En el primer aniversario del 1-O ha quedado en evidencia que Quim Torra es un president dislocado. Fuera del tiempo, sigue anclado en el día del referéndum de hace un año, incapaz de reconocer que una consulta ilegal no lleva a Cataluña a la independencia. Dislocado del espacio, también está fuera de sitio, porque él no querría estar dentro del Palau de la Generalitat sino arengando en la plaza de Sant Jaume al que estuviera dentro, exigiéndole impaciente la independencia, que siempre es más agradecido que tener que conseguirla.
Los incidentes protagonizados desde el sábado por los CDR más radicalizados culminaron el lunes con un intento de asalto al Parlament horas después de que Quim Torra los hubiera animado a "seguir apretando". El president dislocado escapaba de su lugar en el mundo mirando para otro lado cuando la CUP, tan coherente como siempre, le pedía al valido de Puigdemont desobediencia o dimisión por no cumplir lo prometido. No sería de extrañar que de tanto mirar para otro lado, para no ver la treintena de mossos heridos tras los disturbios, se dislocara también el cuello.
Hasta los sindicatos de la leal policía autonómica han estallado contra Quim Torra y su Govern, acusándoles de "irresponsabilidad". Tenían los agentes orden de la Consellería de Interior de no detener a nadie ni en la toma de la sede de la Generalitat en Girona ni en el intento de toma del Parlament en el aniversario del 1-O. Les tocaba poner la otra mejilla por el procés. Hubiera sido si no un lío para los que lucen el lazo amarillo tener luego que especificar si entre los presos políticos que defienden están o no incluidos los encapuchados de los CDR que lanzaban vallas y pintura a los Mossos.
Para una parte importante del independentismo, incluido el propio president de la Generalitat, tomar las instituciones a la fuerza está justificado si es para hacer República. Y esto disloca también a quienes sostenían lacito en ristre que en el independentismo solo cabe la paz.
En el aniversario del 1-O ha quedado más claro que nunca que para estar fuera de sitio no hace falta exiliarse. Por eso Torra prefiere defender con más vehemencia los CDR que a los mossos a su cargo y se suma con más ganas a las manifestaciones de la calle que a las sesiones de un Parlament que acaba de reabrir a regañadientes.
Sin embargo, la más grave de las dislocaciones de Torra es la de la realidad. Incapaz de asumir públicamente que el camino a la independencia que ha prometido a sus votantes no puede lograrse saltándose la Constitución, espera ahora que el que se la salte sea el presidente Pedro Sánchez. Exige que quien convoque un referéndum de independencia para Cataluña sea el presidente socialista, que ha tardado un día entero en condenar la violencia de los independentistas no está claro si por el jet lag de las Américas o por temor a que no le aprueben los presupuestos.
Torra quería rebotar así a Madrid el ultimátum que este fin de semana le hacían a él los CDR: "La gente de Cataluña no tiene una paciencia infinita", le ha dicho Torra al presidente del Gobierno, que es lo mismo que le gritaban con peores modales los encapuchados a las puertas del Parlament. "Ahora está en sus manos", ha añadido el president.
El Gobierno ya le ha contestado que “no acepta ultimátum” y “no habrá independencia”. Y Torra espera a ver qué dice la calle, con suerte cuela y los de la CUP se dislocan a "seguir apretando" pero en Madrid.
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