El 1 de noviembre de 1755, poco antes de las 10 de la mañana, se produjo el más terrible terremoto del que se tiene memoria en la historia europea. El epicentro se situó en el Atlántico, a unos 300 kilómetros de la costa portuguesa. En apenas 5 minutos muchos edificios del sur de Portugal, España y Marruecos se derrumbaron, atrapando a miles de víctimas bajo los escombros. La peor parte se la llevó la magnífica ciudad de Lisboa, en donde aquella mañana, día de Todos los Santos, los portugueses abarrotaban las calles e iglesias. Grietas de varios metros se abrieron en el suelo. El fuego de las cocinas, lámparas y velas prendió rápidamente en las telas y maderas, provocando una oleada de incendios que tardarían días en extinguirse. Muchos ciudadanos huyeron despavoridos hacia las zonas más despejadas de la ciudad, a las orillas del Tajo. Allí contemplaron alucinados cómo las aguas se retiraban dejando al descubierto el fondo del río, para volver minutos después formando un enorme tsunami que arrasó todos los barrios bajos de la ciudad. Se calcula que un tercio de los casi 300.000 habitantes de Lisboa murieron en aquellas horas.
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