Algunos políticos y medios de comunicación vienen alertando desde hace tiempo de que en Cataluña se producirá un “otoño caliente”. Los separatistas estarían preparando, de acuerdo con estos observadores, una serie de actos de desobediencia y boicot que se iniciarían la noche de la Diada y se prolongarían hasta la conmemoración del referéndum ilegal y la “huelga de país”, los días 1 y 3 de octubre.
Pero la realidad es que, finalizada la gran manifestación de la Diada, todos los asistentes se retiraron mansamente a sus lugares de origen. Sólo un puñado de exaltados permaneció en la Avenida Diagonal con la esperanza de acampar allí y cortar la principal arteria de Barcelona. Por la mañana, la estatua de Rafael de Casanova en la que se hacen las ofrendas florales había amanecido sin la bandera estelada que suele adornarla. Esta vez los Mossos no habían permitido que nadie se acercara al monumento. El Consejero de Interior, interrogado por este hecho, respondía que habían sido “órdenes de arriba”.
En los días precedentes a la Diada, los principales portavoces de ERC habían realizado declaraciones contrarias a la “unilateralidad” y a favor de soluciones “dialogadas”. Pocas horas después de la fiesta nacionalista, el grupo del PDCAT en el Congreso firmaba con el PSOE una moción en la que se insta al Gobierno al diálogo “dentro del ordenamiento jurídico vigente” para que los catalanes puedan “acordar los cauces legales y democráticos que permitan a la sociedad catalana determinar su futuro”. Los medios alineados con el Gobierno se esfuerzan por destacar lo primero, mientras que el aparato propagandístico de los pujolistas celebra que se haya reconocido el principio de “autodeterminación”.
Existe un pacto entre Pedro Sánchez y el separatismo para rebajar la tensión y evitar dañarse mutuamente
Mientras tanto, el Ministro de Asuntos Exteriores sorprendía a todo el mundo cometiendo una serie de errores (?) en una entrevista de la BBC: manifestaba su deseo personal de que los políticos presos estuvieran libres (dejando en mala posición al juez Llarena) y afirmaba que Cataluña es una “nación”, sin matices ni explicaciones de ningún tipo.
Todos estos hechos vienen a confirmar algo que ya se adivinaba en los recientes discursos de Torra y en las reacciones del Gobierno y sus medios afines: la existencia de un pacto entre Pedro Sánchez y el separatismo para rebajar la tensión y evitar dañarse mutuamente. El Gobierno no puede permitirse un fracaso de su estrategia en Cataluña y necesita presentar a la opinión pública los frutos de la misma, aunque sean envenenados. Los separatistas, por su parte, no desean perjudicar las expectativas de su mejor candidato a la Presidencia, el Sr. Sánchez. Después de unos meses en los que su precipitación estuvo a punto de hacerles perder su aparato de poder, necesitan ganar tiempo, ahondar en la división de los constitucionalistas, y arrancarle a un Gobierno débil todas las concesiones materiales y discursivas posibles.
Los separatistas necesitan ganar tiempo y arrancarle a un Gobierno débil todas las concesiones materiales y discursivas posibles
Maestros en el arte de la ducha escocesa, los separatistas se disponen a bajar la temperatura con la esperanza de que los españoles nos ablandemos y aceptemos las cesiones que el Gobierno Sánchez está dispuesto a realizar para mantenerse en el poder. ¿Serán capaces de mantener a raya a los más exaltados? ¿Podrán sostener durante mucho tiempo un discurso incendiario sin traducción en hechos? ¿Qué esperan obtener de Pedro Sánchez a cambio de una “paz” precaria y temporal?
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