El desafío independentista está en una situación más novedosa de lo que parece. Desde que llegó Sánchez a La Moncloa y Puigdemont huyó del Palau de la Generalitat ya no es posible un choque de trenes. No es necesariamente una buena noticia. El presidente español no chocará con el president Torra porque ambos conducen sus políticas por universos paralelos.
El gobierno socialista está convencido de que dos no se pelean si uno no quiere, así que los independentistas han cambiado de estrategia, que no de objetivo. Han pasado de buscar la confrontación directa con el Gobierno de España, como hacían con Rajoy, a optar por el ninguneo a Sánchez.
Mientras Moncloa ignora los desafíos independentistas, y cruza los dedos para que la Diada sea un fracaso, Torra amaga con un nuevo órdago al Estado. Está por ver si lo hace para conseguir la independencia o un exilio en Waterloo.
Ha tenido Torra que mentar a Felipe VI y remontarse hasta Aznar, a quien el president de la Generalitat desempolvó en su último discurso en el Teatre Nacional sin venir a cuento, para buscar el aplauso fácil del público entregado. Es la ventaja de hablar en un teatro en vez de en el Parlament, que puedes elegir que solo entren los groupies. Además, un escenario se presta más a revivir fantasmas. El de Pujol, sin embargo, olvidaron invocarlo.
Mientras Moncloa ignora los desafíos independentistas, Torra amaga con un nuevo órdago al Estado. Está por ver si lo hace para conseguir la independencia o un exilio en Waterloo
Ningunea el independentismo a Sánchez como ningunea a los tribunales a los que ha amenazado con desobedecer si no absuelven a los políticos catalanes en prisión preventiva. Y, por supuesto, ningunea al Parlament, más caprichoso con los aforos que los teatros donde se pueden representar los simulacros a medida. Ningunea, en general, a todo lo que se interponga entre su versión y la realidad.
Si en vez de llenar las instituciones de lacitos, el independentismo se atreviera a convertirlas en escenario del protagonismo político que le corresponde, correría el riesgo de tener que reconocer que su problema no lo tiene con quién habite La Moncloa, sino con la mitad de la sociedad catalana que no quiere la independencia. Ese es el más peligroso de los ninguneos que alimenta la estrategia independentista.
Sánchez espera que las divergencias internas del PDCat con sus socios de ERC vayan resquebrajando el espejismo de que todos los indepes reman en la misma dirección. Sin embargo, en el afán del presidente Sánchez de ningunear a Ciudadanos ayuda indirectamente a Torra a invisibilizar a la oposición catalana. Inés Arrimadas, la líder de la oposición que ganó las elecciones en Cataluña, es invisible en los simulacros que se están construyendo a medida tanto Torra como Sánchez.
Ya avisó Baudrillard que matar la realidad era el crimen perfecto porque no dejaba pruebas. No habrá choque de trenes, pero no es necesariamente una buena noticia. De lo que vamos camino es de descarrilar definitivamente de la realidad.
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