Parecía demasiado bueno para ser verdad y por eso no era verdad. La primera ministra británica, Theresa May, anunció el miércoles por la noche un acuerdo sobre el Brexit que podía pasar el examen de Irlanda y la Unión Europea, pero sin garantías de que fuera aprobado por sus propios aliados.
Pocas horas más tarde, su gobierno está sumido en el caos. Sus aliados unionistas de Irlanda del Norte están indignados y su ministro del Brexit, Dominic Raab, ha dimitido. No se descartan más renuncias a lo largo del día y el destino de May está en el aire. Como lo está el propio Brexit.
Y eso antes de que un Parlamento hostil vote sobre el acuerdo.
Hay quienes están felices con el plan: el negociador de la UE para el Brexit, Michel Barnier, lo describió como la solución para evitar una frontera dura en Irlanda.
El Gobierno de Dublín, mientras tanto, se mostró satisfecho. El primer ministro, Leo Varadkar, dijo que el acuerdo reflejaba las preocupaciones sobre la frontera y el frágil proceso de paz con Irlanda del Norte.
Pero todo lo que hace el acuerdo aceptable para la Unión Europea y el Gobierno irlandés lo hace imposible para los aliados de May.
Qué significa la frontera irlandesa
La frontera de Irlanda, que divide a la Irlanda independiente, generalmente llamada la República de Irlanda, de Irlanda del Norte, bajo mandato británico, ha sido “el principal punto de fricción” en las negociaciones del Reino Unido y la Unión Europea.
La frontera de 499 kilómetros de largo fue un foco de conflicto durante las décadas de conflicto en Irlanda, y fue objeto de ataques frecuentes de los republicanos irlandeses que querían reunificar Irlanda como un país único e independiente.
De hecho, la frontera fue un “objetivo del IRA” incluso antes del conflicto conocido como los Troubles, que tuvo lugar entre 1969 y 1996.
Desde 1998, cuando la frontera fue desmilitarizada, se hizo invisible. Los puestos aduaneros, la única otra parte de la infraestructrura fronteriza, se suprimieron en 1993, en virtud del Tratado de Maastricht. El Gobierno irlandés, con apoyo de la UE, ha defendido siempre que cualquier tipo de controles fronterizos entre las dos Irlandas era inaceptable.
Pero hoy no hay indicios serios de que los militantes republicanos quieran volver a la guerra, y el problema inmediato es más prosaico y tiene que ver con aduanas e impuestos indirectos. Para evitar divergencias arancelarias en la isla de Irlanda, y por lo antao la poencial contaminación del mercado único de la UE, las dos partes habían acordado el denominado backstop (salvaguarda) que dejará a Irlanda del Norte dentro de la Unión Aduanera indefinidamente.
De haberse aprobado así, algunos bienes que llegaran a Irlanda del Norte desde el resto del Reino Unido serían objeto de controles y revisiones, aunque los gobiernos británico y de la UE aseguraban que el objetivo era que esto nunca ocurriera. En su lugar, toda el Reino Unido permanecerá en “una unión aduanera” (es significativo el artículo indefinido) por el momento, el llamado periodo de transición. El backstop sería, dicen, el último recurso.
Sin embargo, la alternativa, la reimposición de controles fronterizos, es anatema para la mayor parte de la población irlandesa.
Una Irlanda dividida
La solución de salvaguarda o backstop propuesta ha demostrado que es explosiva para algunos: los unionistas probritánicos de Irlanda del Norte que se oponen a cualquier régimen que suponga que Irlanda del Norte tiene un trato diferente al resto del Reino Unido, incluida la posibilidad de que Irlanda del Norte permanezca en Unión Aduanera de la UE. Según defiende, sería en esencia situar a Irlanda del Norte fuera del Reino Unido al poner una frontera entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña.
En realidad, la dimisión de Dominic Raab, por rechazar el acuerdo que él mismo ha negociado, se debe, según su versión, a que la solución propuesta para Irlanda del Norte “supone una amenaza real a la integridad del Reino Unido”.
Un problema adicional para May es que su gobierno no cuenta con la mayoría y se apoya en el Partido Unionista Democrático (DUP), un partido pequeño de línea dura que defiende que el territorio siga siendo parte del Reino Unido.
La líder del DUP, Arlane Foster, pasó una hora con Theresa May el miércoles por la noche. Aún está pendiente su declaración oficial pero difícilmente será en respaldo de May.
El número dos del DUP, Nigel Dodds, agradeció en Twitter al ex ministro Raab por “levantarse en apoyo de la Unión (Reino Unido)”. Su colega, Sammy Wilson, apareció en la televisión británica acusando a la UE de intentar romper el Reino Unido, comparándolo con el IRA, que libró un conflicto armado durante décadas para unificar Irlanda.
De nuevo en Gran Bretaña, May sabía que tenía mucho trabajo por delante. El sector duro de su propio partido conservador, organizado en torno al European Research Group, están organizándose para intentar deponerla. El líder del grupo, Jacob Rees-Mogg, ha declarado que el acuerdo es “inaceptable para los unionistas”, “nos encierra en la unión aduanera de la UE y bajo las leyes de la UE” y es “profundamente antidemocrática”-
Hay otros flecos que habría que considerar.
El agitador probritánico basado en Belfast Jamie Bryson describió al Gobierno británico como traidores y comparó el acuerdo con un “mandato de Dublín”. Predijo a su vez que habría protestas en las calles.
Bryson, que nació en 1990 y no tiene experiencia directa del conflicto que acabó en 1996, no es un líder unionista tradicional y la naturaleza de su relación, o influencia, sobre grupos paramilitares como la Fuerza de Voluntarios del Ulster no está nada clara.
Sin embargo, Bryson ha sido capaz de movilizar a la gente en las calles antes. Fue una figura clave en los llamados disturbios de las banderas de 2012.
Al anunciar el ahora fallido acuerdo, la propia May reconoció que “los días difíciles están por llegar”. No se equivocaba.
Ahora es más que obvia esta cuadratura del círculo. Cualquier acuerdo que agrade a los unionistas de Irlanda del Norte incendiará a los irlandeses, tanto a los que viven en la República de Irlanda como a los republicanos que viven en Irlanda del Norte, bajo control británico.
En realidad, las demandas de Irlanda han sido clave en el proceso del Brexit debido a las sensibilidades sobre la división de Irlanda, no menos importante que el conflicto que hubo en Irlanda del Norte. Y para muchos el significado de la frontera va más allá que su expresión física en puestos de control.
En otras palabras, para aquellos irlandeses que apoyan una Irlanda unidad, y son mayoría aunque estén dispuestos a esperar varias vidas antes de conseguirlo, está en juego mucho más que unos controles aduaneros. El Brexit, en su visión, alienta violentamente sus preocupaciones.
Gran Bretaña votó dejar la Unión Europea para reducir la influencia de otros países en su política. Resulta irónico que la cola de Irlanda sea ahora lo que más mueva al perro británico.
Jason Walsh es periodista y politólogo irlandés, afincado en París.
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