Esto ya no da para más. La estrategia de diálogo a toda costa y de transferencias de dinero ya aprobadas -1.500 millones de euros fueron acordados la semana pasada para la Generalitat, un dinero destinado a los Mossos y a infraestructuras- no han dado resultado alguno, como se comprobó el martes en el parlamento catalán cuando el presidente Quim Torra lanzó un ultimátum que no admite dudas: o en noviembre Pedro Sánchez pacta con los independentistas un referéndum de autodeterminación, o él no garantizará la estabilidad de su Gobierno.
Y, sin embargo, el Gobierno persiste en su política que se está estrellando una y otra vez con la realidad, como se estrelló la misma estrategia llevada a cabo por la ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Con una diferencia esencial a favor del anterior gobierno: que siempre tuvo en la cartera una medida que, al final, se decidió a aplicar, aunque en la versión más suave que se pudo poner en marcha: el artículo 155 de la Constitución. Pero este Gobierno nos acaba de decir por boca de su portavoz Isabel Celáa, que el 155 está completamente descartado porque entre esa medida, que ha considerado extrema y hasta ha criticado veladamente por radical a pesar de que fue apoyada por su partido, y la autodeterminación hay un amplio espacio que es el del famoso diálogo, del que de momento el equipo de Pedro Sánchez no ha obtenido absolutamente nada que no sean amenazas, ataques y chantajes como el formulado ayer.
Aparentemente, las cartas están todas ya sobre la mesa. El Gobierno vuelve a decir que "autogobierno sí pero independencia no; convivencia sí, independencia no". En su lugar propone mucho diálogo como vía para salir del atolladero en que el independentismo se ha metido a sí mismo y al que quiere arrastrar a Sánchez. Pero el problema del presidente es que Quim Torra está metido en un huida hacia adelante para escapar de la rebelión de los radicales a los que él alentaba el lunes y que horas más tarde le reclamaban su dimisión por "traidor". Tan evidente es que está escapando para que no le pille la ola de sus cachorros que los diputados de ERC no estaban enterados el martes por la tarde de que el presidente de la Generalitat iba a plantear en el parlamento catalán ese ultimátum al Gobierno de la nación. Tiene todo el aspecto, pues, de haber sido una ocurrencia de última hora.
Pero esa posición obliga a su vez a Torra, que no está en condiciones a partir de ahora de recular en sus exigencias. Puede que haya tranquilizado un poco a sus radicales de los CDR y de la CUP, pero no lo suficiente porque la CUP no admite más dilaciones y está dispuesta a no apoyar ninguna iniciativa parlamentaria que plantee el gobierno de la Generalitat. Claro que eso no va a ser ningún problema porque iniciativas no hay ninguna y porque el Parlament, abierto para escuchar el programa de gobierno para lo que queda de legislatura, se ha limitado a apoyar un intento de fraude de ley para que los diputados encarcelados y huidos conserven su voto pero sean otros quienes voten en su nombre. Esperemos a ver qué dice ante esa jugada el Gobierno de España, si recurre esta finta legal o la deja pasar en el altar de ese diálogo que tan nulos resultados está dando. El Parlament se ha abierto también para que el señor Torra, racista y xenófobo, no me cansaré de repetirlo, llevara al señor Sánchez al borde del barranco. Y para que le ponga fecha al empujón.
Lo lamentable de este asunto, además de por la gravedad inaudita de esta rebelión institucional que sigue sin obtener respuesta, es que pone de manifiesto de la manera más cruda y más insoportable en manos de quién está nuestro Gobierno. Depende de gentes como los diputados del partido del señor que le lanza un ultimátum que sabe que nunca jamás se saldará con el éxito de sus pretensiones pero que, sin embargo, formula porque es consciente de que la supervivencia de Pedro Sánchez en el poder depende de sus votos. Esto supone una humillación que alcanza mucho más allá del Ejecutivo. Alcanza a todos los españoles que ahora mismo se están preguntando si esta actitud de mansedumbre a pesar de las patadas que está recibiendo de los independentistas se debe a un gravísimo error de perspectiva o, peor aún, a la necesidad imperiosa que tiene el presidente de que los defensores de la secesión le aprueben los Presupuestos porque sólo así podrá durar en La Moncloa. Y esa es una duda corrosiva para el prestigio de este Gobierno.
