos reconvertidos. ¿Y lo más nuevo? Aún quedó algo vibrando, en los maravillosos niñatos que fueron Arctic Monkeys, en los Jet, en Cowbell. Y si me preguntan por The Killers, a ésos nos les hace falta ni vestirse de panda.
Lo que yo quería decir, en fin, es que el rock ya da un Olimpo, una catedral y unos evangelistas que no se pelean con los dioses porque ya están con los dioses, igual que Bach con su cara de prestamista de ángeles. El rock es arte con su propio románico y su gótico y su rococó hortera, a veces paletizado como el rockabilly, a veces remojado como el soft rock. El rock es hasta viejo, que dos jubilados se escaparon de su residencia estos días para irse a un concierto heavy. Tan viejo que empieza a no tener edad. Hace poco vi en el metro cómo una pareja de sesentones con camiseta precisamente de Kiss se cruzaba con otra parejita de quinceañeros también con camiseta de Kiss, y se miraban y se saludaban desde dos siglos como desde dos Harleys. El rock, ya digo, no puede ir contra la civilización ni contra los curas, porque ya es civilización y es religión, cosa que sin duda no sabía el gamberro de Santiago, un mal roquero.
El rock no tiene que romper una guitarra contra una catedral, sino contra un chiringuito. No es el metal contra la piedra del cielo, sino contra la fofez visual y sonora del verano, lo que nos vendría bien. Satán, o algún otro poder equivalente y simbólico con inteligencia y cinismo, tendría que intervenir todos los coches de los horteras y todos los chiringuitos meones de mojito y todo el reguetón de culos y cerebros de arena, y enchufarles a AC/DC, que los pone blancos y temblones como vampiros con cubata de ajo (compruébenlo, yo lo he hecho y es muy satisfactorio). Sí, esa musiquilla y esa gente. Ellos sí son el mal, no Satán y su rock. Satán sólo es ironía. En su honor y en el de la civilización, denle bien al rock and roll este verano.
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