No sé qué espera el presidente del Gobierno que suceda en Cataluña para comprender que su táctica es equivocada y que cada día que pasa nos acerca más a un escenario dramático e irreversible. Después de haber reinaugurado por enésima vez la tan sobada estrategia del diálogo acompañada del consabido espíritu adanista que hace pensar a determinados individuos que hasta que ellos llegaron al mundo el mundo no existía, que hasta que él llegó a la presidencia del Gobierno no se habían ensayado las fórmulas que él acaba de descubrir y solo por eso piensa que son nuevas, después de que haya quedado claro como el agua clara que sus intentos de acercamiento a los independentistas han fracasado estrepitosamente, hay que exigir al presidente Pedro Sánchez que tome medidas contra los responsables de la Generalitat antes de que sea demasiado tarde.
Lo último ha sido lo de Eslovenia. Después de haberse paseado y haberse comparado con Kosovo, con Escocia y con Lituania, a este descerebrado presidente de la Generalitat no se le ha ocurrido mejor cosa que anunciar a los suyos que los dirigentes independentistas van a repetir el modelo esloveno, que se saldó con una guerra breve porque "el carnicero de los Balcanes", Slobodan Milosevic, decidió retirar sus tropas y ni siquiera se presentó en la mesa de negociación internacional para estudiar la independencia de ese antiguo territorio yugoslavo. Pero hubo una guerra y hubo muertos y el señor Joaquim Torra se permite despreciar este hecho incontestable y se lanza a proponer para Cataluña la vía de la desmembración de la que fue en su día Yugoslavia. En pocas palabras, va de cabeza a lo que más puede temer la Unión Europea: una nueva balcanización, pero esta vez en España.
Él va de cabeza a provocar un levantamiento violento -del que ya se están viendo los primeros brotes- de las capas más radicales del independentismo
Este hombre se ha vuelto loco. Es evidente que el Gobierno no puede permitir que un individuo de esas características siga llevando a Cataluña al despeñadero, que es a lo que parece que está dispuesto. Y ya no se trata solo de argumentar que nadie, absolutamente nadie de la UE avalaría semejante desvarío, porque lo verdaderamente peligroso de este hombre es que esa hipótesis no le importa nada: él va de cabeza a provocar un levantamiento violento -del que ya se están viendo los primeros brotes- de las capas más radicales del independentismo y a impedir que las fuerzas de seguridad autonómicas cumplan con su deber de garantizar la seguridad ciudadana.
De hecho, Torra se ha encargado ya de ponerse al frente de los manifestantes mientras exige la destitución de los mandos policiales que cumplieron con su tarea cuando impidieron en Gerona y en Terrasa que los radicales de la izquierda violenta de los CDR se aproximaran y se enfrentaran violentamente a los partidarios de Vox que tenían autorización de la administración para manifestarse el jueves pasado, día de la Constitución. Le parece a Torra que los policías no tuvieron un "comportamiento democrático", que es lo que él entiende que debería ser el permitir a los asaltantes de carreteras, a los saboteadores de las comunicaciones por ferrocarril, a los atracadores de las empresas de peaje, que amedrenten libremente a la población y agredan si les place a todo aquel que manifieste una opinión contraria a la suya.
Y este señor, que se ha autoinvestido jefe máximo de los agitadores callejeros y ahora pretende además imitar en Cataluña la trágica senda de la independencia de Eslovenia es nada menos que el presidente del gobierno autónomo catalán. Es el sujeto al que Pedro Sánchez pretende conquistar o convencer para que ordene a los suyos en el Congreso de los Diputados que vote a favor de sus Presupuestos o, en el caso de que no lo hagan, se sientan incómodos al tener que explicar públicamente como votan en contra de que Cataluña reciba un total de 2.2oo millones de euros, según anunció en octubre pasado la ministra de Hacienda.
Los dirigentes secesionistas en su locura están viviendo en otra dimensión tan fantasiosa como tenebrosa y no en la realidad
No, los dirigentes secesionistas en su locura están viviendo en otra dimensión tan fantasiosa como tenebrosa y no en la realidad y no les importan nada los Presupuestos Generales ni los millones que pueda recibir su comunidad. Lo que les importa es provocar un choque abierto con el Estado para intentar que el juicio contra los independentistas encarcelados se celebre en un clima de tan absoluta descomposición institucional que les permita al racista Torra, al huido Puigdemont y a sus acompañantes en el delito descalificar de plano ante el mundo el juicio ante el Tribunal Supremo que está a punto de comenzar.
Este es su objetivo y lo que explica la sarta de barbaridades que están perpetrando en una serie creciente de provocaciones jaleados por gentes como el ex consejero de Sanidad Toni Comín, que lanza proclamas por las redes incendiarias en las que convoca a la violencia o como la ex consejera de Educación Clara Ponsatí que, después de haber reconocido que la proclamación el año pasado de la República catalana era "una apuesta de farol", se ha vuelto a subir al carromato de feriantes y anuncia sin rubor alguno el fin de la autonomía catalana.
Con su ataque a la cúpula de los Mossos, ya suficientemente desacreditados -y sometidos sus responsables a juicio- por su comportamiento en el pseudo referéndum del 1 de octubre de 2017, el presidente de la Generalitat pretende en última instancia ceder el poder a las masas. Y lo pretende conscientemente porque un hombre supuestamente ilustrado como dicen que es él no puede ignorar las consecuencias desastrosas que decisiones como la suya han tenido en la Historia de España, Cataluña incluida. Torra quiere entregar el poder en manos de una calle cada vez más controlada por una réplica sin uniforme de los siniestros escamots de los años 30 del siglo pasado, la organización paramilitar creada por el partido Estat Catalá, conocida como el "Fascio de Maciá"; a uno de cuyos dirigentes, Miquel Badia, el "capitán Collons", tanto admira el hoy presidente Quim Torra.
Esto es lo que está pasando en Cataluña.Lo que pretende hacer con los Mossos es desactivarlos y convertirlos en una policía al servicio de un partido, o peor, de una ideología, lo cual destrozaría irremisiblemente su ya mermada autoridad y su función. Y, teniendo en cuenta que este sábado los Mossos estuvieron contemplando con total pasividad como los CDR pasaban 15 horas, que se dice pronto, cortando la autopista AP7 y que el domingo no se dieron por enterados de que esos mismos comandos de agitadores levantaban las barreras de distintas autovías y autopistas, tenemos que suponer que el día "cumbre" para los amotinados, que es el 21 de este mes, cuando se va a celebrar en Barcelona el Consejo de Ministros, estos mismos amotinados cumplirán su amenaza de asaltar el Parlament. Y que los Mossos, para entonces ya convenientemente depurados sus mandos, se comportarán como una policía "verdaderamente democrática", lo que significa que les dejarán hacer sin molestarlos en exceso.
En ese momento, con juicio o sin juicio a las puertas, el Gobierno tiene la obligación de intervenir. No hacerlo supondría una dejación de su responsabilidad que resulta inasumible en un Estado de Derecho como es España. Esta gente busca hundir el barco para que la Justicia no pueda actuar. Pero ningún gobierno puede permitir que unos insurrectos zarandeen de esta manera la nave de la democracia española sin que haya una respuesta a la altura del desafío.
Ya está claro hasta para el más beatífico de los gobernantes a qué juegan estos señores. Y ha llegado el momento de levantarse de esa mesa porque la realidad política y ciudadana se resiente cada día con las apuestas suicidas que hacen cada día sus responsables, por decir algo, políticos. Torra no puede seguir dañando de una manera tan violenta y demoledora a Cataluña.
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