El 1 de noviembre de 1755, poco antes de las 10 de la mañana, se produjo el más terrible terremoto del que se tiene memoria en la historia europea. El epicentro se situó en el Atlántico, a unos 300 kilómetros de la costa portuguesa. En apenas 5 minutos muchos edificios del sur de Portugal, España y Marruecos se derrumbaron, atrapando a miles de víctimas bajo los escombros. La peor parte se la llevó la magnífica ciudad de Lisboa, en donde aquella mañana, día de Todos los Santos, los portugueses abarrotaban las calles e iglesias. Grietas de varios metros se abrieron en el suelo. El fuego de las cocinas, lámparas y velas prendió rápidamente en las telas y maderas, provocando una oleada de incendios que tardarían días en extinguirse. Muchos ciudadanos huyeron despavoridos hacia las zonas más despejadas de la ciudad, a las orillas del Tajo. Allí contemplaron alucinados cómo las aguas se retiraban dejando al descubierto el fondo del río, para volver minutos después formando un enorme tsunami que arrasó todos los barrios bajos de la ciudad. Se calcula que un tercio de los casi 300.000 habitantes de Lisboa murieron en aquellas horas.
La tragedia tuvo importantes consecuencias políticas y económicas, conmocionó a la opinión pública europea e influyó en grandes pensadores de la Ilustración. ¿Cómo era posible que la cólera de Dios se dirigiera contra un país profundamente religioso como el portugués? ¿Qué explicación científica o filosófica había detrás de lo ocurrido? Desde entonces, el optimismo que había dominado la primera mitad del Siglo de las Luces fue substituido por un mayor realismo y un cierto pesimismo. Para Voltaire, la arbitrariedad y la injusticia de la tragedia desmentían de forma sangrante la teodicea de Leibniz, que había intentado explicar racionalmente por qué existe el Mal en un mundo creado por un Dios bondadoso y omnipotente. Se atribuye al filósofo francés la autoría de “Cándido”, una obra que retrata a un personaje que vive feliz en su castillo hasta que es expulsado del mismo por un asunto amoroso e inicia un periplo lleno de infortunios. Su tutor y compañero de viaje es el Doctor Pangloss, un idiota que creía vivir “en el mejor de los mundos posibles” y que afrontaba los golpes del destino afirmando que “todo era para mejor”.
Las reacciones de Pedro Sánchez nos hacen recordar el optimismo absurdo de este personaje
Las reacciones de Pedro Sánchez ante los sucesos de las últimas semanas nos hacen recordar el optimismo absurdo del Doctor Pangloss. El Presidente del Gobierno le resta importancia a los signos de deterioro económico. Se muestra satisfecho por los progresos del “diálogo” en Cataluña, haciendo la vista gorda ante los abusos y amenazas de los nacionalistas. Y se declara orgulloso por haber devuelto la “dignidad” a las instituciones. La “dignidad” de dos ministros dimitidos en 100 días, de una Ministra de Justicia que compadreaba con mafiosos, de un doctorado cum fraude, de un CIS desprestigiado, y de unos Presupuestos negociados en la cárcel con un preso acusado de rebelión y malversación. La “dignidad” de los algunos periodistas de RTVE que reclamaban unos medios públicos neutrales, y que de forma disciplinada se han puesto a las órdenes del PSOE y de Podemos.
Mientras tanto muchos españoles nos preguntamos aturdidos qué hemos hecho para merecer tanto infortunio. Al terremoto de la crisis lo siguió el incendio catalán, y ahora nos amenaza la inmensa ola del populismo nacionalista y de extrema izquierda que el Doctor Sánchez-Pangloss se cree capaz de surfear. Esperemos que nuestro edificio democrático aguante, y que estos 40 años de estabilidad y progreso que ha traído la Constitución no se conviertan en un paréntesis de nuestra Historia, en una excepción. ¡Que todo sea para mejor!
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