Difícilmente se podría encontrar un vocablo, desabrido, (según la RAE, “áspero y desapacible en el trato”), más adecuado para calificar la relación entre los que quieren la independencia de Cataluña y quienes la objetan.
El Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC), en el auto de archivo de una denuncia contra el presidente de la Generalitat, recuerda que la Constitución no prohíbe las ideologías "por muy extremistas o supremacistas que sean”, si bien las opiniones de Quim Torra “son desabridas y quienes no comparten sus ideas son denostados”. Ha descartado investigarle porque, si hubiera cometido un delito de odio con su artículo 'La llengua i les bèsties”, ese delito estaría prescrito.
Desde hace años, acritud y destemplanza son señas de identidad de posturas encontradas e incompatibles. Y precisamente ha sido un magistrado quien se ha referido a opiniones desabridas, al hilo de la confrontación dialéctica.
Hace unos días, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, no invitó al presidente de la Generalitat al fórum regional de la Unión por el Mediterráneo (UpM), que reúne a embajadores y altos funcionarios de Asuntos Exteriores de 43 países y que se ha celebrado recientemente en Barcelona, para "no darle un escenario apropiado para que siguiera vilipendiando el buen nombre de España y para que no distorsionase esta reunión, convirtiéndola en algo distinto a lo que debe ser”.
Desde que puso pies en polvorosa y se fue a Bruselas, es la primera vez que un soberanista, dejándose de pamplinas, lee la cartilla a Puigdemont, el gerundense errante
Respuesta, digamos que proporcionada, al reiterado desaire de quien ostenta la representación ordinaria del Estado en Cataluña. Pero lo más sobresaliente de la negativa fue la coletilla para explicar la decisión del ministro catalán: “Su presencia no era imprescindible”. Y de ahí la escocida respuesta del excluido: “Otro de los nobles y elegantes gestos del Sr. Borrell”. Lo que fue replicado en las redes, “llamar bestias y parásitos a los españoles, es también un buen gesto de nobleza y elegancia”.
El ministro no se ha andado con remilgos y ha explicado el desdén de no haber invitado “a quien se dedica a ‘chantajear’ al gobierno español con el anuncio de la retirada del apoyo parlamentario en noviembre, si no hay gestos para un referéndum acordado; sigue diciendo que el Estado español es su enemigo y se comporta como el cabecilla de los agitadores callejeros”, a los que anima a profundizar en la algarada, “amigos de los CDR: apretad, hacéis bien en apretar”.
El acto, cuya celebración estaba prevista en el Palacio de Pedralbes, propiedad de la Generalitat, tuvo que desplazarse a un hotel, acaso para obviar descortesías. Las protestas de los independentistas que con sus votos han hecho posible que Borrell sea ministro, no se han hecho esperar: “Este es el que dice que representa a una parte de Cataluña, a la que no se deja expresarse con libertad”; con estrambote incluido: “debería recordar más a Churchill, quien afirmó que la magnanimidad es símbolo de fortaleza".
Segundo choque en asuntos exteriores con el jefe del gobierno catalán, al que se prohibió el reingreso al Smithsonian por su acceso de cólera, tras haber provocado el bochorno, después de chocar con el embajador español en Washington.
Desabrimiento hay también en la protesta por el estado de cosas del portavoz republicano en el Ayuntamiento de Barcelona, quien increpó directamente al ex presidente errante: “A ver, Carles, o aceptas la fórmula que permite que tu voto sea efectivo o vuelves para votar personalmente. Deja de pedir al resto lo que tú no estás dispuesto a hacer”.
Desde que puso pies en polvorosa y se fue a Bruselas, es la primera vez que un soberanista, dejándose de pamplinas, lee la cartilla al gerundense errante, diciéndole algo parecido a lo que le soltaron hace días en un programa de la cadena de televisión belga VRT UN: “Si quiere ganar algo de dignidad, debería volver y encerrarse en la cárcel con sus amigos. No entiendo qué hace en este estudio".
El mundo de la ruptura no consideraba a Caballé suficientemente suya, por lo que los partidos estelados apenas se exhibieron en el velatorio
Y desabrido ha sido el adiós a Montserrat Caballé en el tanatorio de Les Corts, en contraste con el casi simultáneo funeral a Aznavour en Los Inválidos de Paris. Hay que convenir que el adiós de Barcelona no resultó grandioso. Algo apuntó al respecto el tenor Josep Carreras, reconocido independentista, quien echó en falta “que hubiera un poco más de catalán, ya que ha sido íntegramente en castellano”.
La posible frialdad quizás se deba se deba a que la gran Caballé (nacida en Barcelona, casada con un aragonés y de madre valenciana) era universal, es decir catalana y española. Y el mundo de la ruptura no la consideraba suficientemente suya, por lo que los partidos estelados, con la excepción del presidente de la Generalitat y de Jordi Pujol, apenas se exhibieron en el velatorio.
El otoño arrebolado ha traído un tiempo destemplado y desigual (desabrido) y con él, la ruptura de la unidad independentista en la primera sesión celebrada en el parlamento catalán, tras el intento de asalto por parte de radicales que impidieron los Mossos.
Debido a una sublevación, interna e inesperada, los diputados de la ruptura no pudieron sacar adelante dos mociones, sobre la autodeterminación y la reprobación al Rey de España. La firme actuación judicial ha vuelto a meter el tren en agujas.
Esta desabrida ruptura es una buena noticia para quienes están por la estabilidad y para los que no comparten los descarríos, uno tras otro, de los gobernantes independentistas. Pero no cabe hacerse demasiadas ilusiones sobre el recorrido de la estrategia “diálogo y legalidad”, que apadrina el Gobierno, porque hasta que no haya sentencias del Tribunal Supremo, no es de esperar que cesen las intentonas de quienes quieren la autodeterminación, la independencia y la república catalana.
No cabe descartar que perdure el desabrimiento en sentires y opiniones, cuando media dialéctica tan extrema.
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