A Sánchez, tan gladiador, no le gusta sin embargo el Senado, que es una cosa antigua de romanos con racimo y aguamanil. En el Senado, los romanos tenían algo de críticos taurinos, con el pueblo como toro y un césar como un torero de retratista. Allí, con sus barrigas de picador y sus capotazos de toga, los senadores hacían como su tertulia franquista, entre el toro y su vellocino, entre el Imperio y la escupidera. El Senado se ve que es una cosa muy facha ya desde el principio. Además, el Senado no sabe la gente qué hace ni dónde está. La gente conoce el Congreso, su fachada de billete, sus leones de Ponzano como otro bar de Ponzano, sus tiros en el techo y su madera de mueble bar rascada por las cucharillas y las uñas. Pero el Senado, ni idea.
Sánchez podría gobernar desde su porche, como un sheriff de Luisiana. O desde su zepelín atracado en La Moncloa como un castillo hinchable junto a otro castillo hinchable. A Sánchez no le harían falta el Congreso ni el Senado, pero ahí están, “bloqueándole” sus cosas, sus leyes que quiere meter por la gatera. Y eso de que le bloqueen algo es humillante, como si le pusiera un tapón Corbalán. El Congreso todavía tiene historia y murmullo del pueblo, de mercado del pueblo, pero ¿el Senado? El Senado no tiene nada que ver con el pueblo, que igual cree que es el Palmar de Troya, y Sánchez debe ser el presidente del pueblo, o el pueblo en un presidente. Por qué no pasar del Senado, esa gallera facha.
Eso de colar una enmienda a una ley en la tramitación de otra ley es un truco con mucha jurisprudencia en contra del Tribunal Constitucional. Pero qué es el TC, un edificio que la gente confunde con un planetario. Igual se podría acabar con el TC, que por dentro ni siquiera es un planetario, sino una tertulia de costureras. La verdad es que no necesitamos más que a Sánchez. A Sánchez le estorba todo. La oposición que hace oposición, las leyes que pesan como leyes, la prensa que no lo retrata con la apostura de hidalgo cetrero que él se trabaja tanto, sino que señala la mediocridad, la ineptitud, las constantes cambaladas de un Gobierno que encima no hace nada (equivocarse tanto sin hacer nada es más que una habilidad, es un superpoder). A Sánchez le estorban incluso las Cortes, que no le dejan arremangarse como a él le gusta, como un pescadero para el pueblo, a pregonar para el pueblo, a dejarse oler alimenticiamente por el pueblo.
A Sánchez le estorba todo. La oposición que hace oposición, las leyes que pesan como leyes, la prensa que no lo retrata con la apostura de hidalgo cetrero que él se trabaja tanto, incluso las Cortes le estorban
Nadie tan débil fue nunca tan soberbio. Llegó después de negociar en las traperías más apestosas de la política, incluso con los que pretenden derrocar esta democracia, y ahora, quizá precisamente por eso, le estorba todo, todo ese resto de democracia que no es él llevado en palanquín. Ha ocupado todo con comisarios políticos, deudores y antisusanistas (ay, cuando pensábamos que nada podía ser peor que Susana…) y ahora pretende que las Cortes sólo sean su espejo de vestidor. Amenaza a Rivera con el dedo desde su banco azul Oxford (un azul más académico que su tesis), pero no es un dedo acusador, sino colombino. Le están bloqueando sus cosas, su horizonte, su visión. Políticos, partidos y edificios enteros. Hay que quitarlos de en medio por nuestro bien. O el de la humanidad, que desde el Falcon (qué experiencia) no se aprecian fronteras, salvo la de Cataluña.
Sánchez, especie de pez globo presidencial, esqueleto político engordado de trapo y de colores y luces de romería y de calabaza, como una Muerte mexicana; Sánchez, en fin, no tiene mucho dentro, sólo la posibilidad de rellenarse de cualquier cosa, que a lo mejor eso es un alma de cántaro. Las contradicciones no le afectan. La verdad no le conmueve. El ridículo no le despeina. Sánchez no apoyó a Montón, sino sólo su “gestión pública”. Y esas bombas de precisión de Celaá no van a matar a nadie que no deban. Y Margarita Robles canta que ellos buscan “la paz en el mundo” como una miss vestida por su hada madrina. No es cursilería, sino lo que sale cuando el discurso es circunstancial, contingente, sin más dirección que mantener el mentón proal de Sánchez mirando al poder y a la grada. Es un discurso mágico, como el del santón, como el del gurú con ovni. O mejor, como el mago de Oz, que como Sánchez era un paseante en globo que usaba trucos de feria.
Es un discurso mágico, como el del santón, como el del gurú con ovni. O mejor, como el mago de Oz, que como Sánchez era un paseante en globo que usaba trucos de feria
El pueblo no quiere una oposición meticona ni un Senado de jugadores de dominó. El pueblo quiere que Sánchez cumpla su misión de maquinista de tren mágico. El pueblo no quiere que Sánchez sea ningún coquito, sino un chaval normal de Empresariales o por ahí, que hasta usa chuleta en su antebrazo grueso de determinación. El pueblo no quiere ley en las Cortes, en España ni en Cataluña, sino que Sánchez hable de la paz y de los pobres como una Teresa de Calcuta de boutique. Y sobre, todo, el pueblo quiere que Sánchez le enseñe La Moncloa como la casa de la Preysler, que él está muy empeñado y contento con esa iniciativa, así se hace uno cercano y querido, como cuando Cayetana de Alba invitaba a Omaíta.
Dejando que el pueblo se acerque a él, a su intimidad fetichista de estrella o de santo, y dejando que él se acerque al pueblo sin reglamentos ni leguleyerías; así es como se gobierna bien en esta nueva era, al menos si consideramos al ciudadano una lata sin corazón, un león cagón o una niña con piruletas en la cabeza y en los zapatos. La enseñanza de El mago de Oz es que no hay magia, sino la inteligencia, el amor, el coraje y la voluntad que ya se llevan dentro. Antes de que nos demos cuenta de qué hay dentro de Sánchez, se entiende que quieran quitar ese Senado de romanos muertos e inaugurar, mejor, un Eurodisney en La Moncloa.
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