Pedro Sánchez le puso una plantita a Torra. Eso fue todo lo que hizo. Su flor de trapo de Navidad, su muérdago campanillero, su ofrenda de pastorcito de coro. Ante la matonería de Torra y Puigdemont, que no cejan en sus guerras de banjo y casaca; ante las hogueras de caucho y de leyes por las calles; ante el cerco no a un Gobierno, sino al Estado, Sánchez puso una plantita. Habían colocado unas plantas amarillas en su encuentro, tras ellos, y el protocolo de Moncloa, la inteligencia militar, los servicios secretísimos de Sánchez (esos que pueden hacer desaparecer de la historia la boda de su cuñado por cuestiones de seguridad nacional), toda la fuerza del Estado de derecho, en fin, se unieron para poner otra plantita roja al lado. Su valentía se quedó en poner una plantita. Tanto porte de marine astronauta y monster truck, entre estelas de aviones y tubos de escape con llamaradas lacadas, para eso.
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