El señor Sánchez y sus asesores deben ser conscientes de que jamás van a meter a Torra y los suyos por el camino de la autonomía
Pero no puede durar. En estas condiciones, no. El señor Sánchez y sus asesores deben ser conscientes de que jamás van a meter a Torra y los suyos por el camino de la autonomía porque, aunque ellos insistan en mirar para otro lado y defiendan lo contrario, las palabras sí importan, las palabras pronunciadas son acciones, son hechos y vinculan a quien las pronuncia. Ése es el caso de Torra, atrincherado desde siempre en la posición de Puigdemont -esto es, en el choque abierto y con todo contra el Estado- y más después de su intervención ayer con la que el líder independentista se ha cerrado cualquier posible retirada.
La estrategia del Gobierno es por lo tanto estéril. Y la de Torra también. Y por eso ninguno de los dos tiene otra opción que la de convocar elecciones. Sánchez para intentar obtener un respaldo electoral mayor del escuálido del que ahora dispone y poder librarse de tantas hipotecas como ha asumido a cambio de los apoyos recibidos para salir investido presidente tras una moción de censura. Sánchez no puede gobernar en estas condiciones, eso ya se ha visto casi desde el comienzo de su mandato pero se ha hecho patente en las últimas semanas y dramáticamente meridiano tras los episodios en Cataluña y el reto humillante lanzado ayer por el presidente de la Generalitat.
Su política de apaciguamiento no ha dado resultado y él, Sánchez, no ha sido capaz de entender todavía que todo acuerdo que se consiga en las comisiones bilaterales de las que tan orgullosos están sus ministros no tienen otro objetivo que el que han tenido siempre las negociaciones con los nacionalistas: obtener el beneficio para ellos a cambio de nada. Corrijo: a cambio de dar un paso más en el chantaje y las reclamaciones. Se ha demostrado el martes por la tarde, ¿qué más pruebas necesita?
Torra tampoco tiene otra salida. Nunca arrancará de Sánchez un acuerdo para un referéndum de autodeterminación y con el ultimátum planteado ayer ni siquiera podrá obtener la creación de un clima favorable a una reforma de la Constitución -la fórmula mágica siempre esgrimida por los socialistas- y ni siquiera una reforma del Estatuto de Cataluña. Por lo tanto, está entre la espada y la pared. O se vuelve a saltar a ley y va a la cárcel, cosa que evidentemente él quiere evitar a toda costa, o convoca a los suyos a un levantamiento popular, cosa en la que probablemente tenga un éxito muy limitado, o acude a las urnas para intentar conseguir lo mismo que Sánchez: una mayoría clara que le dé la auténtica fuerza popular de la que ahora carece.
Aquí ni hay Gobierno, ni hay estabilidad ni hay avance en el desafío independentista, por no haber, no hay Presupuestos ni perspectivas de que los haya
Sin embargo, los cálculos de Quim Torra, seguramente empujado por la necesidad de escapar de las exigencias de los más radicales de los suyos a los que él alentó, no cuadran. Su propósito inicial era aprovechar el juicio del Tribunal Supremo y la previsible condena a los independentistas juzgados para agitar a la población, apelar a sus sentimientos, fomentar su indignación ante el "castigo a unos inocentes" y, cabalgando sobre esa ola, convocar elecciones anticipadas y triunfar entre todos sus adversarios, que no son sólo los partidos constitucionalistas.
Pero ese calendario se lo ha estropeado él mismo con el chantaje lanzado a la cara del presidente del Gobierno porque si Pedro Sánchez no se pliega a sus exigencias, que no se va a plegar, no le queda más remedio que hacer algo. Eso quiere decir no apoyar los Presupuestos Generales del Estado, momento en que el presidente se vería en la necesidad de convocar elecciones generales y él, Torra, se quedaría compuesto y sin sparring. En ese caso, quizá piense que lo que le conviene a él es convocar también elecciones porque sabe que, gobierne quien gobierne en España, se encontrará siempre con un muro infranqueable y todo lo más a lo que puede aspirar es a tener una mayor fuerza de representación en la cámara autonómica. Pero en ese caso ya no podrá contar con el empujón de cola de la sentencia del Supremo.
Sea como sea, así no podemos seguir. Aquí ni hay Gobierno, ni hay estabilidad ni hay avance en el desafío independentista, por no haber, no hay Presupuestos ni perspectivas de que los haya. Cuando no se puede aguantar en el poder lo mejor es convocar a los ciudadanos y someterse a su veredicto. No hay otra salida.
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