Cualquier organización sirve, siempre y cuando se sea respetuoso con ella. Esta afirmación, incluida en uno de los libros que escribió el almirante Belot, mantiene su vigencia. Viene al caso cuando se proponen cambios de organización de arriba abajo, sin tomar en consideración la bondad de lo realmente establecido y hacerlo exclusivamente con la hipotética finalidad de asumir fórmulas más modernas…del pasado.
Si nos tuviéramos que ceñir a ello, hoy lo moderno paradójicamente sería guardar el respeto debido a las personas y a las instituciones para asegurar su buen funcionamiento. Digo esto, políticamente incorrecto, porque la corrección parece haber abandonado temporalmente la vida pública y la urbanidad, que era la virtud de las personas que gustaban de vivir en comunidad, se fue de vacaciones sine die para algunos.
La falta de respeto hacia las instituciones se manifiesta en esa continua invasión de sus competencias"
La falta de corrección en el trato hacia las personas está a la orden del día en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad. Hace años se decía que esa era señal de identidad de los faltos de educación, de quienes en cualquier estrato social mostraban un vacío de respeto hacia los demás. Ese déficit está ya presente por doquier, no solamente en quienes impunemente apabullan con su chulería a pacíficos ciudadanos por la calle, sino en personas que, por el lugar que ocupan en la vida pública, responden a un teórico alto standing. Curiosamente sucede que un buen número de ellos proceden del mundo de la educación, lo que incrementa, o tal vez confirma desgraciadamente, la duda sobre lo mal que se lleva la competencia en algunos lugares de España.
Por otro lado, la falta de respeto hacia las instituciones se manifiesta en esa continua invasión de sus competencias y en el público desprecio de la valía que aportan a la estabilidad y bienestar social. Tiene que ver con la incontinente cascada de reglas nacionales, autonómicas y locales que, además de aprisionar cada día más al ciudadano, crea una anarquía en la que es difícil recordar y cumplir tantas normas a la vez. Ya me lo decía un viejo infante de Marina: las órdenes se tienen que poder gritar, ser cortas, para poderse cumplir.
El origen de esta incontinencia está en que, ante la dificultad de encontrar materia de interés general de la propia competencia, se recurre a invadir la de los demás. Regular quien no tiene la competencia es “regar fuera del tiesto”. Si sale bien, se apunta en el libro de las victorias y si sale mal, los estropicios deberá arreglarlos quien de verdad tiene la competencia. En el fondo todo esto es una falta de respeto institucional, sin más.
Defendí hace algún tiempo la necesidad de que los españoles pudiéramos disfrutar de toda una legislatura en silencio normativo, hacer un pseudo ejercicio espiritual para poner las cosas en orden, para romper tanto caos donde sólo pescan los anárquicos. Parece claro que es difícil que se puedan callar quienes no deben hablar, mucho menos en la vida pública. Gustan mucho los cambios, los intentos de cambios y los globos sondas sobre los intentos de cambio, aunque ello conlleve la falta de corrección institucional en muchos casos, en el fondo y en la forma.
Sin embargo, me da la impresión de que hay españoles que ya optan por enclaustrarse en el silencio para dejar de oír el ruido de fondo de tantos cambios. Prefieren ser respetuosos con las personas y las instituciones o, lo que es lo mismo, dejarlas como están hasta que cese la algarabía. Ya lo decía San Ignacio de Loyola que, en tiempo de tribulación nada de mudanza, pero me temo que el maligno no opina como el santo.
Javier Pery
Almirante retirado y director del Gabinete Técnico de Carme Chacón como Ministra de Defensa
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