Joan Robinson, Harriet Martineau, Anna Schwartz, Deirdre McCloskey, Edith Abbot, Carmen Reinhart…. No les suenan, ¿verdad?. Adam Smith, Joseph Schumpeter, John Kenneth Galbraith, Milton Friedman, Robert Shiller, John Maynard Keynes… Les son enormemente familiares, ¿cierto?
Pues bien, la única diferencia entre el primer grupo y el segundo es el género. Todas y todos son economistas relevantes que con sus contribuciones colocaron a nivel académico y científico una disciplina –la economía– que podía haberse quedado en un mero género literario.
A lo largo de la historia y bajo la sombra de los economistas masculinos, las aportaciones científicas de las mujeres economistas han ido palideciendo hasta hacerse cuasi irrelevantes. Los laureles, los premios, las mieles de la gloria y el seguimiento mediático de las diversas escuelas económicas han estado copados por hombres desde que la disciplina empezó a cobrar relevancia, intentando explicar el funcionamiento de la sociedad y el mundo.
Al igual que sucede en todo lo que a la explicación de la Historia se refiere, los nombres de las mujeres economistas o no aparecen en los hitos y los libros, o cuando lo hacen es a la sombra de otros o como contada excepción.
La economía siempre ha analizado el mundo desde un punto de vista exclusivamente masculino
Las causas de este feminicidio histórico han obedecido, desde el inicio, a los propios prejuicios y desconfianzas que albergaban los economistas del Siglo XIX sobre el papel activo que las mujeres podían tener en la economía, lo que sumado a una perversa dinámica de excluir y de no nombrar garantizaba un eficaz sepulto en el olvido.
La competencia perfecta, la ley de la demanda, la famosa mano invisible, la eficiencia de los mercados y la mayoría de historias para explicar la economía fueron ideadas por hombres y han llegado a nuestros días –en muchos casos- envueltas en prejuicios heredados del pasado.
La economía siempre ha analizado el mundo desde un punto de vista exclusivamente masculino y ha partido de premisas masculinas a base de grabar en piedra modelos como la del hombre económico racional, la del jefe de familia o la del del patriarca benevolente que dirimía los destinos económicos de la familia. Una familia en la que mujeres e hijas vivían a años luz de la igualdad o la libertad de la que disfrutaban sus congéneres masculinos.
A esta irrelevancia histórica de las economistas se le sumó, en paralelo, otra puramente económica y de género, derivada del supuesto nulo valor del trabajo en el hogar que de manera abrumada ha sido y es ejercido por mujeres. No fue hasta bien entrados los años 60 del siglo pasado en que algunas economistas (Diana Strassmann, Nancy Folbre, Marilyn Waring) reivindicaron el alcance de la aportación femenina en el ejercicio de las denominadas tareas domésticas y de cuidado de niños, ancianos y enfermos para incorporarla al cálculo de la riqueza cuando se evalúa una economía.
El trabajo femenino no remunerado puede ser equivalente al 70% de la producción económica mundial
Según los cálculos de la ONU el trabajo femenino no remunerado puede ser al equivalente 70% de la producción económica mundial. Lo que es enormemente relevante en términos sociales y para un justo y correcto cálculo del rendimiento económico, pero también para poner en valor la tarea y el punto de vista femenino de las economistas que sacaron estos trabajos a la luz.
Hoy en día las actitudes han cambiado, pero la economía, violentando a su sangre de ciencia femenina y singular, sigue siendo una profesión dominada por los hombres y la inercia de las teorías más carpetovetónicas sigue impregnando costumbres y postulados.
En las propias facultades, por costumbre, dejadez o por el relumbrón de los economistas masculinos, las economistas mujeres son obviadas de manera sistemática. Eso, a pesar de que en las facultades de economía las mujeres estudiantes son mayoría. No así ni en las cátedras ni en los consejos de administración.
La invisibilidad es una losa perversa que debería ser erradicada con la participación de todos. Nada mejor que referentes femeninos fuertes para asumir con la deseable y lógica normalidad la presencia activa y la merecida admiración laudatoria de aquellas mujeres que por méritos propios y talento destacados no merecen un olvido injusto ensombrecido por una dinámica caduca que deja fuera a la mitad de la población desaprovechando su genio. La economía -aunque el relato y la historia se emperren en demostrarlo- no fue, no ha sido y no debe ser solo cosa de hombres.
No nos podemos permitir que el liderazgo de lo económico se enquiste en la exclusividad masculina
Entre todos hemos de favorecer la relevancia de la igualdad en el ámbito de las Ciencias Sociales, fomentando el estudio y la difusión del papel de las economistas en la historia y, en el presente, exigiendo la participación activa de las mujeres en los foros económicos como expertas (no solamente como moderadoras) por justicia y por la riqueza que supone contar con perspectivas diversas.
Favorecer una mirada femenina sobre la disciplina, suma. Una mirada alejada de la frialdad de los sagrados primeros padres de la economía que invariablemente fueron hombres ricos, bien formados y completamente libres para elegir. Una mirada, que, por femenina, siempre será más social, más amplía y menos obcecada en términos de eficiencia de Pareto o elección racional.
Como género humano no nos podemos permitir que el liderazgo de lo económico (en la academia, en la vida, en la empresa o en los gobiernos) se enquiste en la exclusividad masculina. El haber borrado de la historia de manera tan vergonzosa como incomprensible las aportaciones realizadas a la economía por esas grandes y desconocidas mujeres -economistas y no economistas- no tiene perdón posible pero sí arreglo futuro.
Alguna de estas economistas olvidadas apuntaron que el "hombre" económico racional necesitaba de un corazón que solo un toque femenino le puede aportar. Tal vez, ese pudiera ser el inicio de una nueva historia económica, una que haga más para ayudar a mejorar la vida de toda la gente, tanto de hombres como de mujeres.
Carlos de Fuenmayor es director de Negocio Institucional en Merchbanc
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