El mensaje de Navidad del Rey de este año transmite una especial y genuina preocupación por la convivencia. Y no es baladí que el jefe del Estado piense que el valor fundamental que ha hecho posibles los últimos 40 años de democracia esté en peligro.
Los mensajes del Rey, especialmente el de Navidad, requieren de mucha cocina. Son revisados por el equipo de asesores de la Casa Real y comunicados previamente a su difusión a la presidencia del gobierno. Pero los retoques que se le pueden hacer a las palabras del Rey no ocultan nunca la intención del Monarca, su decisión sobre cuáles son los problemas prioritarios de los españoles y cuáles las metas a alcanzar.
Felipe VI no admite que la pluma ajena le altere el fundamento de lo que quiere transmitir. Dio prueba de ello en el mensaje institucional que lanzó el año pasado ante la crítica situación que se vivía en Cataluña. Su discurso fue un refuerzo moral imprescindible para los ciudadanos que defienden la Constitución, un aval para los que piensan que la soberanía nacional no se puede trocear y un misil contra los que pretendían romper España ahondando en la división de la sociedad catalana.
El Rey no menciona ni una sola vez la palabra Cataluña en su discurso de Navidad pero es evidente que el desasosiego por el riesgo de ruptura de la convivencia tiene en el problema del independentismo su origen. En los días previos a la elaboración del mensaje, Felipe VI transmitió a su círculo íntimo su intención de hacer referencia al conflicto sin añadir más leña a un fuego, que permanece vivo y que, como se ha constatado, no aplacó en lo fundamental la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Mientras el gobierno de Pedro Sánchez se empeña en la vía del diálogo, el independentismo hace saber públicamente que la negociación no le hará cambiar de prioridades, que siguen siendo las mismas: establecer el derecho de autodeterminación y lograr la implantación de la república catalana.
El Rey, como jefe del Estado, sabe que el futuro de la Monarquía como institución que vertebra la nación, se juega su futuro en Cataluña. Si mientras mandaba en la Generalitat Jordi Pujol la Monarquía permaneció al margen del conflicto, luego con Artur Mas y, sobre todo, con Puigdemont y Torra se ha convertido en el objetivo a abatir. La Constitución, la unidad de España y la Monarquía son para el independentismo el tridente diabólico al que hay que destruir para lograr la libertad plena de los catalanes.
Felipe VI es consciente de que el futuro de la Monarquía se juega en Cataluña. La república y la independencia son las dos caras de una misma moneda
Una victoria del independentismo sería una derrota para la Monarquía. De ello es consciente Felipe VI, que, por otro lado, sabe que cuenta con la inmensa mayoría de los españoles para respaldarle en la defensa de los valores que han hecho posible la democracia en España durante los últimos 40 años.
Lo que ha detectado el Rey y lo que nos lanza como una señal de alarma en su discurso no es ya que un grupo o grupos políticos quieran modificar las reglas de juego, sino que su empeño en hacerlo por todos los medios a su alcance pone en riesgo la convivencia.
El Rey tiene en mente los incidentes del pasado 21 de diciembre y es conscientes de que vamos a vivir meses de gran tensión como consecuencia del juicio a los implicados en un presunto delito de rebelión ¿Aceptará el independentismo el dictamen del Tribunal Supremo? El presidente de la Generalitat y su álter ego Puigdemont ya han dicho que no, que sólo admitirán la absolución. Desde el gobierno de Cataluña y desde los partidos independentistas se lleva tiempo construyendo una doble legalidad, una legalidad alternativa que no reconoce ni al gobierno, ni al parlamento, ni a lo tribunales españoles ¿Qué harán cuando se conozca la sentencia del Supremo? No hace falta tener mucha imaginación para adivinarlo: la calle jugará el papel fundamental en un enfrentamiento con el Estado que no tiene precedentes desde la muerte de Franco.
La primera responsabilidad de los poderes del Estado es precisamente la preservación de la convivencia, que se basa en el respeto a la ley. Hay en el discurso de Felipe VI una frase nuclear: "La convivencia exige el respeto a la Constitución". Es toda una declaración de principios que será rechazada, sin duda, por los que dicen como pura táctica estar dispuestos al diálogo con el gobierno. Como continuación de esa afirmación rotunda, el Rey reclama: "Las reglas que son de todos deben ser respetadas por todos". Advertencia sin paliativos a los que quieren construir una legalidad alternativa acorde con sus intereses particulares.
Este mensaje real se enmarca en el 40 aniversario de la Constitución. Algunos piden cambios y es legitimo porque las leyes no son normas inmutables. Lo que no puede cambiar, lo que no debería modificarse nunca, es el espíritu que inspiró la Constitución: el consenso, la concordia, que cualquier alteración en la norma fundamental exija previamente de una mayoría lo suficientemente amplia como para que sea respetada y perviva durante mucho tiempo.
Ningún partido puede poner esos principios en riesgo. Lo que está en juego es demasiado importante como para utilizar el problema de Cataluña con un objetivo partidista y cortoplacista. El mensaje del Rey va dirigido a todos y a todos corresponde preservar ese gran valor que es el de la convivencia en paz y libertad.
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