Hay que hacer algo. En la vuelta al cole, con la depresión postvacacional desbocada, asistimos impertérritos a un espectáculo bochornoso y repugnante. No es algo nuevo, pero no debemos conformarnos con el paupérrimo nivel de nuestra clase política, y, el ejemplo pernicioso que están dando enfrentándose en el fango.
Por un lado, tenemos a la agrupación más votada, que prefiere perpetuarse en la inacción, dejar gobernar a un partido con 84 diputados antes que convocar elecciones. Es decir, que anteponen sus cuitas y cálculos personales a los deseos de los ciudadanos que les votaron. Un partido, que ha elegido como líder a un señor que no ha trabajado ni diez minutos, más allá de medrar en el aparato interno del partido. Miento, se tuvo que esforzar intensamente para acabar la carrera y el máster en unos pocos meses. Eso sin mencionar la corrupción generalizada durante estos años, que afectaba a diestra y siniestra de los líderes y lideresas, pero sin que ellos tuvieran nada que ver.
Por otro lado, nos gobierna un partido que no tiene margen de actuación, que no ha sido votado por nadie, que utiliza la presidencia del Gobierno como mecanismo para ir ganando rédito electoral. Con una política de prueba y error, un líder que presume de ejemplaridad moral, cuando ha demostrado ser un trepa que vendería a su madre para llegar a Moncloa. Dime de qué presumes, y, te diré de qué careces.
Los morados constituyen una amenaza para la democracia según sus propias palabras. Afirman que sólo pueden alcanzar el poder en un ambiente de revolución y caos. Los naranjas bastante tienen con llegar a acuerdos con unos y con otros. Su líder no sabemos si es doctor o doctorando, y, presume de haber trabajado en la asesoría jurídica de una entidad financiera, que verdaderamente lo hizo, pero unos pocos años, no creo que pasara de último mono.
Hay que limitar el acceso al servicio público a gente sin cualificación ni experiencia cuyo único objetivo es vivir del cuento
Todos conocemos ejemplos de personajes que llegan a cargos públicos después de haber estado 12 años estudiando derecho. Su mérito, haber sido elegidos delegados de la clase, representantes de los estudiantes. Durante todos esos años se dedican a enredar, por el camino organizan viajes de esquí o de estudios a los que van gratis y se apuntan a la cantera de un partido político. Poco a poco, van colaborando a nivel local, y, en el medio plazo, si hay suerte, obtienen réditos con un puesto aquí o allí nombrados por el partido en cuestión. Algunos sin oficio ni beneficio, otros sí, pero no en función de sus conocimientos o capacidad sino como remuneración de los favores prestados. Así son muchos de nuestros representantes en las instituciones, locales, nacionales o europeas. La democracia ha muerto, demos la bienvenida a la ineptocracia.
Es preciso acabar con esta tomadura de pelo. El pueblo debe sublevarse, una especie de 15M, impulsado por los que mantienen este cotarro: médicos, abogados, electricistas, pintores, contables, camareros, etcétera. Un movimiento pacífico de gente normal, sin sitio para los que solo persiguen alborotar alentados por los perro flautas y titiriteros sin ocupación.
Hay que tomar medidas. Primero, fusionar ayuntamientos, acabar con las diputaciones y suprimir el Senado. Segundo, reducir el Congreso a la mitad, dejarlo en 175 diputados. Tercero, erradicar las formaciones de jóvenes de los partidos. La cantera está bien, pero para el fútbol. Estudien, fórmense, procúrense una profesión, ya habrá tiempo después para otras cosas. Cuarto, establecer barreras de entrada al ejercicio de la labor pública.
Se trata de limitar el acceso al servicio público a gente sin cualificación y experiencia cuyo único objetivo es medrar y vivir del cuento. No creo que los políticos sean un gremio más ladrón y facineroso que el resto de la sociedad, son un mero reflejo de la misma. Sin embargo, los aparatos de los partidos sí alimentan a un conjunto de gente que fuera de ese entorno cerrado lo tendrían difícil.
Sería fantástico ver el congreso de profesionales que tras una larga carrera se juntaran para aportar su experiencia a la gestión del país
La idea es que ocupar un puesto de responsabilidad para gestionar los recursos públicos, alcaldes, concejales (en ciudades de un tamaño medio grande), miembros del Gobierno autonómico, diputados, ministros, presidentes del Gobierno, secretarios y subsecretarios de Estado, debería ser un colofón perfecto a una carrera profesional dilatada. Es decir, debería ser exigido a todos los que ocupen esas posiciones un mínimo de 15 ò 20 años de experiencia, ya sea en la empresa privada o pública.
No me vale gente sin experiencia ni valía demostrada. Tampoco me sirve alguien que saque la oposición de registrador de la propiedad, y a los dos años se ponga a enredar en política. -Mire usted, trabaje unos añitos, y, después sí-
Sería fantástico ver el congreso de profesionales que después de una larga carrera en su campo, se juntaran para aportar su experiencia y conocimientos a la gestión del país. A mí me parece la guinda de una carrera, llegarían para ayudar, para servir y no para servirse de su posición para escalar en la vida. El pueblo no sería tan crítico, los garbanzos negros es imposible reducirlos a cero, pero, el riesgo se minimiza.
Habría un problema con la remuneración, pero reduciendo el número habría más recursos, se les podría compensar de manera justa, razonable y generosa. Hoy, algunos políticos están sobrepagados porque carecen de cualificación, sin embargo, un ministro que gestiona billones de presupuesto y gana 70.000 euros al año está muy mal pagado.
En definitiva, menos y mejores políticos. Supongo que habría que modificar la Constitución, de paso podemos aprovechar para insistir en que todos los españoles seamos iguales, independientemente de que estemos en Cuenca, en Gerona o en Baracaldo. Suerte.
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