La historia constitucional de España ha sido, y es, una temática que como ciudadano e investigador, me ha interesado siempre. A esa “perversión" personal y académica se une mi fascinación por aquella “intrahistoria” a la que aludía Unamuno, se une mi interés por observar aquello que sirve de decorado, de marco general en el que se desenvuelven los personajes que luego la historia oficial nos presentará como protagonistas. Siempre he querido, en fin, yendo más allá de lo que las Constituciones o la propia historia indica, entender, y atender, a la “realidad real”, a la cotidianeidad, con sus propios “actores secundarios", mucho menos reconocidos, pero sin duda más relevantes. Y es que, en terminología cinematográfica, ninguna película es buena si solo destaca el protagonista; son normalmente los actores secundarios los que elevan la obra, la hacen ascender de categoría.
De ahí creo que viene mi debilidad por “la tercera España”. Dicen que fue Madariaga el que introdujo el término, aludiendo a aquellos políticos e intelectuales que no se reconocían en ninguno de los dos bandos fanáticos que, por unas u otras razones, consideraban el enfrentamiento fratricida del 36 como la única salida posible para unos españoles que, en su inmensa mayoría, aborrecían las exclusiones, las distinciones maniqueas, simplistas, entre “buenos y malos”. Ya lo avisaba Larra, bien que refiriéndose a las guerras carlistas: “aquí yace media España, murió de la otra media”. Pensadores y políticos de la talla del propio Madariaga, Ortega, Marañón, Sánchez Albornoz, Baroja o Azorín serían personajes que pueden ilustrar esa España incluyente, dialogante.
Y luego pasó lo que pasó… Y, como siempre, y por motivos tan aleatorios como estar en la "zona nacional" o en la "zona roja", esa tercera España se fue nutriendo de las miles de personas que lloraban, que sufrían, que morían... De una inmensa mayoría de hombres y de mujeres que no deseaban ese enfrentamiento, que no lo entendían, que no querían reeditar el trágico, español y goyesco “duelo a garrotazos".
“El duelo a garrotazos”, también conocida como “La riña”. Por cierto, lo más llamativo de esa pintura negra del pintor maño no es tanto el propio enfrentamiento irracional de los dos paisanos enfrascados en su lucha, ensimismados, olvidando todo y a todos los demás. Lo verdaderamente, lo rabiosamente llamativo es ¡la intrahistoria de ese cuadro… el páramo absoluto que enmarca tan cainita duelo! Ese paisaje de fondo, asolado previamente, desolado después, representa toda esa gente utilizada por liderazgos desalmados para lograr fines que aún lo son más: la exclusión, la negación del otro, la destrucción, la intransigencia, el monólogo del pensamiento único. Veo a esa sociedad incrédula que asiste, absorta, a la pelea; esa sociedad que, después de la inexplicable riña, debe sufrirla; debe inclinarse por “los hunos o los hotros” unamunianos.
Esa tercera España se fue nutriendo de las miles de personas que lloraban, que sufrían, que morían sin desear ese enfrentamiento
Siempre me he preguntado el porqué de la derrota del pensamiento frente a la fuerza. Para mí la respuesta debe basarse en dos cuestiones: la primera, general, diría que es la “llamada de la selva”, la invocación por los dirigentes al enfrentamiento, la alusión a lo más oscuro de nosotros mismos, a esa irracionalidad que tantas tragedias ha traído, y sigue trayendo. La otra razón, sin duda alguna, es la falta de “vertebración”, diría Ortega, la falta de estructuración para la acción de esa mayoría silenciosa que observa lo que ocurre, cree que no le afecta, y que no hace nada por evitarlo. Así nos fue… y así nos puede seguir yendo.
En ese “páramo” de la pintura de Goya, aparece la verdadera realidad, la que reflejó y la que refleja, la inmensa mayoría que siempre aparece, aparecemos, en el fondo, sin mayor protagonismo, cuando podemos y debemos ser los actores de la “intrahistoria” sí, pero también de “la historia”, de nuestra propia historia, alejando así nuestra realidad de puñetazos y descalificaciones, de guerracivilismos caducos que solo importan a unos pocos. Ayer y hoy, hoy como ayer... solo importan a unos pocos, insisto, que se aprovechan de la inacción de una mayoría silenciosa para alcanzar un protagonismo que ni tienen ni se merecen.
La derrota del pensamiento frente a la fuerza se debe a la falta de estructuración para la acción de esa mayoría silenciosa
Cansada y organizada, liderada por unos políticos que supieron estar a la altura de las exigencias, harta de lamentos y de imposiciones, la tercera España reaccionó y fue consciente de sí misma, de su propia fuerza, de su realidad; atisbó que podía, y debía, velar por los intereses generales, por el bien común; instó a sus líderes a entenderse, a dialogar, a reconocer al otro como adversario y nunca como enemigo… Así nació la Constitución española de 1978, reflejo y ejemplo del saber hacer de una generación de españoles que pensaron en el futuro de las nuevas generaciones... Y en que nunca más se produjese un enfrentamiento fratricida.
Con el consenso logrado (y ahora por algunos, demasiados, vilipendiado), con nuestra Constitución, esta vez sí, la tercera España dejo de ser la yerma lorquiana, la sociedad estéril; y, por fin, fue constructora de su presente y de su futuro. Alcanzó el ansiado protagonismo coral en esta película democrática que nunca se había visionado en España hasta hace cuarenta años y que llega hasta este casi finiquitado 2018.
La tercera España debe seguir superando agresiones de sus enemigos: fascismo, comunismo, populismo...
Como la historia tiende a repetirse, aprendamos de la misma y obremos en consecuencia. Espero que, hoy también, la tercera España siga triunfando, superando agresiones de sus enemigos: fascismo, comunismo, populismo, nazionalismos, integrismo islámico... Y que, aprendiendo de Cela, cuando diferenciaba entre dos tipos de personas "quienes hacen la historia y quienes la padecen", sigamos siendo partícipes de la nuestra y no padezcamos, sufrientes, la historia, la realidad, que nos impongan los demás, que en un juego de palabras son, reitero, los "de-menos". Así lo hicimos en 1978, superando enfrentamientos. No caigamos ahora en ellos, después de tanto tiempo pasado y de tantos logros conseguidos.
Por eso, y por muchas otras razones más concretas, hoy, como ayer, recordando el pasado, disfrutando del presente y afrontando el futuro de manera libre y abierta, me congratulo como ciudadano libre, como demócrata, como español, de poder gritar ¡Viva la libertad! ¡Viva España! … ¡Viva la Constitución!
José M. Vera | Catedrático de Derecho constitucional de la URJC
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